10. 𝙴𝚕 𝚌𝚑𝚒𝚌𝚘 𝚍𝚎 𝚕𝚘𝚜 𝚘𝚓𝚘𝚜 𝚊𝚣𝚞𝚕𝚎𝚜.

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Algo en mi cuerpo pareció alertarme del peligro que amenazaba con hacerme daño, y lo hizo de la peor manera que jamás podría llegar a olvidar: Una nueva pesadilla que aturdía mi sentido de la realidad.

El dolor que sentí durante el sueño fue atroz hasta decir basta. Tenía la sensación de que todos los demonios de mi mente habían hecho un complot para terminar lo que empezaron esa noche. Por ello mismo creí despertar en la mesa de metal de Eddy, la que estaba en la habitación subterránea, y no podía moverme aunque lo intentara. Mis manos y piernas fueron amarradas con gruesas cuerdas que impedían escaparme.

Estaba en pleno alarmismo cuando las tijeras abrieron por la mitad mi pijama, dejando la piel clara al descubierto. Aquella sombra —una nube negra de aspecto irregular— se acercó de nuevo con un bisturí, mientras las más pequeñas que estaban observando el espectáculo se removían en sus respectivos lugares. 

Esto era un show y yo formaba parte de él como su estrella principal.

Pese a cerrar los ojos con fuerza, suplicando despertar, diciéndome que esto era una pesadilla, sentí que todo era demasiado real y eso me asustó. 

Cuando la afilada hoja del instrumento abrió mi abdomen mis ojos se abrieron de manera abrupta, dejando escapar un grito que pareció rebotar entre las paredes de la habitación. Los demonios se rieron y aplaudieron al ver mi sufrimiento, se relamían con nerviosismo y la sombra más grande ordenaba paciencia con un sonido metálico e incomprensible.

Vi como me extirpaban los órganos uno a uno mientras los colocaban cuidadosamente en un frutero de metal, con hielo, mientras las sombras más pequeñas corrían alrededor de la mesa improvisada a modo de juego. Tarareaban una melodía macabra y yo dudaba de la veracidad de la situación; o era la pesadilla más realista de toda mi existencia. Dolor, gritos, llanto... creí desmayarme y despertarme en diversas ocasiones. 

El lugar casi me pareció que fue encerrado en un bucle que nunca se detenía. Una y otra vez.

Quizás fue mi propio cerebro o mi cansancio emocional el que ordenó que el dolor menguara, como si mi cuerpo se estuviera aclimatando a la sangría infernal que me veía obligado a ver todo el rato, reiniciándose desde que me cortaban la camiseta hasta el posible desmayo. 

Fuera como fuere, esa noche no desperté en realidad. Sufrí infinitas veces, hasta que mi cuerpo se transformó en zorro y escapó. 

Esa noche tampoco supe lo que me depararía el mañana.

Como era sábado y Eddy había visto que me movía de manera diferente —rompiendo la robótica rutina—, decidió darme la oportunidad de dejarme solo en casa e irse a pescar con los Campbell

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Como era sábado y Eddy había visto que me movía de manera diferente —rompiendo la robótica rutina—, decidió darme la oportunidad de dejarme solo en casa e irse a pescar con los Campbell. En todo este año Eddy había hecho muy buena amistad con los cazadores de la zona, y aunque en un principio debería de ponerme nervioso que lo hiciera, la realidad era diferente ahora que Ulick no estaba en Whitby.

No me sentí aliviado sino estoico.

Durante la mañana me entretuve haciendo todas las tareas domésticas que se me ocurrían, incluso me obligaba a perder tiempo repasando el trabajo ya realizado. Necesitaba mantener la mente ocupada y esta fue la única cosa que se me ocurrió: Limpié la casa desde la entrada hasta el patio trasero, ordené los armarios dos veces, quité el polvo de todos los rincones, puse y tendí lavadoras, cociné todo lo que se me ocurrió para este fin de semana, fui a la tienda del pueblo sin pararme con nadie e incluso limpié la nieve de la entrada y la puerta de atrás. La única habitación que no toqué fue la del sótano y porque la pesadilla de la noche me provocó escalofríos cada vez que me acercaba.

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