El número de tipos malos en el establecimiento estaba a punto de aumentar. Si iba a hacer algo, Kerry supo que ese momento era su última oportunidad.
Cuando Sidowski giró y se dirigió a la puerta de atrás, le susurro a Ethan al oído:
-Inclínate hacia adelante -y le empujó el hombro para separarlo lo más posible del lavadero. Ethan estaba entre ella y la puerta, lo que impedía un poco que Sidowski viera lo qué estaba haciendo. Pero de Roth se apartaba de la ventana del frente todo estaría perdido.
Nuevamente se cortó los dedos cuando sacó la navaja de afeitar de su bolsillo y quitó la toalla de papel donde la tenía envuelta. No había tiempo para pensar en eso. Alcanzó a oír que un auto se estacionaba frente a la lavandería.
Detrás de Ethan había buenas y malas noticias. Las buenas eran que el dueño de la lavandería lo había atado a la pata del lavadero con otra soga y no con la que le ataba las manos. Esto quería decir que sólo tenía que cortar la que le ataba las manos por detrás y la otra caería automáticamente. Las malas eran que quienquiera que lo había amarrado había pasado la soga alrededor de ambas muñecas tres o cuatro veces, entrecruzándola.
No había tiempo. Sencillamente no había tiempo para cortar todas las sogas. Kerry de quedó paralizada al mirar semejante maraña.
Oyó que Roth murmuraba junto a la ventana:
-Caray, Marcia, para el auto de una vez -repiqueteó con fuerza en el vidrio-. ¡Estaciona el dichoso auto! -gritó, y Kerry se percató de que todavía no apagaba el motor.
Le está resultando difícil estacionarse en paralelo, comprendió Kerry. Entendió su situación. Pero, mejor aún, Marcia respetaba las normas de conducir de día cuando todo es normal y no quería bloquear el acceso al hidrante para incendios.
Era posible que tuvieran una oportunidad, después de todo. Kerry empezó a cortar la soga por encima de la muñeca derecha de Ethan. Corría el riesgo de cortarle. Tenía que actuar rápido. Seguramente no tendría otra oportunidad.
El motor del auto se detuvo, justo cuando Kerry había cortado un lazo. Sólo quedaban tres.
Se abrió la puerta de un auto, luego otra inmediatamente después; Kerry supuso que el dueño de la lavandería se había aproximado a abrir la puerta del copiloto para tomar la tan esperada videocámara.
A la mitad del segundo lazo ambas puertas se cerraron. Hizo mayor presión y se le resbaló la navaja, haciendo una pequeña incisión en la muñeca de Ethan, que brincó pero no profirió sonido. Ella se quedó paralizada. Una cantidad inquietante de sangre se deslizó por las manos de Ethan. La gente se suicida cortándose las muñecas. ¿Cuánto tiempo tardaban en desangrarse?
-Sigue - le susurró él. ¿Sabía qué la herida que su supuesta salvadora acababa de infligirle podía ser grave? A estas alturas eso carecía de importancia.
Apretó los dientes y aplicó la navaja a la soga una vez más, aunque la sangre le impedía ver bien qué estaba haciendo.
Sintió que el segundo lazo cedía en el momento en que Sidowski abrió la puerta trasera de la lavandería, y ya había empezado con el tercero cuando él finalmente exclamó:
-¡Por fin! Pero dio media vuelta y la vio-. ¡Hey! -vociferó- ¿Qué estás haciendo? Kerry cortó la soga hasta el final. Ethan aguantó la respiración cuando ella le abrió la muñeca por segunda vez.
Todo para nada, pensó, pues le quedaba otro lazo por cortar y no había forma de hacerlo con Sidowski a diez rápidos pasos de distancia. Dejó caer la navaja de afeitar y se limpió la mano izquierda, la que tenía menos sangre, en las piernas del pantalón. -Nada - respondió-, sólo alcanzando el oso de mi hermano.
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Compañeros de la noche
JugendliteraturA escondidas de su padre, Kerry sale a medianoche a recuperar el oso de peluche que su hermanito olvidó en una lavandería, sin imaginar la escalofriante sucesión de acontecimientos que la marcarán de por vida a lo largo de esa terrible noche.