Capítulo 1

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Cuando Ian entró en su habitación para pedirle un favor, Kerry nunca pensó que su hermano de cuatro años le solicitaría hacer algo que la pondría en peligro de muerte.

-¿Qué clase de favor? -preguntó, poniendo un dedo en el libro para no perder la página. Eran casi las once de la noche, su maestro de literatura de segundo había dicho que tendrían examen al día siguiente y todavía le faltaban cincuenta páginas, sin que el autor tuviera ninguna prisa por acabar de tejer la trama.

-Dejé a Patudo en la lavandería -dijo Ian. Patudo era el koala de peluche de Ian.

-Ian -señaló Kerry lo mismo que acababa de darse cuenta en el momento en que su hermanito entró en la habitación-, es media noche. Se supone que deberías estar durmiendo en tu cama, se supone que yo debería estar durmiendo en mi cama, papá está durmiendo...

El labio inferior de Ian empezó a temblar y Kerry, con síntomas de agotamiento, se pasó la mano por la frente.

-No llores -dijo. Desde que mamá se había ido Kerry no podía soportar que Ian llorara-. Tal vez  lo olvidaste en la casa de Greg.-Ian sacudió la cabeza-. O en el auto de papá.

-No - dijo Ian-. Estaba jugando debajo del mostrador donde doblas tus cosas. ¿Ya sabes, ese de rayas rosas que no es como los otros?

Kerry no sabía pero asintió para que continuara.

-Estaba usando el carrito de la ropa como fuerte. Sé que ahí fue donde lo dejé, debajo del mostrador de rayas rosas. ¿Puedes ir por él?

Kerry sacudió la cabeza.

-Mi permiso de conducir es de principiante y no estoy autorizada para conducir si no me acompaña alguien con licencia -explicó-. Me metería en un lío con papá y con la policía. Patudo estará bien sin ti por una noche. Será como si estuviera de acampada.

Si Ian hubiera hecho un berrinche habría sido más fácil resistirse. Pero se quedó ahí parado en silencio con las lágrimas rodándole por la cara. Luego, muy despacito, dijo:

-No será como si estuviera de acampada. Lo van a robar.

-Ian, tesoro, las personas que van a las lavanderías a media noche no son las que acostumbran robar pequeños koalas raídos.

-Patudo no está raído -dijo Ian-. Si fuera Corny, a ella no la abandonarías.

Kerry dirigió la vista a su tocador, donde estaba el unicornio que tenía desde los dos años. Ahora que tenía dieciséis, Corny rara vez viajaba más allá de la cama al tocador, pero Ian la había convencido.

-Está bien, está bien. -Kerry sacó el dedo del libro-. Pero te acercas a la puerta de papá y te aseguras de que está roncando, o no voy. Y si papá despierta, le dices... -¿Qué se le puede decir? ¿Qué historia podría tragarse? ¿Y qué estoy haciendo, enseñándole a mentir a un niño de cuatro años? ¿No hubo ya suficientes mentiras en esta familia antes de que mamá se fuera?- Le dices a papá que no tardaré - concluyó.

Echó a Ian de la habitación, se embutió los jeans y se metió la camiseta de dormir con la leyenda NO ME HABLEN POR LA MAÑANA. Luego se abrigó y pensó que, de todos modos, si la detenían estaría en un lío demasiado gordo para avergonzarse de su vestimenta. Finalmente, se amarró el pelo en una cola de caballo sin siquiera mirarse al espejo.

Todo esto era culpa de su mamá. Ni siquiera tendrían que ir a la lavandería si no los hubiera abandonado y se hubiera mudado a Brockport, Nueva York, a Quién Sabe Dónde, en Florida, a estudiar para investigador privado, desde entonces había enviado una sola postal. No se llevó el auto porque el tipo con el que se fue tenía uno mejor, pero sí se llevó la lavadora y la secadora.

Compañeros de la nocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora