28. 𝙲𝚘𝚛𝚛𝚎 𝚘 𝚖𝚞𝚎𝚛𝚎.

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Después de aquel golpe ofrecido por Sasha a Helena, Adam consideró que ya era hora de marcharse de ahí. Su plan de descubrir si los cazadores sabían algo no resultó bueno, o al menos en parte, pero al menos descubrió cosas interesaste. No quiso compartirlas conmigo, aunque sí que me recomendó que le siguiera el juego. 

Sin previo aviso me mordió jugueteando en el lomo, arrancándome un ladrido por mi parte, lo que alteró a todos los presentes.

—¡Malditos chuchos! —gruñó Claude enfadado y sorprendido al mismo tiempo, mientras Jackson y Sasha se reían, pues casi se caía de su asiento.

—Son adorables —dijo su hermana con una risita.

Adam ladró con fuerza, moviéndose inquieto por mi alrededor, a lo que yo le gruñí hasta levantarme del sitio. En cuanto volvió a empujarme, salió escopeteado hacia el bosque y yo me lo quedé mirando.

—Tu amigo se va —dijo Jackson divertido— ¿O te quieres quedar con nosotros?

Sin decir nada fui corriendo, tirando a Claude del sitio antes de ladrarle. Mis sonidos se enlazaron con las maldiciones del chico que cayó al suelo y, antes de que dijera algo comprensible entre esa maraña de tonterías, corrí hacia el mismo lugar que Adam.

—¡Adiós! —gritó Sasha.

Y todos los demás sonidos se perdieron cuando ingresé entre la densidad del bosque, intentando encontrar la esencia de ojiazul. Pero era débil, lo que me resultó extraño, y no hacía mucho que se había alejado del lugar. Por ello, la mejor opción que me vino a la mente fue la de que se transformó para darme un susto en algún momento.

Por desgracia el tiempo fue pasando y, con ello, las posibilidades de sorprenderme fueron cada vez a menos; en picado. Nunca se había demorado tanto para asustarme, y desde luego que mis emociones con la Luna Llena no me hacían ser demasiado estable. Temí rozar la ansiedad en cualquier momento, empujándome a aquella vorágine de terror y soledad, aquella que creía haberla alejado en mayor medida.


Los animales iban y venían a su ritmo, incluso pude ver con mis propios ojos a algunos cambiantes que estaban camuflados entre los pájaros y los grupos de ciervos. Tenía razón Adam cuando decía que, nuestra raza, tenía que ser experta en el camuflaje y evitar así que otros le dieran caza. 

En esta ocasión adopté el cuerpo de un zorro común, ya que si fuera el del desierto llamaría demasiado la atención. Ya era muy cantoso siendo un husky, mas se podía dejar pasar con algún pero de por medio. El problema era esta extraña sensación de no habérmelo encontrado durante todo este tiempo. Quizá cerca de una hora.

Deambular en este lugar no era aterrador, quitando la idea de que los cazadores más jóvenes de Whitby estaban dentro del perímetro nordeste. Pero sí lo era la idea que rondaba en mi cabeza, repitiéndose como un mantra que, en lugar de ofrecerme paz, otorgaba inquietud: Adam estaba herido en algún lugar.

Fue por ello que pasé de caminar con algo de prisa a correr de un lado a otro, mirando en todas las direcciones que mi mente pudiera almacenar. Más pájaros, más animales pequeños, algunos lobos que me observaban con desconfianza en sus grupos de tres o cuatro individuos, olores extraños que me alteraban y aturdían los sentidos, luces intermitentes y la extraña nubosidad del cielo. 

¡Adam! —lo llamé todo lo alto que pude hacerlo con mi mente—. ¿Dónde estás?

No hubo respuesta y la inquietud se acentuaba cada vez más en mi cuerpo, nublando mi mente y azotando el pecho. Tenía que haber pasado algo, porque él nunca me dejaría tan desprotegido. Bueno, tampoco era un completo inútil, ya no, pero era imposible alterarme por este tipo de circunstancias que se me escapaban de entre los dedos.

𝕯 e s e i   [2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora