Capítulo XXVI

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Perdió la cuenta de las veces en que rodó sobre la cama pensativo, de las veces que logró conciliar el sueño y despertó angustiado; no podía ni respirar con tranquilidad con el simple hecho de saber que está bajo el mismo techo que la albina.

"Es lamentable, porque ahora tú serás quien deberá ganarse mi confianza." ¡Carajo!; todo iba tan bien entre los dos, pudo simplemente decirle a Ban que terminara con esa absurda idea de retarla y decirle la verdad por su cuenta, quizás no la habría lastimado tanto. ¡Todo fue su culpa!, tampoco limitó o detuvo a su amigo en sus acciones toscas, recordar la manera tan desvergonzada en que la había sujetado le daba aversión, ¿y si la hubiese lastimado físicamente?

De ser otra persona, le hubiese sido indiferente y solo se habría alejado sin importarle lo que sentía; sin embargo, ver las lágrimas de Elizabeth caer con violencia, fue comparado como un martirio contra ese mural que sostenía sus emociones que ahora estaban descontroladas. Por primera vez se sentía culpable.

Ya no importaba, no podía arreglarlo con una disculpa y bien lo sabía, solo debía recuperar su confianza.

Durante toda la noche, a pesar de la tormenta de exterior, el de su cabeza acusaba un dolor punzante, ¿por qué no le gritó? Merecía un golpe y vaya que ya ha recibido muchos, pero lo peor que podría recibir de ella era su amabilidad aun después de lo que hizo, ¿Por qué no lo detestaba?, ¿por qué se guardaba todo para ella cuando esa no era su personalidad? ella era más humana de lo que él no podría ser, pero más porque no lo merecía, realmente no deseaba que ella cambiara su actitud.

Soltó un largo suspiro levantándose del lecho; su cuerpo pesaba, sentía sus ojos somnolientos y su mente cansada. La luz exterior era tenue, aún se apreciaba un ambiente nublado, pero al menos ya no llovía tanto, podría deducir que aún era temprano por el poco movimiento por el lugar; eso le hacía preguntarse: ¿Elizabeth estaría despierta?

Tomó la camisa que dejó colgada y se adentro al baño esperando que el agua en su rostro calmara esa ansiedad que lo carcomía. De nuevo estaba pasando.

[...]

"Contrólate Meliodas, contrólate." Repetía una y otra vez en su cabeza, las emociones destructivas hervían en un caldero a punto de desparramarse y quemar todo. Un pequeño ruido proveniente de la planta baja llamó su atención.

Algo curioso, se encontró a una peli plateada en la cocina; suspiró en alivio y algo decepcionado, pues no era con la mujer con quien quería hablar, aun así, no mostró un lado grosero.

—Buen día, señora Inés. — esta lucía un poco más pálida de lo normal por su ausencia de maquillaje, pero su semblante brillaba con aquella pequeña sonrisa y su aura amable.

—Buen día Meliodas. ¿Café? — ofreció.

—Gracias. — regresó el gesto tomando asiento en la mesa soltando un suspiro apoyando su mejilla en un puño cerrado, acto que no pasó desapercibido por la mujer que mostró un semblante nostálgico.

—Veo que hay costumbres que no se olvidan. — el rubio arqueó la ceja confuso. Inés lo pensó un momento, ¿sería buena idea decirle? —Esto no se lo mencioné a tu padre ya que en ese entonces estaba en un largo viaje de negocios...

—Mi padre siempre está haciendo negocios. — refunfuñó entre dientes. —Lamento interrumpirla, prosiga. — la mujer solo negó levemente con una risa y es que, quizás él no lo sabía, pero era la imagen misma de Froi en sus momentos de juventud, solo que este último era más expresivo.

Pronto le brindó una taza con el líquido caliente de sabor amargo para después hacerle compañía en la mesa. Meliodas degustó el café; no era tan dulce, pero no era tan fuerte la amargura, sus papilas se dilataron emocionadas mientras escuchaba a la mujer.

La Señora de Demon || MelizabethDonde viven las historias. Descúbrelo ahora