Sarah no quiere sufrir. Ella tiene su vida muy clara: su futuro está al lado de un coreano. ¿Entonces por qué cada vez que tiene la oportunidad cae en los encantos de Anthony Soublette? Ella no lo sabe, pero sin duda toda la culpa es de ese chico q...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Anthony.
—Lo que busco son personas cualificadas que puedan dominar cualquier platillo, que puedan desenvolverse y saber comportarse ante cualquier área y sobre todo; ante cualquier cliente. ¿Ustedes tienen eso?
— ¡Sí, chef! —los nuevos empleados responden automáticamente y Dania alza las comisuras de sus labios antes de entrecerrar los ojos observándolos con severidad.
—Muchas palabras y poca acción, niños. Demuéstrenlo.
Todos comienzan a posicionarse en distintos lugares y yo suspiro acercándome hacia mi mejor amiga. Como era de esperarse, me toca darle las mismas instrucciones a los nuevos meseros y ayudantes de camareros. El maître está fuera de servicio porque su esposa acaba de dar a luz y como único responsable de esa área tengo que encargarme personalmente.
No despedimos a nadie ni nada de eso, pero muchos de nuestros empleados tomaron sus merecidas vacaciones y contrataremos a unos nuevos para poder atender bien en fechas festivas. Las vacaciones que doy siempre son de treinta días, ni más ni menos. Muchos las toman para poder viajar y estar libres en el día de acción de gracias, pero otros deciden esperar para pasar navidad y el último día del año con su familia.
— ¿Qué pasa? —Dania frunce el ceño irritada y yo suspiro porque sé que está igual de molesta conmigo que yo con el mundo.
He estado de mal humor todos estos días y aunque he intentado no pagar mis desgracias con los demás, no he podido contener mi mal genio y estoy al borde con todos los empleados. Incluso con Dania, que ya ni siquiera soporta mi presencia y está irritada de tenerme en su cocina.
— ¿Por qué doce? Acordamos que serían nueve para no tener problemas cuando llegaran los demás —me cruzo de brazos y ella deja de anotar en su libreta observando a los nuevos cocineros a su alrededor.
—Estoy haciendo pruebas, ¿crees que se elige tan fácilmente? —su voz sale tan peligrosamente lenta que decido asentir y salir antes de que me clave el lápiz en un ojo.
Todos los empleados agachan la mirada cuando paso y yo aprieto mi mandíbula observando a los jóvenes, inexpertos y temerosos camareros con mucha seriedad. Algunos no son jóvenes, pero eso no impide que me miren con temor y algo de duda en sus ojos. Están al tanto de la situación porque Abel se encargó de alertar a todos sobre mi mal humor.
Son veinte meseros y veinte ayudantes de camareros. El restaurante es sumamente grande y para mantener el prestigio es necesario que los clientes tengan un excelente trato y atención por parte de los empleados. En estas fechas se requiere más ayuda de la necesaria y contando a los viejos empleados, son sesenta personas en total.
— ¿Nombres? —pongo las manos detrás de mi espalda y camino lentamente escuchando las respuestas con atención. Me gusta aprenderme los nombres de todos mis empleados. Eso lo aprendí de mi padre.
