Capítulo XVIII

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Como prometí, la más pedida era la que actualizaría, aunque ya tenía la sensación de que esa sería la más votada :v

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Su pierna derecha se movía incesante ante la espera en las finas mesitas de aquel café; revisó por cuarta vez su móvil la hora marcada. Quince minutos transcurrieron de la hora propuesta.

Maldijo entre dientes. Siempre fue una persona paciente y flexible a excusas, pero ahora ¿Por qué tanta la urgencia por la puntualidad? Quizás el estúpido complejo asiduo por cumplir los horarios se quedó en ella por culpa de cierto rubio de ojos verdes. Ese maldito hombre era más influyente en su persona de lo que pensó. ¡Ni siquiera lo imagino!, su plan siempre fue ignorarlo, pero ¿Cómo hacerlo cuando su silencio era hermosamente ruidoso? Solo aclamaba su atención sin pedirlo.

Un sonrojo de furia irónica la inundó, obligándose a agitar la cabeza mientras golpeaba sus mejillas. Siempre estaba presente como vil parásito en su mente o como canción pegajosa de gusto culposo, no paraba de maldecirle. Es como si él fuera un simple inquilino rondando libre en su subconsciente, pensamiento del que no tenía control alguno. ¡Maldición!

Cortos, pero rápidos pasos de tocón llamaron su atención. Logró visualizar a la mujer de trenzado cabello dorado con una sonrisilla de nerviosismo y pena por dejar a su concuñada en espera.

—¡Lamento la tardanza! El tráfico... — en un suspiro agitado se dejó caer en la silla frente a la mesa. —Hasta parece que no nos hemos visto en tanto tiempo, ¿Cómo has estado? — Elizabeth acompañó la sonrisa de su cuñada esbozando una propia a la vez que le ofrecía un vaso de agua.

—Demasiado bien para ser exactas. — la blonda en seguida tradujo su alivio.

—Sin Meliodas a tu alrededor, me lo imagino. — dio un largo trago del vaso logrando hidratar su garganta seca.

—Ya lo sabrás. — volteo su par bicolores en ironía. Por un lado, era fácil aparentar su tranquilidad sin el susodicho, por el otro, realmente sus días eran aburridos, eso podría explicar el porqué de su frecuente invocación en su mente.

—¿No han hablado? — escuchó un bufido en respuesta.

—El muy imbécil me llamó a las tres de la mañana, ¿Cómo quieres que le responda? — calmó su temperamento ignorando la pequeña risa de la contraria. —¡Aunque a mí no me hace de tonta!, se lo advertí y lo uso a su favor, ¡está jugando! — Gelda rio aún más fuerte logrando un gesto de negación con la cabeza.

—No creí que fuera un bromista. Al menos se acuerda de ti; ni a Zel le ha mandado un mensaje, más que e-mails del trabajo. — se hundió de hombros cesando sus aires de diversión. —Pero dime Elizabeth, ¿no te dan celos teniéndolo lejos de ti?

—¿Por qué los tendría? — alzó ligeramente la ceja.

—Solo digo. Sí mi Zel estuviera en otro continente donde yo no estoy presente, moriría de celos con pensar que tienen a lindas americanas de piernas largas. — dibujó una pequeña mueca. La albina lo medito un poco, bien la mujer rubia tenía razón y su "noviecito" estaría rodeado de más de una fémina con el simple hecho de ser hijo de la empresa millonaria, sin olvidar por su turista atractivo. Sonrió por esto.

—Por mí que se consiga a una. ¡Hmp! — su sonrisa se hizo más arrogante mientras comenzaba a divagar en la posibilidad. —Me dejará en paz...—, sin embargo, sabía que el chico no se dejaría seducir por ninguna otra, sobre todo cuando ya se lo había dejado más que claro. Su sonrisa se disolvió en un puchero. —Aunque lo dudo mucho.

—Segura de ti misma, ¿huh?— esta negó levemente.

—Solo segura de lo poco que conozco de él, pero dejemos de lado el tema de los santos que son los hombres y dime, ¿Cómo está Amice? — Gelda soltó un aire exhaustivo.

La Señora de Demon || MelizabethDonde viven las historias. Descúbrelo ahora