Capítulo XLIV

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Quizás verían una de esas extrañas películas del rubio para terminar la noche con las demás en las que se estuvieron alojados en aquella zona, pero no quería volver al bungaló, amaba la vista luminosa, aunque también agarró un gusto extraño por la rareza de su pareja; sin embargo, no dejaba de pensar lo que había relatado.

Conocer el sufrimiento que vivió de su boca era algo horrible que jamás imaginó. Si creía que Meliodas era un ser sin alma, la persona que le hizo vivir una pesadilla a una tierna edad era peor que un demonio del inframundo; sin embargo, había algo que no cuadraba, como si una pieza faltara. Le constaba que no conocía ni un poco a esa familia a la que pertenecía, pero debía haber o existir una razón para desaparecer a la mujer.

Froi tenía un gran carisma y grandes alianzas que era imposible que tuviese algún enemigo, pero por parte de Derieri el abuelo de Meliodas era alguien de temer que no le sorprendería que él hubiese causado algún descontento. Por otro lado, su padre parecía saber algo de los Demon que le hiciera tener o ¿cómo justificaba el hecho que le pedía que no se involucrara con ellos? Debía preguntárselo y obligar a recibir una explicación, eran muchas cosas que le causaban mala sensación o una mala corazonada, temía que no solo ella saliera afectada, Zeldris, Gelda y sobre todo, Meliodas.

—¿Sigues pensativa? — apareció después de su largo baño, algunos de sus mechones aún goteaban y su aroma era aún más fuerte que embriagaba. ¿Sería imprudente hundir su nariz entre esas hebras?

—Eh, no. Solo que comí mucho. — mintió con un puchero chistando para oprimir sus alborotados impulsos. —Entonces, ¿tienes otras de tus comedias para seniles o que haremos?

—No; de verdad hoy desearía dormir. Estoy cansado. — suspiró no solo agotado, realmente hablar abiertamente con la albina le resultó ser un desequilibrio de su estabilidad. Un merecido descanso no le haría daño.

—Supongo que no te molestará si yo me quedo despierta. — dudó un poco.

—No es por ser grosero, pero te puedes ir a tu habitación. — alzó los hombros, pero su rostro pronto se tornó pálido por el rostro de indignación y enojo de la jovencilla. —¿Qué?

—Estás algo raro. Sé que eres un apático, pero parece que esta vez estás forzando esa personalidad. — curioseó un rato su rostro tensándolo. — Posiblemente estoy imaginándolo. — entrecerró sus ojos.

—Lo imaginas, es un hecho. — desvío la mirada que afirmó las sospechas de la platinada.

—Estás fingiendo. ¡Te atrapé! — contrario lo que imaginó, hizo un rostro adorable al verse descubierto. —Pero ¿por qué fingir?

—Costumbre solamente, y ya no me cuestiones. — terminó cruzado de brazos con molestia, no por ella sino por él mismo. No podía pasar desapercibido por la albina, o sea porque tenía buen ojo o porque se ha abierto de más.

—¡Uy! De acuerdo. ¡¿No tienes hambre?! Se que acabamos de comer, pero quiera de esos cócteles del bar o tal vez... — los esmeraldas solo la miraban sin prestar realmente lo que hablaba, solo le veía tan llena de vida que lo hipnotizaba. Sus mohines rosados moviéndose a la par de sus palabras, tan tentativos que... ¿Por qué no podía controlarse? Era aquel martirio capaz de inquietar sus emociones escondidas detrás de los muros de su persona. —Meliodas, ¿me estás escuchando?

Claramente no lo hacía; sus manos trazando en su rostro una pequeña caricia apartando el flequillo que opacaba sus ojos adornados en largas pestañas dejándola con la boca seca. Su pulgar trazó su labio inferior hasta posar su mano en la mejilla ahora arrebolada, sintiendo las pulsiones agitadas de su corazón.

Estaba anonada, le gustaba las sensaciones que ocasionaba con solo su mirada que podría jurar que incluso comenzaba a enamorarse; sí solo no fuese consciente que eso era una jugada demasiado riesgosa.

La Señora de Demon || MelizabethDonde viven las historias. Descúbrelo ahora