–Es un vampiro –repitió Kerry con voz neutra. Era mejor no dejarles ver que sabía que estaban dementes.
Roth y el dueño de la lavandería Lavarrápido asintieron al unísono. Sidowski la observaba de cerca, a la espera, estaba segura, de que cometiera un error y demostrara que también ella lo era. Ethan, su aporreado y sangriento vampiro, la miraba con una expresión de aturdida desesperación. Kerry se preguntó si había sufrido una conmoción cerebral y qué probabilidad habría de que perdiera el sentido o entrara en coma debido a sus heridas. De alguna manera, a pesar del pánico que le obnubilaba la cabeza, recordó que constantemente hablaban del amanecer y de que habían pedido una videocámara. Las cosas empezaban a tener sentido.
–Lo van a tener aquí hasta el amanecer – dijo–. Para ver si al salir el sol... ¿Qué? ¿Hará que se derrita? ¿Que estalle en llamas? ¿Qué?
Deben de haber pensado que se burlaba de sus creencias. Se limitaron a mirarla con esa expresión examinadora.
No se atrevió a pronunciar la otra posibilidad. No se atrevió a preguntar: ¿O planean atravesarle el corazón con una estaca?
–No sé qué creen que hizo... –empezó, luego se corrigió y fue menos crítica–. No sé qué hizo, pero ¿no podríamos hacer algo para que no se desangre hasta morir entre ahora y el amanecer?
Roth soltó un bufido.
–No creo. No está tan malherido. Es una actuación en tu honor.
Kerry iba a ponerse de pie, pero el dueño de la lavandería le puso las manos en los hombros con fuerza y Sidowski dejó ver una pistolera que colgaba bajo el brazo, recordatorio indudable de que se trataba de hombre a los que había que tomar en serio.
–Yo sólo... –le temblaba la voz como si estuviera hablando a través de la aspas en movimiento de un ventilador eléctrico–. Yo sólo quería tomar algunas toallas de papel del mostrador para tratar de detener la hemorragia.
–No se va a morir –dijo Sidowski–. Los vampiros son más fuertes que la gente normal.
El dueño dejó de apretarle los hombros.
–Dejémosla que se sienta útil –les dijo–. Quizás eso impida que haga alguna tontería.
Pero Sidowski no se movió para dejarla pasar, lo que probablemente significaba que quería mostrarle que no estaba de acuerdo, y tuvo que rodearlo. De todos modos, la ventaja fue que cuando llegó al mostrador él sólo podía verle la espalda.
Kerry no había planeado nada parecido a lo que cualquiera de los tres hombres pudiera llamar "alguna tontería". Pero en cuanto llegó a la caja, vio el cenicero con la navaja de afeitar que había encontrado bajo el mostrador. Sin una idea clara de qué haría con la navaja, pero dándose cuenta de que no tendría otra mejor oportunidad de tomarla, y sabiendo que si vacilaba, si miraba para verificar que nadie estuviera viendo la pescarían, estiró el brazo para tomar el rollo de las toallas de papel y aprovechó para deslizar los dedos sobre el cenicero.
Aun cuando la navaja le cortó los dedos, se las arregló para mostrar una cara inexpresiva. Sabía que más tarde le dolerían más, pero por el momento continuó el movimiento para tomar las toallas. Apretó los dedos contra el rollo lo más que pudo, tratando de ocultar y al mismo tiempo detener el sangrado.
Al darse la vuelta se encontró cara a cara con el dueño de la lavandería.
Ya la metiste, se dijo y se preparó para...qué, no estaba segura, pero se figuró que le dolería mucho.
Sin embargo, él se apartó para que pasara. La caja, se dio cuenta Kerry, con un suspiro de alivio que rápido disfrazó con un estornudo. Desde el principio se dirigía a la caja, y no hacia ella. Enderezó la silla que se ladeó cuando Roth la sacó de debajo del mostrador y se sentó, abriendo un cajón.
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Compañeros de la noche
Roman pour AdolescentsA escondidas de su padre, Kerry sale a medianoche a recuperar el oso de peluche que su hermanito olvidó en una lavandería, sin imaginar la escalofriante sucesión de acontecimientos que la marcarán de por vida a lo largo de esa terrible noche.