Meliodas volvió a su semblante aburrido frente a la arrogante mujer de cabellos azabaches. No quería faltarle al respeto, pero en serio se abrumaba entre tanta serenidad. Sin querer, Elizabeth no solo volteó su rutina, si no que volvió su día a día emocionante, con ello, su monótona jornada se le hacía cada vez más incesantemente tediosa.
Ahora mismo estaría encantado de haber conocido a la mujer, hubiese quedado impresionado con su carácter culto y reservado; admiraba su dedicación eso estaba claro, pero ahora con un puñado de emociones esperándolo en Londres era difícil que pudiese adaptarse a algo que era igual o más severo que él.
Por otro lado, en la capital de Inglaterra, el albino le sonreía burlonamente mostrando sus ojos rojos hablando con perversión, tal vez por su expresión de perplejidad o uno de sus seguras tetras donde trataría de iniciar un juego de cortejo algo fraudulento.
—¡¿Señor Ban?!, ¡que sorpresa! — su sonrisa parecía más una mueca incómoda que una falsa amabilidad. En lo absoluto sabía esconder sus emociones faciales.
—¿Qué hay linda?, extrañando al capitán seguramente. — soltó una melódica risa a la vez que la abrazaba por los hombros.
—Tal vez. — marcó cierto territorio personal del hombre. —No esperaba verte por aquí, supongo a algún bar te has de perder. — este vaciló por unos segundos.
—Solo... Solo voy a dar una vuelta por ahí, pero a un bar no, al menos no sin Meliodas. — una pillería se reflejó en sus ojos rojos, sin duda gozaba de invadir su espacio para ver aquella faceta hostil que el rubio tanto presumía. —A menos que tú quieres darme el gusto de ser mi acompañante. El capitán está lejos de ti, es para que rompas sus reglas y te vayas a divertir, ¿no lo crees?
Elizabeth, un poco cansada de lo mismo, apartó el brazo que rodeaban sus hombros. ¿Cuándo sería el día en que dejara de tomarle el pelo? Sabía que había algo sospechoso en la actitud del albino y tenía la ligera corazonada de que tenía que ver personalmente con Meliodas de una manera u otra. Solo se cuestionaba, ¿Qué era?
—Gracias, pero realmente estoy agotada y quiero irme a mi casa. — soltó un largo suspiro; sin embargo, Ban la tomó de la muñeca con galantería.
—Otro día será entonces, tenemos una vida para conocernos.
—¿Cuándo Meliodas regrese?, seguro. — respondió sin más. —Nos vemos.
Solo dio la espalda, no permitió que el albino le regresara el "abur" siquiera; Elizabeth se marchó a regañadientes maldiciéndolo a él y a su actitud desvergonzada. Agradecía que aún no sobrepasaba el límite o era seguro que hablaría con el rubio sobre el tema de su dichoso mejor amigo.
Ban se mantuvo unos segundos más observando a la chica hasta que su teléfono sonó inesperadamente en su bolsillo frontal.
—¿Hola? — atendió rápidamente. Aquella vocecilla le hizo sonreír con amabilidad. —Si, en diez minutos estoy ahí.
[...]
Respiró profundamente antes de mandar el último informe por e-mail a su padre. Al menos durante los siguientes tres días las cifras se elevaron de manera drástica que apenas y lograba creer, pero no se detuvo a preguntarse como lo hizo, pues lo que quería en ese momento era ya regresar.
—¿Tan pronto ya te preparas para irte? — Estarossa ladeo su cabeza observando a su primo recoger sus cosas.
—Tengo que irme ahora si quiero llegar en la tarde a Londres. Mi vuelo sale en dos horas, Zeldris estará esperándome, ya le notifiqué a mi padre.
—¿Te puedo preguntar...? — el rubio alzó la mirada encontrándose con los ónix. —¿Desde cuándo eres menos formal? Lo noté desde que llegaste a Washington, es como si le hubieses bajado a la intensidad de tu cortesía. — Meliodas se alzó de hombros.
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La Señora de Demon || Melizabeth
FanfictionFirmaste un contrato; no hay marcha atrás. Meliodas Demon, un hombre cotizado cultipicaño, monótono y desinteresado por el romance, se ve obligado a casarse para heredar parte de la fortuna Demon. Elizabeth, una chica indiferente y hostil, pero amab...