23. Necessito hablar.

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Comienzo a escuchar un leve ruido, que se hace cada vez más audible mientras trato de abrir los ojos. No sé dónde estoy ni lo que está pasando, sólo sé, que siento un terrible dolor por todo el cuerpo y ese sonido aumenta en intensidad a medida que se acerca. Parecen pasos. Pasos que se escuchaban firmes y seguros al principio, y más indecisos después, al tiempo que el sonido de unas llaves se mezcla con ellos y cuando comienzo a asimilar que están muy cerca de mí, dejan de escucharse ambas cosas.

Abro los ojos, algo aturdida, y una inesperada claridad daña mis pupilas en el acto, consiguiendo que no vea absolutamente nada y tenga que cubrirlos con mis manos y volver a cerrarlos, para abrirlos más despacio.

Una figura borrosa, comienza a ganar nitidez cuando mis párpados vuelven a separarse con más cuidado y poco a poco, aparto la mano que los cubre. Está de pie, a unos pocos pasos de mí, observándome como si fuera lo más extraño que ha visto en su vida. Mi cerebro no tarda demasiado en procesar la información, haciéndome saber que se trata del hermano de Amelia y por consecuente, recordándome donde estoy; en la puerta de su casa. Debí quedarme dormida en algún momento y ni siquiera sé cuántas horas llevo aquí. Ahora entiendo esta sensación que tengo por todo el cuerpo, como si un camión hubiera derrapado sobre mis huesos.

‒¿Luisita? ‒me pregunta extrañado.

‒Ignacio. ‒me levanto como puedo, intentando no perder el poco equilibro que tengo. Aún no me he despertado del todo y siento un ligero mareo apoderarse de mí ‒Lo siento. Estaba esperando a tu hermana y debí quedarme dormida.

‒Amelia no está. ‒informa consiguiendo terminar de despertarme, como si me acabara de lanzar un cubo de agua helada ‒¿No te lo dijo? Bajo la vista y siento mi corazón encogerse con esa información.

Vuelvo a llevar las manos hacia mis ojos, o mi cabeza, no lo sé. Sólo sé que el ligero mareo no desaparece y por un momento siento que me voy a desvanecer.

‒Llevamos días sin hablar ‒reconozco en un hilo de voz.

Él me mira curioso. No sé si esperando que le cuente más o simplemente que me vaya. Seguramente aún se esté preguntando; qué coño hacía dormida junto a la puerta de su hermana.

‒Mejor entramos y me lo cuentas ‒dice sin embargo, dando unos pasos hacia adelante para acercarse ‒Tienes mala cara y a mí se me va a hacer tarde. Tengo que ponerle de comer al gato antes de irme.

‒Mía ‒susurro agarrando el cuadro que había apoyado en la pared. Él Introduce la llave en la puerta y me mira confuso ‒La gatita se llama Mía.

Termina de abrir por completo y la mencionada aparece como una bala directa hacia mis pies. A saber qué travesuras estaba haciendo mientras yo dormía. Coloco el cuadro a un lado, en el interior de la casa, me inclino para cargarla y esa sensación de desvanecimiento vuelve a asaltarme, pero consigo recomponerme cuando la pequeña cabecita se frota contra mi cuello y ronronea, como si supiera exactamente que soy yo, quien le ha estado haciendo compañía toda la noche al otro lado de la puerta.

‒Deberías sentarte ‒vuelve a hablar la voz de Ignacio‒Voy a ponerle de comer y te preparó un café.

‒No hace falta que te molestes.

‒No es molestia ‒sonríe y desaparece por la puerta que lleva a la cocina.

Me dirijo al sofá de Amelia. Éste, en el cual, hace tan sólo dos semanas estaba acostada, con ella entre mis brazos, durmiendo junto a mi cuello, respirándome en el oído. Suspiro, porque en este momento, daría lo que fuera por volver a tenerla así; acariciarla mientras duerme, sentir la calidez de su cuerpo, la calma que me transmite y ese poder sobrenatural de llenarme de paz incluso cuando soy un cúmulo de contradicciones. Vuelvo a suspirar, y al inhalar oxigeno profundamente, me doy cuenta de que no llega a mis pulmones con la facilidad que debería. Siento una especie de obstáculo en su camino, un nudo en algún lugar de mi pecho que me oprime por dentro. Es como una cantidad insospechable de lágrimas, acumuladas en mi garganta. Lágrimas que todavía no han sido expulsadas, porque lo de anoche, no fue más que una pequeña muestra de todo lo que llevo dentro y aún no he sacado. Mientras más asimilo la realidad de que Amelia no está y más tangible se vuelve el hecho de haberla perdido, más grande se vuelve también dicho nudo.

Caprichos Del Tiempo - Luimelia Donde viven las historias. Descúbrelo ahora