17. 𝙲𝚞𝚕𝚙𝚊 𝚊𝚕 𝚍𝚎𝚕𝚒𝚛𝚒𝚘.

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A lo largo de la semana mi inclusión en el instituto fue a mejor, y eso era algo que ya parecía que todos notaban cuando me veían salir del coche con una sonrisa en los labios. Sobre todo la cara de Sasha, que era un poema cuando veía que Adam me besaba en la frente antes de marcharse, camino hacia algún lugar. Ni siquiera yo sabía hacia donde se dirigía, aunque quise creer que me observaba desde algún lugar transformado en un animal.


Aquella vez, cuando le cogí de la mano por un estúpido impulso por miedo a perderlo, la descarga eléctrica entre nuestros dedos fue tan notoria que pasé gran parte de camino en silencio. Adam, por el contrario, hablaba con mucho entusiasmo sobre anécdotas que vivió a lo largo de su vida; algunas me resultaron más divertidas de lo esperado, otras me arrancaron un gesto de dolor y en otras llegué a pensar que estaba exagerado.

En realidad no fuimos a ningún sitio en concreto, sino que nos mantuvimos andando entre la vegetación de los bosques, perdiéndonos entre los árboles de diferente clase y tamaño, los olores de la naturaleza y el sonido de los animales. Algunos nos perseguían un rato, otros preferían alejarse y observando a la distancia; y luego estaban algunos pocos que intentaban asustarnos, pero Adam se transformaba en oso y el bully natural huía asustado.

Quería preguntarle muchas cosas, aprovechando este tiempo a solas, pero no me salían las palabras. Sólo podía reírme cuando tocaba, entristecerme cuando escuchaba algo que me afligía y otras veces quedaba absorto por el sonido de su voz y sus gestos. Era muy expresivo cuando contaba anécdotas, y muchos de sus sonidos me resultaron extraños, aunque graciosos.


El jueves fui a clase algo más animado y se hizo el ritual que parecía que iba a ser diario: Adam me preparaba el desayuno, hablábamos ignorando la ausencia de Eddy —quien se marchaba demasiado temprano—, me acompañaba al instituto y al salir del coche se despedía de mí besándome en la frente. Confieso que sentí vergüenza, pero ya di por hecho que era un método efectivo para mantenerme centrado y alejar mis miedos.

Obviamente la gente fue notando dicho acercamiento y se expandieron un montón de rumores de toda clase: Que el chico era mi novio, que era pariente de Ulick y por eso era tan cariñoso conmigo —absurdo y dañino—, que era un chico de intercambio que manteníamos en casa para luego irme yo a su país... Demasiados rumores absurdos que, con el paso de las horas, fueron distorsionándose y destruyéndose a sí mismos.

Seguía comiendo solo en una mesa y a veces, Adam, me hablaba mentalmente para hacerme sentir menos solo, menos vulnerable al escrutinio y al ruido constante. Estos detalles poco a poco me fueron ablandando, al mismo tiempo que mis miedos iban siendo cada vez menos propensos. 

Adam estaba cumpliendo su cometido: Sanarme las heridas.

Lamentablemente no todos los momentos eran tan buenos como quería hacerme creer el pelinegro. Los choques silenciosos entre Eddy y Adam en la mesa eran cada vez más frecuentes, pero en ningún momento se atacaron fuertemente, al menos ese jueves. Mi padre seguía pensativo, aunque se exaltaba fácilmente cuando mis nervios me provocaban transformarme; y mientras Adam se reía por la repentina sorpresa, Eddy soltaba maldiciones mientras saltaba en su asiento. Casi siempre lo hacía en un zorro, aunque las clases variaban en pocos ocasiones.

Después de la cena de ese día, Adam estuvo un poco bobo e insinuó que si quería que me bañara con él. Claramente tuvo una rotunda negativa, pero él se reía diciendo que era una broma, y que prefería no mancillar mi inocencia. ¡Qué descarado era! Pero al menos después tenía la decencia de compensarme con alguna respuesta hacia preguntas muy concretas.

Descubrí que la tribu a la que pertenecía Eddy se llamaba «Yemaleda Mebirati» en amhárico —lengua utilizada en Etiopía— y significaba «Luz del alba». Al parecer, los primeros cambiantes que crearon la tribu pertenecían de aquel lugar, y aunque la lengua me resultó extraña —y tuvo que repetirla cinco veces—, me dijo que prefería decir que pertenecía a «La tribu Yeme». 

𝕯 e s e i   [2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora