23. 𝙰𝚕𝚒𝚊𝚗𝚣𝚊𝚜 𝚙𝚛𝚎𝚟𝚎𝚗𝚝𝚒𝚟𝚊𝚜.

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No recordaba casi nada de lo que pasó después de arrancarle el ojo a Magnus, porque en aquel momento sentí que todo mi cuerpo me iba a explotar del mismo modo que lo haría una bomba cronometrada. El cuerpo me ardía como jamás lo había sentido, la vista se me nubló hasta el punto ver todo borroso y, finalmente, toda la fuerza que tenía acabó por marcharse en un último suspiro mientras alguien me cogía antes de perder el conocimiento.

Según Adam estuve dos días en una especie de coma, en la que no se me podía despertar pese a estar teniendo pesadillas. Pesadillas que recordaba con todo lujo de detalles —por desgracia—, porque las creía tan reales que iba a morir en cualquier momento. Tuve la fiebre tan alta como la padecían los jóvenes de doce años en su primer transformación, me obligaron a beber y a comer aunque yo gritara con los ojos cerrados; hasta me dolía cuando Adam me acariciaba el cabello para intentar calmarme.

Erik representó a la Tribu Yeme y se echó a sí mismo la culpa de que él mismo le había arrancado el ojo a Magnus por intentar violarme, historia que lo habló con Iris una vez volvió de la misión. Si no hubiera sido porque Ethan lo escoltó en todo momento, estaba casi seguro que lo hubieran matado durante esos dos días. Sin embargo, yo no comprendí el por qué hizo tal cosa, ya que realmente el culpable de todo fui yo; pero, al parecer, lo consideraron una buena oportunidad para estrechar alianzas preventivas, ya que eso dotaba a ambos bandos de beneficios: Los lycan obtenían información que se alejaba de sus habilidades y nosotros menos restricciones territoriales, lo que también me beneficiaba a mí para poder verlos cuando quisiera. 

Estaba casi seguro, a un noventa y nueve por ciento, que Iris lo hizo por mí.

En un principio la Alfa se mostró muy desconcertada al conocer aquella historia, pero al pronunciar mi nombre la veracidad de la misma acabó por solidificarse. Aceptó de buen grado, pese a que Oliver no se apreciaba demasiado convencido por lo mencionado aquella noche, y tras cerrar la alianza Iris me mandó una próspera recuperación, además de que no temiera visitarlos.

En la tarde del tercer día, tras recuperarme lo suficiente, soporté una pesadilla más con sus elementos representativos y dos diferencias. Seguía la tierra seca, las flores podridas y apestosas, las cortinas de colores y los cadáveres; lo que lo diferenciaba era que Ulick a veces vivía y otras veces moría y, yo, a veces me transformaba para intentar alcanzarlo. 

—Zorrillo... —susurró Adam en mi oído mientras me disponía a abrir los ojos con lentitud, observando como me sonreía con dulzura— Tienes mejor cara —añadió antes de apoyar su frente contra la mía para comprobar mi fiebre, la cual claramente ya no estaba tan alta como los días anteriores—. ¿Quieres comer algo?

—Adam... —ahogué un gemido de tristeza, el cual el intentó calmarme con una caricia— ¿No me odias? Por lo que hice, digo...

—No —apartó su cabeza y comenzó a hacer círculos con las yemas de sus dedos en mi mandíbula, dándome calor en la zona para que dejara de tensarla por la sensación de impotencia y molestia que tenía conmigo mismo— ¿Y tú?

—Un poco —aparté su mano un poco molesto y le di la espalda, lo que aprovechó Adam para abrazarme por detrás, colocando sus manos sobre mi pecho, aunque le dejé hacer—. No me gusta que me mientan.

—No me odias, ni siquiera un poco —susurró cuando se me acercó a mi oído, besando el cartílago con suavidad, lo que me hizo tragar aire al instante—. Estás molesto, y lo entiendo perfectamente, pero no me guardas rencor, sino no me dejarías tocarte.

Tenía razón, en parte.

Inconscientemente me mordí el labio inferior, girándome para verle, y al instantemente me mostró una gran sonrisa que destilaba felicidad. Estaba seguro que estaba feliz por varias cosas, y muchas de ellas seguramente eran muy diferentes a las que yo llegaría a pensar. Entre ellas estaría mi recuperación, el poder tocarme y, sobre todo, el estar juntos en la misma cama. Era probable que me hubiera echado mucho de menos, porque Adam adoraba tenerme cerca y darme su cariño, sentimiento que prácticamente ya había normalizado hasta el nivel de sonreír.

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