♧Capítulo 19♧

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Leonor Mitchell

Entreabriendo un los ojos, lentamente me incorporo en la cama. Siento la cara caliente y los labios secos. En la oscuridad de mi habitación, busco con mi mano mi teléfono móvil. Toqueteo por todas partes hasta que por fin lo siento debajo de mi almohada. Lo prendo y la luz de la pantalla me encandila, haciéndome entrecerrar los ojos otra vez. Cuando mi vista se acostumbra a la luz, la imagen del celular se vuelve nítida y puedo ver como en la pantalla dice que son las 3:25 de la madrugada. Dejo el celular sobre mi regazo y me froto los ojos con las manos. Me siento somnolienta, pero mis pensamientos no me dejan volver a dormir. Ya van 2 noches en las que esto pasa y me estoy cansando de despertarme en la madrugada.

Con mucha pereza, salgo de la cama y me dirijo a la cocina por algo de comer. Una vez enfrente del refrigerador, lo abro y empiezo a examinar mis opciones. El refrigerador está lleno de muchas cosas, hay desde yogur, embutidos, jamón, aderezos, incluso algo de sopa de la que mi madre preparo en la tarde. Estiro mi mano y tomo el jamón y la mayonesa para prepararme un sándwich. Cierro el refrigerador y dejo las coas en la mesa y voy a la alacena para tomar el pan. Cuando tengo todo lo que necesito, procedo a hacerme si cena de madrugada.

Hecho mi sándwich, voy a la sala y prendo el televisor. Le pongo en algún canal donde pasan películas de los años 80's y me dispongo a comer lo que me preparé. Paso un rato frente al televisor, mientras saboreo la deliciosa combinación del jamón, la mayonesa y el pan.

*No sé cuánto tiempo pasa exactamente, pero cuando por fin estaba quedándome dormida de nuevo, una voz masculina me llamo desde el fondo de la sala de estar.

—Leonor —la voz dijo en un susurro apenas perceptible.

Me sobresalté al escucharlo. Al principio creí que se trataba de mi padre, el cual escucho ruidos aquí abajo y bajo para cerciorarse que no había ningún ladrón en la casa. Pero en cuanto apagué la tele y me giré, me di cuenta de que no había nadie.

—¿Papá? —pregunté, pero al parecer estaba yo sola.

Busqué con mi mirada por toda el área. La cocina, el comedor, la sala y las escaleras. Pero no vi a nadie.

Seguro fue mi imaginación, pensé.

Comencé a arrastrar mis pies hasta mi habitación. Cuando llegue a pie de las escaleras, una sensación desconocida me sacudió el cuerpo. Todo en mí se estremeció y me aferré con todas mis fuerzas de la estructura de madera. Como pude empecé a subir, pero entre cada paso que daba me sentía con menos fuerza. Supe que estaría punto de desmayarme cuando mis piernas de doblaron y caí sobre ellas en uno de los escalones. Trate de no cerrar los ojos, pero con un movimiento lento me fui inclinando poco a poco hacía adelante, mi cabeza se golpeó con la madera y todo se volvió negro.

Desperté de golpe, pero no estaba en las escaleras. Ni siquiera estaba en mi casa. El lugar me resultaba vagamente familiar, sin embargo, no pude descubrirlo del todo. Era un cuarto blanco.

Cuando quise moverme, me di cuenta de 2 cosas. La primera de ellas es que estaba sentada en una silla, y la segunda, estaba atada de pies y manos a ella. Comencé a mover las 4 extremidades de mi cuerpo, sin embargo las sogas que me mantenían atrapada estaban lo suficientemente apretadas como para que me doliera cada vez que haga un movimiento por muy leve que este sea.

Noté un ligero movimiento en la parte derecha del cuarto. Gire la cabeza y vi como lo que parecía ser un doctor estaba preparando lo que parecía ser una inyección con un líquido transparentoso. Lo observé por un momento.

—¿Por qué estoy aquí? —pregunté temerosa.

El doctor levantó la vista hacia a mí, me dio una mirada de fastidio y volvió con lo que estaba. Ni siquiera salió un sonido de su boca.

Grita mi nombre © [EDITANDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora