Capitulo 16

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La avaricia de mis miedos burlándose de mi misma me estaban despedazando. Mi mente estaba en su máximo esplendor de llenarme de pensamientos dañinos. Me encontraba en un rio de paradas perniciosas y por más que mis esperanzas me rogaban seguir remando el daño mental que yo misma me creaba era agotador.

Podrían llamarme exagerada, y tal vez no estaba muy lejos de serlo. Y aquí es donde tendría que venir con el pero, como una excusa para ocultar mi dramatismo. Pero la verdad ni respuesta a mi dolor tenía. No tenía respuestas para justificar mi pena que para algunos dramático podría ser.

Solo podía resumir como mis días habían sido: Constaban en una rutina programada por mi cerebro de levantarme con pesadez para arreglarme (arreglarme con menos decencia) e ir a la universidad para hundir mis sesos en los estudios. Llegar a casa sintiendo piedras en mi espalda que comenzaban a encariñarse conmigo, platicarle fingiendo bienestar a mi mamá en una comida llena de asquerosas mentiras que mi boca en automático soltaba. De vez en cuando tenía llamadas con Gerardo, el amigo con el que mis tormentos desaparecían solo unos minutos para luego volver con más remordimiento. De ahí toda la tarde me consumía en los estudios y el baile (mi única medicina sana).

Y solo habían pasado dos semanas de que el chico presa de mis sueños me había comenzado a tratar con una indiferencia dolorosa.

¿Por qué me trataba así?

Ni yo lo sabía. Mi mente le buscaba respuestas cada vez más elocuentes para justificar el trato del castaño claro. Cuando iba a su casa, frecuentemente él no se encontraba. Los primeros días, iba de vez en cuando a comer o pasar el rato por obligación de mi madre, y una inexistente presencia me abrazaba de parte de Abid. Su mamá no hablaba mucho de él y su preocupación o curiosidad por la desaparición repentina del chico no era notoria, y bueno, me dije que solo lo conocía de casi un mes y no sabía cómo era su rutina familiar antes de que se infiltrara bajo mi armadura. Tampoco lo veía en la universidad, y no es que nos hubiéramos ido muchas veces solos del tramo de la escuela a nuestras casas, (yo, Alterd y Abid). Pero aun así no coincidía conmigo. No lo había visto en las anteriores dos semanas y no sabía cómo rayos era tan bueno para evitarme.

—Te ves jodida Roma.

Mis palabras dichas con recelo a mí misma salieron a flote. Miré mi reflejo en el espejo con un aburrimiento cotidiano, mis ojos ignoraron las ligeras marcas oscuras debajo de mis cuencas azules y la piel reseca y pálida que sobresalía de mi cutis. Trataba de ignorar todos los sentimientos embriagadores de depresión que con burla se colaban en mi corazón. Me sentía estúpida por sentirme depresiva y desolada por un chico cuya presencia había conocido en menos de un mes. En menos de un mes, sus ojos en mis sueños se habían colado. En menos de un mes, su sonrisa ladeada presa en mis alucinaciones se había guardado. En menos de un mes, sus labios un lugar adictivo y gustoso para mí se habían vuelto.

Y no quise dignarme a admitir los sentimientos que llegaron a florecer en mí eran reales. Un paso muy grande había dado apenas para aceptar sus besos sin burlas fastidiosas de mi conciencia. Me faltaba un largo camino para que llegase a aceptar algo más.

— ¿Dónde está Abid? —quise preguntar cuando el silencio acudió a la cena que era opacada recurrentemente por las voces de los adultos.

Mi madre, Esther y su esposo platicaban amenamente de los costos elevados de terrenos puestos en venta. Alterd y yo ensoñados en nuestros pensamientos comíamos en silencio. Pasta de ravioles con queso y crema. Los bocados en mi boca sabían incoherentes, a este punto casi todo me era insignificante. Una cena más recurría entre la familia Moore y mi madre y yo, queriendo crear un ambiente relajado y alegre, Esther nos involucraba en la plática de vez en cuando con cosas de la escuela.

Eternamente Tú  (En Proceso)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora