Ethan vigilaba cautelosamente a Marsala mientras conducía, sin duda para sujetarlo si intentaba escapar del auto o para darle un empujón si se le abalanzaba.
Naturalmente, Marsala no hizo ninguna de las dos cosas, y Kerry, miserablemente encorvada en el asiento trasero, se dio cuenta de que estaba tan confundida que había perdido la esperanza y no podía contener las lágrimas. Pero en cuanto lo pensó, dejó de hacerlo. Se mordió el labio, intentando recuperar el control, segura de que, como iba tan callada, nadie le prestaría atención.
- ¿Kerry? -Ethan, dividiendo su atención entre Marsala y el camino, echó un vistazo rápido a Kerry. Y después otro- ¿Te hizo daño? -Antes de que pudiera contestar, agarró a Marsala por el cuello de la camisa y lo zarandeó tanto que le rebotó la cabeza en la ventana lateral-: Si le hiciste daño...
- ¡No! -dijo Kerry al mismo tiempo que Marsala-. Estoy bien -insistió.
Consiguió ver el reflejo escéptico de Ethan en el retrovisor. No soltó a Marsala hasta que tuvo que cambiar la velocidad, y aun entonces lo hizo a regañadientes.
¿Cómo debía interpretar eso? Apoyó la frente en una mano y no se movió hasta que Ethan estacionó el auto en la entrada de la casa de Marsala.
-Sal -le dijo a Marsala, y lo empujó para que se deslizara por el asiento y saliera. A Kerry le dijo-: Quédate aquí.
-No. -Con seguridad cuando Marsala le dijo que no dejara que Ethan los separara fue más por temor de separarse de su pistola que de ella, pero no podía abandonarlo justo en este momento. Marsala estaba del lado de la razón, se dijo mientras los azules ojos de Ethan, sorprendidos, se volvían a mirarla. Recuerda la casa de Regina, se dijo. Recuerda el pantano de Bergen-. Si alguien se asoma y me ve aquí sentada, sospechará.
-Está bien -dijo Ethan en un tono que fue como un témpano de hielo deslizándose bajo el cuello de su abrigo-. En ese caso, puedes traer la caja.
¿Ya había adivinado que lo había traicionado? ¿Acababa de fallar en su última prueba al no admitirlo y no pedir su perdón? No seas tonta, se dijo. Si Ethan sospechaba de ella, no lo veía perdiendo tiempo y esfuerzo en pruebas.
En esta ocasión utilizaron la llave de Marsala y encendieron la luz que alumbraba el hueco de la escalera de entrada.
-Sube -ordenó Ethan.
Kerry los siguió.
- ¿Te gusta la idea de beber mi sangre en mi propia casa, vampiro? -preguntó Marsala—. Es lo que la otra, la hembra, habría hecho también. Anduve detrás de sus pasos. La seguí durante dos años antes de que me llevara hasta ti, y acabé aprendiendo sus hábitos. Tenía un gran sentido de la ironía.
Al llegar a lo alto de la escalera Ethan lo empujó a la sala.
- ¿O vas a dejar que la chica me desangre? ¿Así es como se realiza la transición, con el primer homicidio?
Kerry dejó la caja del cazador de vampiros, en lo alto de la escalera, preguntándose si estaba ganando tiempo o si realmente creía lo que acababa de decir, como si el hecho de ayudarle no hubiera sido suficiente para convencerlo de que Ethan nunca la había mordido.
-Nadie va a alimentarse de ti -dijo Ethan. Puso a Marsala de espaldas contra la pared tomándolo de los hombros, de modo que no podía agarrar la pistola.
¿Por qué no lo hizo antes?, pensó Kerry. ¿En el auto, en la entrada, al subir las escaleras? No porque quisiera que matara a Ethan, pero sabía que no había otra salida.
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Compañeros de la noche
Novela JuvenilA escondidas de su padre, Kerry sale a medianoche a recuperar el oso de peluche que su hermanito olvidó en una lavandería, sin imaginar la escalofriante sucesión de acontecimientos que la marcarán de por vida a lo largo de esa terrible noche.