18. La máscara de un traidor

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La carcajada retumbó a lo largo y ancho de la habitación que, de no ser por los gritos de dolor que se sucedían cada pocos segundos, habría parecido abandonada. Las paredes eran hogar de todo tipo de insectos y arácnidos que jugaban en ellas como si ya fuera de su propiedad. Cientos de grietas cubrían la sala y no hacían más que dar seguridad a la tesis de que en cualquier momento caerían sobre sus inquilinos. Los ladrillos mal colocados formaban salientes en los que anidaban toda clase de animales que nadie se atrevía a molestar.

Jack ni pestañearía si el techo llegara a desplomarse sobre ellos. De hecho lo prefería. Sus ojos verdes se clavaron en la persona que tenía delante, quien no movió un solo músculo.

Después de que los descubrieran en su inmersión en el gremio oscuro, habían pasado horas encerrados en aquellas celdas cochambrosas, sin ningún otro consuelo que el saber que seguían vivos. O por lo menos eso era lo que Sam se empeñaba en que creyera. Y es que Jack no pensaba que aquella fuera la parte buena; era un corte muy profundo en su orgullo que tardaría en cerrarse.

El cuerpo del mago colgaba maltrecho en la pared sujetado únicamente por dos férreos grilletes anti magia que le habían colocado en su periodo de inconciencia. Había intentado varias veces expandir su mente lejos de la habitación para olvidarse del dolor que le propinaban, pero chocó una y otra vez contra un muro invisible que le mantenía allí encerrado tanto física como mentalmente. Era frustrante.

—¡Por favor, para! –gritó la voz desesperada de Sam entre lágrimas.

El mago moreno le lanzó una mirada cargada de rabia y el Erudito cerró la boca de golpe, tragándose el llanto. Llevaban allí encerrados tres días: setenta y dos horas en las cuales Jack había tenido que soportar a una hechicera mental que le visitaba cada hora. El doloroso látigo de un sádico enviado por el maestro de Shadowheart. Las palizas diarias... y lo que era peor: el rostro de pena por parte de Sam. Podía soportar cualquier tortura mental, los latigazos o los golpes ensangrentados, pero no el llanto de uno de sus mejores amigos. Le había repetido a Sam una y otra vez que fuese fuerte y callara, mas él era un Erudito, alguien que vivía las batallas a través de los libros y nunca había tenido que aguantar ningún tipo de castigo físico o mental.

Todo lo contrario a Jack, quien cerraba los ojos y al volver atrás en el tiempo recuperaba las fuerzas. «Esto no es peor que lo de esa vez, no seas cobarde» se repetía una y otra vez, sacando una sonrisa a la mujer que tenía frente a él. Las primeras veces ésta reía ante su inocencia y credulidad, pensando que no tardaría en suplicar por su vida. No obstante, la perseverancia y aquella continua mueca en sus labios habían comenzado a sacarla de quicio, por lo que golpeaba al mago más violentamente.

 —Dime lo que sabes y pararé –dijo la mujer con voz glacial.

—Que te den –escupió Jack y recibió una bofetada que le dejó el rostro marcado.

El Erudito cerró los ojos y se mordió el labio para no volver a chillar. Si no podía ser fuerte por lo menos no haría que su compañero se preocupara por él.

—¿Qué sabe Dragonwings?

Silencio.

Aquella vez Jack recibió una patada en el estómago y se dobló en dos conteniendo un grito de dolor.

—¿Os han mandado ellos?

Silencio.

Jack gritó al impactar el puño de la maga en su mejilla derecha.

—¡BASTA YA POR FAVOR! –clamó Sam desesperado.

El joven Erudito temblaba y estaba cubierto por un sudor frío que se había formado al ver la sangre que caía por la frente de Jack. Jamás había tenido tanto miedo en su vida ni aquella imperiosa necesidad de hablar, soltarlo todo para que les dejaran marchar o acabaran con todo.

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⏰ Última actualización: May 25, 2015 ⏰

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