18. 𝙽𝚘 𝚖𝚒𝚛𝚎𝚜 𝚊𝚝𝚛á𝚜.

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(Atención: Ligera [corta] escena +18)

Los suaves golpes de Eddy contra la puerta de mi habitación provocaron que tanto yo como Adam abriéramos los ojos lentamente. Mi padre nos observaba con una mirada seria, aunque no adjuntaba ninguna palabra a su expresión, y no sabía si eso era algo bueno o malo. Tampoco sabía lo que piensa, y temí que Eddy hubiera escuchado mis pensamientos con la misma facilidad como lo hacía el ojiazul

Adam no era muy consciente de la presencia de Eddy en estos momentos. 

De hecho, sus ojos estaban fijos en mí y sentía que su océano en forma de orbes tintineaba lentamente en una capa acuosa, muy similar a cuando tenías ganas de llorar. No entendí por qué me miraba de ese modo, aunque quizás era culpa mía, porque acababa de comprobar que teníamos los dedos de las manos unidos. Y no solo eso, sino que mi otra mano estaba sobre su camiseta azul marino, sintiendo los latidos de su corazón acelerándose.

—Ya es la hora —dijo Eddy antes de lanzar un carraspeo, quizás para dejarle claro a Adam que lo estaba viéndolo todo.

—Siempre tan puntual como un reloj —le miró en esta ocasión y sonrío levemente, pero mi padre puso los ojos en blanco para acto seguido marcharse. Después reparó en mí y su mano acarició delicadamente mi quijada— ¿Te sientes más tranquilo?

Asentí, pero dentro de mi pecho se había instalado la semilla de la duda que amenazaba, en algún momento, en florecer hasta transformarse en una bardana. Una planta robusta y con unas hojas basales llamativas por sus dimensiones, con la forma acorazonada, y sus flores que mostraban inflorescencias junto a sus púas. Temí pincharme con una de ellas e infectarme con el significado de la planta: Aburrimiento o inoportuno.

No me preocupaba el primero, pero sí el segundo.


Adam cogió su bolsa ya preparada desde hacía unos días atrás y me ayudó con la mía. Me explicó que el problema de un cambiante, en cuanto a problemas mundanos se refiriese, era la ropa: si tu forma animal era más grande de lo que podía soportar las prendas éstas se rompían y, si era de menor tamaño, simplemente caían. En ese momento comprendí el por qué se transformó en oso aquel día, pidiéndome que fuera a un lugar muy concreto para recoger una cosa: Su mochila. Tenía ropa dentro y él estaba desnudo. 

En cuanto terminamos de hacerme la mochila miré a Adam con expresión inquieta, respondiéndome él con una sonrisa que intentaba apoyar la idea de que nada malo pasaría. Sería nuestra primera luna juntos, además de con Eddy, y eso era algo que parecía ser muy importante para él. ¿La razón? No tenía ni la más remota idea. 

Habían muchas cosas que no entendía aún, pero Adam me animó con decirme que una vez pasara esta prueba —como todo el mundo— las cosas serían más sencillas. Incluso me ayudaría a avanzar mejor en mis habilidades.

—¿No sientes las ganas de cambiar? —preguntó en cuanto nos encaminamos por la puerta.

—Me siento raro... —alcancé a decir con expresión confusa.

Era cierto, me sentía extraño desde ayer, pero la sensación no se acentuó hasta hoy en la mañana. Sentía que mis emociones eran efervescentes, que se mezclaban entre ellas dando paso a un pequeño huracán con menos fuerza de la que debía de tener uno, con los sentidos mucho más extendidos. Según Adam, lo que me pasó hace dos semanas en clase, se debía a que no controlaba bien mis habilidades por estar demasiado herido.

Me hubiera gustado decirle que esto quise atribuírselo a mis miedos y no a una herida que llevaba conservando durante meses, pero sabía que no aceptaría esa respuesta. 

𝕯 e s e i   [2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora