Capítulo 13

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—Roma.

El chico de playera blanca y suéter negro habló nuevamente con una voz que describí como grave, algo que me causó un conflicto interno porque me gustaba escucharla pero no en esta disposición manteniéndonos solos en una habitación.

Mis ojos giraban como un colibrí de aquí a allá por toda la habitación, observando desde la foto enmarcada en un cuadro de color blanco con una foto de Esther con un bebé recién nacido en brazos envuelto en mantas, hasta el cuadro de una pintura abstracta con color ocre y vino, la pintura tenía trazos irrelevantes y sin camino fijo como si el pintor hubiera dejado que su mano cobrara vida y lo guiara.

Me había alejado unos pasos del chico que hacía que mis entrañas se revolvieran, empujando mi cuerpo a la ventana con cortinas blancas fuera de su espacio personal. Mis manos dentro del bolsillo de mi pantalón de mezclilla claro, indicaban cuán nerviosa estaba, eso y mi lenguaje corporal en general.

Hombros tensos y preparados a cualquier movimiento, mirada quisquillosa desviando la atención de un punto fijo, las manos dentro de mi bolsillo, mi respiración levemente entrecortada, el sudor que se había colado ligeramente en mi frente y el tintineo de mi zapato contra el suelo hacían que mi estado se notara muy obvio.

—¿Qué sucede?— contesté un poco a la defensiva.

—Précieux relájate un poco— alzó los brazos mostrándome sus palmas en un gesto donde demostraba que no tenía de que temer.

—¿Cómo me llamaste? ¿Pre...? ¿Qué es eso?

—Précieux, significa preciosa en francés. Tú lo eres.

Tragué saliva y las palabras se escaparon de mi boca sin dejarme contenido para crear una oración y contestar. Me quedé sin palabras. Así me dejaba el frecuentemente, sin saber que decir.

—¿O prefieres belleza?— sus ojos se desviaron de los míos para pensar un momento. Agregó decidido; —Suena de igual forma para mí en ambos idiomas.

—Por algo me pusieron Roma.

Asintió concuerdo lamiéndose los labios mientras sus pozos claros me veían de vez en cuando.

-—Exacto— su peso que anteriormente estaba inclinado en la pierna derecha paso a ambas piernas acotando una postura recta e imponente— Pero todos te llaman así. Yo quiero algo diferente.

—Eres el único que ha querido llamarme diferente.

Las palabras socarraron mis labios delicadamente cuando tomé asiento en la esquina izquierda de la cama de fundas blancas. El castaño claro jugueteó con sus labios mirando a la ventana en una muestra de orgullo.

—Es que soy diferente.

Asentí en concuerdo lamiendo mis labios, fijé mi atención un segundo en la agujeta desamarrada de mis tenis blancos e incliné mi cuerpo para arreglarlo. Una vez el perfecto nudo quedó a la vista regresé a mi postura anterior, espalda recta, manos descansando en mi regazo, semblante neutro.

—¿Sabes francés?

—Sí.

El cuerpo de Abid se posó delante de la ventana para que se hincara y su cuerpo descansara en el suelo. Se sentó. Alzó una pierna y la otra quedó extendida sobre el suelo de madera, colocó un brazo en la pierna inclinada. Su zapato negro casi surcaba con los míos.

—¿Dónde aprendiste?

—Cuando éramos pequeños mi mamá nos metió a cursos intensivos de francés porque tenemos familia de Francia que rara vez visitamos. Y quería que conociéramos a la familia.

Eternamente Tú  (En Proceso)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora