Sipnosis

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Gritos y más gritos.

Era lo único que podía distinguirse en ese instante, bajo el oscuro y lluvioso cielo de Japón.

La lluvia que ayudaba a apaciguar el fuego a su alrededor la hacía sudar demasiado bajo sus prendas llenas de sangre propia y ajena, haciendo que la fatiga comenzara a pesarle.

(N), la hechicera primogénita de la familia Zens, luchaba con todas sus fuerzas por el bien de su aldea.

"¡Huyan por favor!"

Las palabras rasgaban su garganta seca, había perdido la cuenta de las veces que había gritado por auxilio y para tratar de alertar a los pobladores. Pero era en vano, nadie en el mundo podía escucharla.

Sus manos estaban desgastadas y raspadas, sangrandole junto con su rostro. Uno de sus ojos había sido manchado de su propia sangre, por lo que su visión era casi nula, sintiendo como ardia y dolia cada que trataba de cerrarlo. Pero no dejó de luchar, se defendía de la mejor manera y daba lo mejor de sí.

Una ronca risa burlona resonó a sus espaldas.

"¿Aún no te das cuenta?"

Su cuerpo se detuvo instantáneamente al escucharlo hablar. Había desaparecido de su vista.
La castaña dejó caer la vara con la que luchaba, tragó saliva y sintió como sus oídos volvían a escuchar. Escuchar el fuego quemar la madera de las casas, los gritos ahogados de las personas destrozadas en el suelo, el viento golpeando su rostro, y sobre todo, esa risa, una ronca y grotesca risa que jamás podrá olvidar. Su pueblo, por el que estuvo luchando, había desapareció. 

 Observó detenidamente,con el aire conteniéndose en sus pulmones, cada hogar destruido e incendiado, a sus vecinos y amigos asesinados bajo grandes charcos de agua pintada de color carmesí. 

Sus ojos comenzaron a cristalizarse, limpiando a su paso las marcas de sangre que brotaban de su mallugado rostro.

"Observa esta obra de arte"

Con astucia y rapidez, asestó un golpe en la mejilla izquierda del invasor. Quien se sorprendió de haber recibido por primera vez un golpe, un golpe de una mujer.

"Voy a matarte Sukuna"

Escupió sus palabras con tanto veneno, capaz de matar a un gigante elefante.

Ryomen Sukuna, el Apodado Rey de las Maldiciones.

Una deidad traía del mismo infierno, temido por humanos y demonios, de todos los tamaños y formas. Un ser con imponente aura siniestra, capaz de matar de un chasquido a un continente entero, una maldición en forma humana, había sido golpeado por una joven hechicera, la única mujer sobreviviente de su aldea y de su clan.

Casi ciega, no pudo defenderse del nuevo golpe que le propinó la maldición con la que se enfrentaba. Su cuerpo chocó con una puerta de una casa, rompiéndola en pedazos, haciendo que varios de ellos se encajaran como espinas en su espalda y brazos.

Tirada en el suelo de aquella casa, a metros del fuego, pidió morir.

Pero nadie la escuchó.

Fue tomada del cuello, haciendo que mirase a esos penetrantes ojos muertos, llenos de almas muertas pidiendo clemencia, cualquier otra persona estaría mojando sus pantalones, pero ahí estaba (N), dando hasta su último suspiro con tal de vencer a la persona responsable de este acto tan atroz. 

"Nadie había puesto un dedo en mi, eres interesante." Sus largos dedos apretaron su pequeño cuello, cortando todo paso de aire que pudiera tomar. Los ojos cristalinos de la chica plasmaban el horror que estaba sintiendo, su cara comenzaba a tomar un tono pálido, mientras que sus manos trataban con fuerza abrir esa mano que la sostenía en el aire.
Sukuna la miró burlescamente y diciendo esas palabras fue lanzada de una patada nuevamente hacia afuera.

Tirada en el sucio suelo húmedo (N) sentía como su corazón dejaba de latir rápidamente. Tal vez, su momento había llegado.
Lamentándose, con lágrimas ardiendo en sus ojos y heridas, rogaba a los Dioses que escucharan sus plegarias y la perdonaran por no haber podido ser lo suficientemente fuerte para salvar a su pueblo, rogaba con su alma que su familia hubiera escapado cuando ella les avisó.

 Pedía perdón por haber fallado.

Sintió nuevamente aquella siniestra aura.

 Pero a sus espaldas había otra aura, una calmada y poderosa alma estaba tras de ella. 

No tenia que mirar hacia arriba, sabia muy bien de quien se trataba. Aprovechó esos instantes de seguridad para recuperar fuerzas.

"Sukuna, te propongo un trato" La dura voz de su padre habló, haciendo al demonio reir

"No me interesa ningun trato con ustedes, humanos repugnantes"

El aire había llegado justo a sus pulmones, haciendo que sus sentidos se volvieran agudizar. 

"Estoy seguro que este si" La lluvia golpeaba su cuerpo, haciendo que las palabras de su padre se distorsionan con el sonido  "Te entrego a mi primogénita como sacrificio para el bien de nuestra pobre aldea" 

El demonio miró incrédulo al hombre. 

"¿De qué me sirve una estúpida mocosa como ella?"

La verdad, poco le importaba seguir luchando en aquella aldea, lo había hecho por diversión, pero ahora había conseguido un sacrificio, una hechicera, que para poco, había conseguido asestarle un buen golpe.

"Quiero la paz para mi pueblo, estoy segura que sus habilidades aprendidas te serviran de algo, a nosotros nunca nos sirvió, ni como hija, ni como hechicera"

Debe ser una mentira, no podía decir eso, su padre seguramente estaba preparando una trampa. La mente de (N) se llenaba con miles de preguntas. 

Su grotesca risa la hizo volver a la dura realidad. 

"Bien. Vendrás conmigo, nos divertiremos mucho"

Alzando su cabeza, miró a su peor pesadilla; Alto, ensangrentado, con cuatro brazos y  con esos ojos capaces de comerse tus entrañas. Ryomen Sukuna sonreía victorioso.

Se puso de pie, tambaleándose, preparada para pelear en el momento en que su padre se lo ordenara, pero estaba cansada, destrozada al igual que sus huesos y ropa, no le quedaba nada que perder. Miró a su padre, pero este solo se alejó, dejándola sola, desprotegida de aquel demonio del infierno.

Su corazón se partió en millones de pedazos, sus palabras no mentían, había sido entregada aquel demonio que asesinó a personas inocentes, destruyó sus vidas y sueños, y ahora era ella era entregada como sacrificio. 

Se movió lista para atacar, pero su cuerpo volvió a caer como roca en la húmeda y ensangrentada tierra infértil, no le quedaba ni una gota de fuerza para seguir. 

Bajo aquella lluvia torrencial, Sukuna elevó sus dedos y diciendo un rito al aire, los encajó fuertemente en el cuello de la joven, quien llorando se rehusaba a perder, se negaba a abandonar su vida y su aldea. 

Pronto, todo oscureció.



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Un poco de esta nueva historia que tengo en mente, espero que les guste y voten por ella!

𝑰𝑵𝑭𝑰𝑬𝑹𝑵𝑶- SukunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora