Capitulo 12

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—¿Entonces estás bien?

Suspiré. La voz de Gerardo resonó a través de la llamada del celular.

Mi vista clavada en el techo blanco no se apartaba. La voz apaciguada de mi amigo me relajó y me hizo transportarme momentos atrás cuando vivía en Seattle y todo era paz. Una paz tranquila y relajante, aburrida y monótona. Mi rostro estaba serio, ninguna expresión salía de mis facciones, y era realmente porque así me sentía. Me espantaba quedarme así para siempre.

¿Estás bien? No ¿Qué tienes? No lo sé.

—Si— contesté a su pregunta. Mi voz salió segura y sincera.

Mentira.

Mentirosa. Eso eres, una mentirosa de primera.

—¿Segura? ¿Cómo sientes tu muñeca ahora?— preguntó tranquilamente.

Me encontraba nuevamente en la oscuridad de mi recámara, hundiéndome en mis pensamientos y explicándole a Gerardo todo lo que había pasado. Su voz angustiada cuando contestó la llamada luego de que saliera de la escuela y viera mi llamada perdida, fue lo que me ahueco el corazón y me hizo sentirme estúpida. ¿Por qué por mi inmadurez la gente tenía que salir afectada?

—Bien. Casi no me duele.

Mentira.

Sentí un poco de repugnancia hacia mí misma por la lengua filosa que tenía. ¿Estás bien?

Si, estoy bien.

Una respuesta y miles de mentiras, ¿por qué esa era la pregunta con más mentiras? No lo sé. Me gustaría saber, aunque fuera una de esas mentiras. Parpadeé, recordando este momento como si hubiera sido hoy, cuando me caí, justo estaba acostada en el suelo de mi recámara, hablando con Gerardo con las luces apagadas. Eran las cinco de la tarde y hacia un buen rato había terminado de comer con los Moore, cuando terminé apresuradamente me quise escapar inmediatamente para no estar en ese aire tóxico que yo misma había creado.

—Me siento mal porque yo te distraje— susurró.

Claro que no, eso, me empujó.

Todavía no recordaba con certitud que era lo que me había provocado la caída, mis pasos eran tan lentos como una tortuga que mi mente seguía rondando en la pregunta ¿Cómo me caí? O más bien ¿Qué era eso?

—Gerardo- reproché- Claro que no fue tu culpa.

Fue culpa de eso.

-Fue mi culpa, tenía las luces apagadas y todavía no me acostumbro a las escaleras de aquí. Están muy altas- continué- Por favor no me hagas sentir mal porque tu te sientes mal. No fue tu culpa.

Un suspiro derrotado sonó por la línea.

-Si hubieras estado aquí en Seattle nada de esto hubiera pasado- hizo una pausa como si su mente estuviera nadando en recuerdos del pasado- Pero no podemos regresar el tiempo y cambiar decisiones.

-Tienes razón en cierta parte, ¿cómo me iba a caer en la casa de Seattle por la que corrí cuando era una niña? Si me vendaran los ojos pudiera caminar por todo el lugar sin caerme. Incluyéndote- Gerardo río levemente. La inconclusa de lo que había dicho mi amigo antes de que callera de las escaleras llegó a mí, le inquirí- Oye, ¿qué era lo que me habías dicho cuando estaba bajando las escaleras?... Recuerdas. Mm.. Ayer.

-Ahh, eso. Sí. Es desafortunadamente algo que no me gusta recordar. Roma ¿Estás bajando las escaleras en este momento? Creo que fue una maldición que justo cuando te iba a decir algo importante te cayeras.

Reí.

-No, no estoy haciendo nada. Mano esguinzada y reposo total. ¿Recuerdas?

-Bueno. Te decía. Cuando... tú, cuando teníamos trece años me llegaste a gustar y no fue, hasta que una tarde que estabas dormida te... robe un beso y solo así me di cuenta que lo que sentía por ti era hermandad.

Eternamente Tú  (En Proceso)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora