14. El vuelo del dragón

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Alex sonrió sin darse cuenta al observar los movimientos de su amiga. El día casi había tocado a su fin y el sol incidía perpendicularmente sobre el cabello rojo de Heather, lo que le provocaba la sensación de que su cabello fuese de fuego. Siguió sus movimientos con la vista; llevaba largas horas entrenando sin descanso y no tenía intención alguna de detenerse hasta lograr su objetivo. Alex se vio obligado a parar pues no podía dar un paso más. Se recostó contra el árbol sobre el que estaba apoyado el dragón rojo y juntos permanecieron contemplando el entrenamiento.

El joven rememoró sus ojos frustrados cuando, a cada paso que daba, él bloqueaba sus estocadas e intentos por atacarle. La agilidad y fuerza eran la principal ventaja de la maga, pero la habilidad, fuerza y experiencia de Alex le otorgaban una ventaja mucho más superior. Las primeras veces Heather ni siquiera era capaz de ver los golpes y caía una y otra vez al suelo. Alex se acercaba a ella y le preguntaba si podía continuar, a lo que ella gruñía y se levantaba —cada vez con más esfuerzo— dispuesta a seguir. Las espadas vibraban a cada golpe y los dos pisaban con fuerza, asegurando su terreno. Heather nunca antes había peleado con espada, ella acostumbraba a usar armas de larga distancia o más ligeras, por lo que adaptarse a aquel arma no le resultaba sencillo. Aun así no se detenía y volvía a la carga una y otra vez, dando estocadas más cansadas pero, a su vez, más certeras. Sin embargo Alex era un magnífico combatiente —gracias a las horas que le dedicó junto a Jack— y desarmaba a Heather con relativa facilidad.

De esta forma pasaron las horas: dejándose llevar por el sonido rítmico de las espadas acompañados de los consejos del viejo dragón rojo que ocultaba tras su mirada inescrutable la admiración que sentía; ninguno parecía dispuesto a rendirse. “Me recuerdan a Merlín y Jenna: siempre hacia delante y sin retroceder. Esos dos no conocen el concepto de detenerse” pensó Athkor y soltó una bocanada de humo que se elevó hacia el cielo. Tan solo los que lo conocían bien podían saber que era su peculiar risa. Los recuerdos le invadieron y, mientras instruía a la maga en el combate, rememoró una de sus historias favoritas.

Sin darse cuenta, Alex se quedó dormido con la cabeza apoyada contra el árbol. Se despertó cuando escuchó un fuerte golpe y vio que Heather se había desplomado sobre el suelo. Tanto el dragón como él se levantaron de golpe y corrieron hasta la joven.

—¡Pelirroja! ¿Estás bien? –preguntó Alex y la ayudó a reincorporarse—. Sritch, te dije que pararas a descansar. No puedes seguir entrenando teniendo mañana tu combate contra Diana.

—Si paro ahora –intervino Heather­­– todo esto no habrá servido de nada. Quiero ganar Alex, quiero vencer a Shadowheart. Sam me lo pidió y yo se lo prometí, ¡no puedo fallarle, ¿lo entiendes?!

Los ojos de la joven mostraban tanta decisión que Alex no tenía palabras para contradecirla. ¿Cómo puedes detener a alguien que está obcecado en lograr una cosa? Simplemente es imposible. Hay veces en que no puedes hacer nada más que sonreír y aceptarlo. 

—Storm, basta –interrumpió Athkor con su potente voz–. He sido yo quien ha accedido a entrenarte y te ordeno que te detengas. No tolero que se incumpla lo que digo, ¿queda claro? A más, tengo otros planes para vosotros.

—¿Otros planes? ¿Qué quieres decir con eso? –preguntó Alex que no comprendía a qué se refería el dragón.

—Vosotros tan solo escuchadme…

~○~

Edward apenas había tocado el plato que tenía delante suyo. Deslizaba la cuchara por la cerámica blanca como si esperase que todos sus pensamientos fuesen a disolverse de golpe. No rehusaba la idea de que, quizás, sus viejos amigos aún siguieran recordándole como lo que era, no como lo que había decidido ser. Sí, porque Edward Beckett poco a poco comenzaba a extinguirse y a formarse un nuevo alter ego: Edward de Shadowheart. Desde que Diana Watson, esa misteriosa y atractiva joven, se acercó a él en una cafetería de Deretheon y le ofreció entrar en el gremio, Edward se había preguntado si había escogido correctamente. ¿Qué otra cosa podía haber hecho? Heather lo entiende, pensaba él para consolarse. Nunca había tenido una oportunidad real para ser alguien importante y de repente, aquella chica de lustrosa cabellera negra y mirada tan enigmática como oscura, aparecía con la solución. Le salvó de caer en un sitio peor, un lugar al que iban todos los magos que no habían sido aceptados.

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