Capítulo 4

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El tiempo parecía pasar lentamente, y el aburrimiento que sentía comenzaba a consumir mi cuerpo y alma. 

Después de haber comido toda la comida que el demonio había dejado para mi, me dispuse a limpiar un poco la habitación, comenzando por sacudir la gran cama de la habitación, no lo iba a negar, se sentía como si fuera de una nube verdadera, tan comodo y acolchonado, las sábanas que la cubrían eran demasiado suaves a mi toque. Tomando una de las esquinas de la sabana,  la jalé hacia mi, elevandola en el acto para que todo el polvo y suciedad que se alojaba en ellas fuera esparcido, una gran nube de polvo cubrió la habitación a mi alrededor, tosí un par de veces al haber respirado eso, que asco. 

Tomé las sábanas entre mis manos, mirando mi vestimenta rota y sucia que aun llevaba puesta, me sentía devastada y aunque  una idea cruzó por mi cabeza, la terminé descartando enseguida al recordar que no estaba en casa, específicamente en mi habitación, y que no tenía las herramientas de costura de mi madre, para tal vez poder hacerme unos pantalones y alguna camisa limpia que cubriera mi aun adolorido cuerpo. 

Mi madre...  

¿Qué habrá pasado con ella? ¿Habrá podido escapar? 

Eso esperaba. 

¿Se habrá encontrado mi padre con ella?

Una punzada golpeó mi corazón al decir esa palabra. 

El hombre que me entregó a un Demonio del infierno no se le puede llamar de ninguna manera padre, ni siquiera tener que llevar sus apellidos conmigo. Desde el momento que mis pies  tocaron este repugnante lugar, el dejó de existir para mi. 

Pero... Mi aldea se había salvado.  

Nuevamente mi corazón fue apachurrado al recordar a los jóvenes habitantes, como yo, entregar su vida para defender el pueblo en el que nacimos y juramos proteger, recordar ver los rostros atemorizados de los niños pequeños, de las mujeres, a quienes yo trataba de guiar hacia el camino más cercano al pueblo vecino, donde seguramente las auxiliaron al saber que fuimos atacados por una deidad maldita. 

Maldito Demonio del Infierno, maldito Sukuna, maldito hijo de... 

Tragué saliva al sentir el cambio en el ambiente. 

Había alguien en la misma habitación que yo. 

Mi rostro se movió hacia esa figura tan atemorizante para mi. Lancé las sabanas del susto que me había dado hacia él, quien hábilmente con una sola mano las detuvo mientras aún volaban sobre el aire. 

"¿Es acaso alguna invitacion para entrar a la cama?" 

Juré sentir mi rostro arder de la vergüenza ante sus obscenas palabras, mi corazón comenzó a palpitar rápidamente del miedo que sentía al escucharlo hablar con aquella voz tan grave y dura sin ninguna pizca de sentimientos, no hace falta decir que su sola presencia ya era bastante para hacer que cualquiera se cagara en sus pantalones y rogara por su vida. 

Se movió en dirección mía, acercándose lentamente. 

"No me toques"  Ladré moviendome unos pasos hacia atrás, chocando mis piernas con la base de aquella gran cama.

Coloqué mis manos frente a él, impidiéndole el paso. 

Su mano tomó con fuerza mi muñeca, bajandola y atrayendome hacia él como si jalar de un niño pequeño se tratase. 

Mi corazón explotó en ese instante, mi mirada permaneció en el suelo, tratando de calmar mis miedos mirando las líneas y grietas del suelo que se encontraba bajo mis pies, manteniendo una respiración calmada. 

𝑰𝑵𝑭𝑰𝑬𝑹𝑵𝑶- SukunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora