Capítulo XL

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Fue relativamente una noche muy incómoda para ambos, no solo por él hecho que después de aquel beso sorpresivo, Meliodas continuó con su sonrojo por un largo momento siendo el blanco de las molestas bromas de su hermano menor quien estaba muy alterado por el azúcar y ni hablar de los comentarios jocosos de su padre que alimentaban las burlas jocundas.

Por otro lado, Elizabeth tenía que soportar las sugerencias desvergonzadas y libidinosas de una intoxicada pelirroja, mismas que solo le elevaban aún más los colores al rostro; tal vez por su manera tan explícita de explicar o por el simple hecho que no parecía tener filtro en la lengua. Liz era insoportablemente más franca de lo que estaba acostumbrada.

No bastando con eso, literalmente se vieron obligados a pasar la noche en una habitación juntos por insistencias de ambos padres. Para suerte del rubio, Elizabeth no se quejó mucho ni rechistó. Solo, sin cambiarse el vestido blanco, se dejó caer en brazos de Morfeo con un profundo cansancio. El día lleno sus emociones y energías, sus pies dolían por los zapatos y su agotamiento le provocaba dolores en la cabeza en pequeñas punzadas.

Al menos para Demon fue un buen trabajo el de su esposa; sin embargo, había algo más que le preocupaba: sus propias palabras.

Le prometió que daría de sí mismo para aprender a quererla sin vacilaciones de por medio, pero ¿hasta qué punto se mantendría en pie? No era que no pudiese sentir nada, porque sabía que podía fácilmente ceder a esos clichés idolologías del amor, pero ¿cómo demostrarlo sin lastimarla emocionalmente en el intento?

Él vivía bajo un régimen de controlar en exceso sus emociones, tales que siempre quedaban reprimidos en él para no caer en la desesperación y explotar en ira; temía que sí dejaba abrir podría ser perjudicial para ambos. La última vez en aquella fiesta, solo había sido el inicio, de no tener un poco de cordura en ese momento, estaba seguro que ahora mismo no estuviese ni casado con ella ya que probablemente en ese momento Elizabeth hubiese tomado la decisión de no volver a verlo jamás, pero la albina era tan amable como para desistir.

Soltó un suspiro amargo; si se dejaba enamorar de ella, se exponía a un sin fin de sentimientos negativos, tales como desconfianza, celos, tristeza, enojo, frustración, ira... Sería peligro exponerse, por lo que prefería seguir controlándose hasta el cansancio y, aunque se enamorara de ella, no lo diría para protegerla de él.

Era egoísta de su parte, pero era mejor que tomar a la mujer como blanco de sus agresiones; prefería lanzarse de un edificio antes que hacerle algo para herirla. Por lo que, pensándolo bien, este viaje no sería tan malo, a pesar de tener que convivir juntos en un mismo lugar, serviría para conocerla más de lo que llegó a hacerlo durante un año de noviazgo y quizás, fuera del estrés, mejorar de poco a poco su repulsión por la cursilería.

Sin embargo, debió suponer que su cónyuge sería muy necia al querer insistir en no ir por una sola razón. Les temía a los aviones.

—¿En serio hay que ir a donde sea que tengamos que ir? — Meliodas rodo los ojos, era la cuarta vez consecutiva que preguntaba y no se conformaba con un simple "si", volvía a insistir con dubitativa.

—Lamentablemente. — respondió terminando de cerrar la maleta. —Al menos el lugar es aislado y el turismo es bajo, así como los espacios privados. No deberás preocuparte por socializar. — a la jovencita no le pareció convencerla en lo absoluto.

—¿Se supone que eso me tiene que hacer sentir mejor?

—Creo que sí. — observó cómo le fruncía la mirada a lo que soltó una bocanada. —Tranquila, he investigado el lugar en donde nos vamos a hospedar y los lugares que podemos visitar...

—Espera, creí que solo íbamos a una sola playa y ya, no quiero estar moviéndome a cada rato. — cruzó de brazos en negativa de su propuesta. Meliodas le dio un folleto que se le fue entregado por su padre previamente para que tuviese una idea de cómo sería su estancia.

La Señora de Demon || MelizabethDonde viven las historias. Descúbrelo ahora