11. 𝙱𝚞𝚜𝚌𝚊 𝚢 𝚎𝚗𝚌𝚞𝚎𝚗𝚝𝚛𝚊𝚜.

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Pese a tener una nueva visión de algunas cosas, además de haber conocido a una persona nueva —en cierto modo—, estas novedades no parecieron haber provocado ninguna mejoría durante mis pesadillas; que aunque ahora pude apreciar algunas diferencias, los patrones eran los mismos: La tierra quemada, el humo, los cadáveres y Ulick muerto siguieron persiguiéndome en los breves sueños que se unían a modo de cadena.

Lo curioso fue que, en la última pesadilla de la madrugada del domingo, algo dentro de mí pareció darme un aviso de una posible metamorfosis. Un cambio, un deseo del pasado que llegó a mi presente. Sin embargo no fue así realmente. A las cinco de la mañana desperté gritando mientras estaba bañado en sudor, oliendo la ropa sucia de barro en el suelo y encontrándome nuevamente desnudo bajo las sábanas. 

El búho de mi ventana apareció para atormentarme mientras me observaba atentamente, como si estuviera analizando la situación y estuviera sacando alguna conclusión del mismo modo que lo haría una persona. Hacía tiempo que no lo veía y sabía que era exactamente el mismo búho que estuvo molestándome el año pasado durante meses, pues era inconfundible la marca de sus plumas en el centro del pecho.

—¿Qué miras? —le bramé al búho que mantenía su mirada fija—. Esto no es un espectáculo, ¡lárgate!

El animal giró la cabeza, emitió su característico sonido ensordecido por la ventana cerrada y se mantuvo en su lugar. ¿Me estaba plantando cara aquella cosa gorda y emplumada? Su presencia en realidad no me molestaba, porque yo estaba dentro y él fuera, pero no deseaba tener nada ni nadie cerca cuando las pesadillas me acechaban. Ya estaba aceptando que Ulick no iba a venir a protegerme de ellas, así que tenía que aprender a hacerlo solo.

Sin embargo el animal seguía ahí, estático, y moviendo sus ojos con tanta calma que hasta me llegué a preguntar si siquiera sabía que me sentía mal. Con suerte se acabaría marchando si me acercaba lo suficiente, porque eso fue lo que que hice en el mismo instante que salí de la cama junto a la manta enrollando mi cuerpo. Ni a los animales les permitía observarme de ese modo.

En cuanto puse un pie fuera todo mi cuerpo pareció absorber el frío de la casa, porque el vello de detrás del cuello se alzó casi al instante. 

—¡Fus! —mascullé después de dar dos pasos, pero el ave siguió en su rama sin inmutarse. Su actitud imperturbable me hacía sentir inquieto, y que además fuera osado no sólo acrecentaba mi irritabilidad del momento sino mis ganas de gritarle de nuevo—. Si no te vas te rellenaré de plomo.

Al parecer eso sí fue efectivo, porque en cuanto pronuncié la palabra «plomo» el animal se marchó volando despavorido mientras ululaba con nerviosismo, echando el vuelo incluso antes de dar un paso más hacia la ventana. Tenía entendido que los animales salvajes eran asustadizos, pero al parecer estaba bastante equivocado con ello; eso, o me había tocado el búho más terco que jamás he presenciado en toda mi vida.

Finalmente el sueño me acabó volviendo después de media hora de movimiento de un lado a otro, y en lo que quedaba de madrugada no volví a soñar absolutamente nada. Sólo un espacio tan oscuro que ninguna luz apareció, ni siquiera la voz que esperaba escuchar para sentirme mejor conmigo mismo. Era difícil cuando echabas a alguien tanto de menos y, al mismo tiempo, sabías que no podías hacer nada al respecto.


Por alguna extraña razón Eddy no me llamó aun a sabiendas de que no me gusta levantarme tarde. Fue una actitud que adopté de mi madre, aquella en la que si te levantabas pronto todo parecía mucho más fructífero, pero si te levantabas tarde te sentías mal contigo mismo porque no habías aprovechado el día. 

En cuanto escuché la televisión que era la una en punto mi cerebro activó todas mis alarmas, lo que dio hincapié a que me cayera de bruces. La ropa sucia que creí dejar al lado de la cama ya no estaba y tampoco ninguna mancha de tierra. Tampoco olores. Sin embargo no estaba en paz conmigo mismo y me marché raudo hasta el baño, cambiándome el pijama tan rápido como mis propias manos me lo permitían. 

𝕯 e s e i   [2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora