One Shot 1

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1. Ropa fuera

El calor del desierto de Tohajiilee era insoportable, a pesar de que la reserva india había sido nuestra mejor opción para cocinar, las gotas de sudor ya comenzaban a resbalar por el escote de mi camiseta negra.

Me apoyé en la pared exterior de la caravana en busca de que la chapa me proporcionase el frescor que necesitaba, pero eso no sucedió. En ese momento, una figura oscura trepó por la cresta de una de las rocas del paisaje. Entrecerré los ojos colocando mi mano derecha sobre ellos, tapando los rayos de sol intenso.

Jesse, antiguo compañero de clase, me saludó con la mano desde lo alto de la enorme piedra. Negué discretamente alucinando con que el chico aguantase vistiendo su sudadera amarilla y el gorro oscuro característico de él. Pero, dejando mis pensamientos acerca de su inadecuada vestimenta a un lado, alcé la mano también. 

—Eh, solo hay vacas —gritó desde allí arriba causando que Walter saliera del interior del vehículo—. Hay una casa de vacas por allí —señaló al horizonte, para nosotros cubierto por el gran montículo—, a unos dos kilómetros. Pero no veo a nadie.

—¿Casa de vacas? —cuestioné colocando una de mis manos en la cintura.

—Sí, viven allí. Las vacas —solté una carcajada provocada por la idiotez del chico—. Ah, como se diga joder —añadió levantando los brazos. 

—Casa de vacas... Increíble—murmuró el hombre, desesperado— Que Dios me ayude —siguió, colgando unas perchas en el retrovisor derecho de la autocaravana.

—Eh... —articulé viendo cómo se desabrochaba el cinturón, totalmente descolocada— ¿Qué esta haciendo?

—Es mi ropa buena. No puedo llegar a casa oliendo a droga —explicó dándose la vuelta.

Retiré la mirada de su trasero justo antes de que quedara frente a mí, no era una forma bonita de recordar a tu antiguo profesor de instituto. 

—Sí puede, yo lo hago —afirmó Jesse llegando a nuestro lado.

—Tú no tienes que ocultárselo a nadie, idiota —dije obvia.

Sin embargo, el rubio no me hizo caso, se limitó a hacer muecas extrañas mientras observaba a Walter despojarse de su camisa verde.

—Eso... —pronunció aclarándose la garganta— Oiga, ¿eso se lo dejará puesto, verdad? —inquirió señalando los calzoncillos blancos desgastados que cubrían la zona íntima del mayor.

El señor White suspiró profundamente, dejando claro que no aguantaba a Jesse, y se adentró al vehículo dejándonos solos. Miré la ropa ondearse con la brisa candente, y recapacité la propuesta del profesor.

—Es una buena idea —hablé tomando el dobladillo de mi camiseta.

—¿¡Tú también!? —exclamó incrédulo.

—No pienso arriesgarme a que mi madre me pille, me mataría. 

Cuando vi a Jesse pedir a su amigo Combo la autocaravana, no dudé en acercarme para tirarle de la lengua y conseguir información. Sabía que el chico se había hecho conocido como "Capitán Cook" por su meta con polvo de chili, de modo que supuse rápidamente que debía estar relacionado de algún modo con la droga. 

Mi familia nunca había ido sobrada de dinero y, desde que mi padre murió hacía un par de años, las facturas se acumulaban y los avisos y cortes de suministros se hacían cada vez más frecuentes. Así que, tras sonsacarle al rubio la información a cambio de un par de gramos de cocaína, me uní al equipo.

—Ay, Dios mío —rió sacando la cámara de vídeo del bolsillo de su chaqueta—. Vaya, tengo una imagen genial de usted —habló haciendo zoom—. El mayor homosexual del mundo. Bueno, puede que el segundo.

Vi cómo grababa culo de Walt mientras él se anudaba el delantal negro listo para comenzar. Me irritaba su inmadurez, pero a la vez me parecía tierno, haciéndome imposible ocultar la sonrisa al adentrarme en la cocina vistiendo únicamente mi ropa interior negra.

—Cállate y ayúdanos —se quejó tendiéndome un matraz aforado.

—Oh, sí —carcajeó— Muévelo, encanto. Muévelo.

Me giré descubriendo que Jesse se refería a mí y no al hombre a mi lado. Grababa cómo mis glúteos se movían como consecuencia de estar removiendo el líquido del interior del recipiente.

—¡Apágala! —exclamé corriendo hacia él para arrebatarle el aparato. 

Pero, él fue más rápido que yo, y salió al exterior aun enfocando mis pechos. Le alcancé cuando se pisó los bajos de sus pantalones vaqueros anchos, permitiéndome así quitarle la cámara de vídeo de las manos.

—Joder —dije cerrando la tapa de un golpe brusco.

—Son mejores en persona —susurró lamiéndose los labios, sin quitar la vista de mi sujetador.

No dije nada, seguía normalizando mi respiración después de la carrera. Además, mi mente no esperaba oír aquellas palabras procedentes de mi antiguo compañero de clase.

—¡Chicos! ¡Es para hoy! —gritó Walter en un tono oscuro y encrespado.

—Eres gilipollas, Pinkman —solté tirándole la cámara al pecho, haciendo que diese un par de pasos atrás con una sonrisa boba en el rostro.

Durante las horas siguientes, intenté fingir que no me percataba de las miradas indiscretas por parte de Jesse. Me concentré en seguir al pie de la letra las instrucciones del señor White; no podría decir lo mismo del rubio, quien metía la pata una vez tras otra.

Tras dar por finalizada su labor, el mayor se sentó en un sillón retirando sus gafas metálicas para limpiar los cristales empañados. Me acerqué a la bandeja, tomando uno de los fragmentos translúcidos para observarlos a contraluz. 

—Es cristal puro —afirmé atónita ante los resultados. 

—Aquí hay... —dijo Jesse acercándose a mí desde atrás para poder verlo— Joder, aquí hay cristales de seis centímetros y más. ¡Esto es cristal puro!

—Sí —contestó Walter con la cabeza gacha, nada orgulloso de su hazaña.

—¡Es usted un puto artista! —exclamó sonriente el rubio.

—Esto es arte señor White —reiteré apoyando su comentario.

—En realidad es solo química básica —comentó indiferente—. Pero gracias, si eso es aceptable...

Entendía la forma en la que Walter se sentía, por eso no intervine de nuevo en la conversación y decidí ir a por mi ropa. Con esto nuestra conciencia se ennegrecería pero, al menos en mi caso, era por ayudar a mi familia. Mi madre era lo único que me quedaba, y lo daría todo por ella. No conocía las razones del hombre, pero no debían de ser muy diferentes.

—¿Aceptable? Es usted Iron Chef —oí al chico seguir animándole—. Todos los colgaos del mundo van a querer probarla. ¿Sabe? Yo también debería probarla.

—No, no —alzó la voz poniéndose las gafas de nuevo—. Solo vendemos, no consumimos —amenazó apuntándole con el dedo.

—¿Desde cuándo? Tío, usted ha visto mucho Miami Vice. Ni loco.

—No, Jesse —hablé abrochando el botón de mi pantalón—. El señor White tiene razón.

—Menos mal que alguien aquí piensa —comentó agitando los brazos.

El rubio me clavó aquellos ojos azules entreabriendo la boca. Se había molestado, pero el profesor tenía razón y no iba a dejar que, por su adicción, tuviéramos menos producto para vender. Apretó la mandíbula e inspiró expandiendo las aletas de su pequeña nariz.

—Bien, ahora qué. Qué hay que hacer —preguntó Walter colocando sus brazos en jarra.

—Usted cocine más —ordenó el rubio retirando su vista de mí—. Y después... Yo sé con quién hablar.

Jesse Pinkman || One ShotsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora