Capítulo 21 - Reacciones

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Capítulo dedicado a @PaoCrild1 <3

¡SE PUSO EL APELLIDO CRILD DE USEEEEEEEEEEEEEEER! *EXPLOTA*

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Tiffany.


Cuando estaba pequeña mis padres me hacían tomar decisiones difíciles.

Tenía ocho años cuando me compraron un perrito por el que lloré de alegría. Se llamaba Chocolate y lo amaba con mí ser, pero el perro se enfermó poco después de algo que ni el mejor veterinario del mundo pudo curar. Mis padres me hicieron decidir, ¿tenerlo hasta que muriera enfermo o inyectarlo antes de que sufriera más? Tardé en decidir dos semanas. Lloraba la mayor parte del tiempo, (obvio en mi habitación para que nadie me viera así) y luego me acostaba junto a él acariciando su pelaje que poco a poco perdía el brillo saludable. Mis padres no me presionaban, pero sabía que la decisión estaba en mis manos así que cada vez que mirada a ese hermoso perro llamado Chocolate me odiaba a mí misma porque no quería ser yo quien decidiera su destino, le decía -si fuera por mí, tú no tendrías que pasar por esto-, como si me entendiera.

La segunda semana sus chillidos me levantaban sudando de preocupación y entonces notaba que la mayor parte de ellos venían de mis pesadillas, del miedo a que sufriera si yo no tomaba una decisión rápido, así que me apresuré a hacerlo. Inyección. Lloré tanto, me aferré tanto a ese pequeño cuerpo y grité tanto que mi padre tuvo que sacarme cargada de la pequeña sala porque mis gritos y actitud violenta no eran permitidos en las instalaciones. Y luego de eso, esa fue mi actitud diaria.

No lloré, nunca más me permití hacerlo, pero me volví violenta, malhumorada y un peligro para cualquiera que me sacara de mis cabales. Mis padres me llevaron con psicólogos, psiquiatras e incluso a un albergue de perros intentando apaciguar mi comportamiento, pero yo no quise nada de eso y me volví aún más violenta con las personas que intentaban ayudarme. Fue así como un día golpeé a un niño en la escuela y un hombre me dijo que servía como boxeadora si dejaba de actuar como un cavernícola con hambre. Ese hombre era Wesley, el hombre que convenció a mis horrorizados padres y se volvió mi entrenador al que le debo incontables triunfos y medallas de oro.

Mi comportamiento reservado, desconfiado y malhumorado no se fue en ningún momento, pero la disciplina del deporte me dio la fuerza necesaria para controlar la violencia y se volvió el escape de mis sentimientos sin tener que demostrar una pizca de ellos.

Todo fue así, hasta que apareció Simón con su estúpida sonrisa que hizo que todo me temblara y que mis comentarios hirientes parecieran chistes junto a sus risas casi encantadoras. Me sentía confundida, aturdida y molesta porque mis tácticas no parecían tener efecto alguno en él, al contrario: mientras más dura me mostraba, más enganchado parecía. Así que me convencí de que si lo dejaba conocerme mejor, tal vez él huiría sin necesidad de tanto esfuerzo, error. Mostrarle mi personalidad pareció enamorarlo el triple y sin poder evitarlo nuestros encuentros fueron volviéndose tan necesarios como el boxeo para mí. Hablarle, verlo sonreír, escucharlo hablar, contarle sobre mi día, escuchar sobre sus tragedias, compartir con él... Cada vez que lo veía el corazón me daba un vuelco y lo que pensé que nunca me pasaría, sucedió: me besó. Nos besamos, nos besamos más y aprendí quinientas formas de robarle el aliento a alguien sin necesidad de darle un golpe en el estómago.

Conquistando a Sarah ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora