One Shot 2

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2. Amor de instituto

Después de que Jesse nos metiera en un lío al contactar con Loco-8 y su primo Emilio Koyama, y de que Walter los asfixiara en la autocaravana con gas fosfano, debíamos deshacernos de los cuerpos. El único inconveniente era que... ¡Sorpresa! Uno de esos cabrones aún seguía vivo. 

No sabíamos de quién se trataba ya que, después de aparcar el vehículo en la entrada del garaje del rubio, cerramos la puerta sin intención de volver a entrar. El señor White se marchó cuando aún no conocíamos la desastrosa situación, y ahora, dos horas después, no contestaba a nuestras insistentes llamadas.

—Me está volviendo loco —farfulló el rubio cubriéndose las orejas con sus anchas mangas al entrar de nuevo al salón.

Pasé por su lado nerviosa, jalando los puños de mi sudadera gris al notar el fresco de la noche. Lentamente, temblorosos pasos me acercaban a la autocaravana; quería comprobarlo por mí misma.

Levanté la cabeza de mis pies, causando que un escalofrío me recorriera la columna vertebral al observar los agujeros de bala en la puerta. Aquellos proyectiles podrían haberme matado si no me hubiese agachado junto a Walter mientras la aguantábamos. En el momento en que alcé la mano para rozar los orificios, oí sus quejidos y torpes movimientos en el interior del vehículo, haciéndome saltar en el sitio.

—¡Blair! —exclamó en un susurro desde la puerta— Ven aquí, ¿qué coño haces?

Me di la vuelta abrazándome a mí misma, Jesse me estaba haciendo señas exageradas con los brazos para que volviera a entrar. Pero, al ver que no me movía, salió a por mí.

—Vamos, Blair —murmuró rodeándome con sus brazos y guiándome al interior.

—No me puedo creer que haya matado a un hombre —hablé mientras el chico cerraba la puerta principal.

Me senté en el viejo sofá pegando las rodillas a mi pecho, tratando de calmarme. El rubio, aunque notase lo nervioso que estaba por sus incesantes golpeteos en el suelo, tomó asiento a mi lado fingiendo serenidad.

—Tú no has hecho nada —dijo levantando la vista de la mesita de café ante nosotros.

—Soy cómplice —respondí encogiéndome de hombros—. Dejé que se ahogaran.

—Estaban intentando matarnos, solo te defendiste —contestó de vuelta—. No pienses más en eso, ¿está bien?

Abandoné mis deportivas y lo miré a los ojos, aquellos ojos azules que tanto me atraían desde el instituto. Siempre me había parecido atractivo a pesar de que su reputación no fuera la mejor de todas, ese factor solo lo hacía más irresistible. Era peligroso, y eso me gustaba. 

Él me dedicaba una mirada compasiva, triste. Sin embargo, su intento de sonrisa me reconfortó más de lo que nunca pensé que lo hiciera.  Apreté los labios y asentí reprimiendo las lágrimas que amenazaban con derramarse desde las esquinas de mis ojos. 

No me lo pensé. Dejé caer mi cabeza en su hombro. Al principio se tensó, totalmente descolocado por mi repentina acción pero, segundos después, me abrazó y se recostó en el sofá conmigo entre sus brazos. 

—No te pasará nada mientras estés conmigo —susurró acariciando mi cabello delicadamente. 

Tras esas palabras, rompí en un llanto silencioso. Me sentía tan bien junto a Jesse... Era lo único que me quedaba después de que mis padres muriesen en un accidente de tráfico. No llevé una vida demasiado sana desde entonces, así me reencontré con el chico después de dejar mi carrera universitaria. Me aferré a su torso dejando que las lágrimas cayeran sobre el tejido amarillo de su sudadera, consiguiendo que el rubio besara mi frente y me estrechase entre sus brazos.

Minutos después, me sorbí los mocos y me levanté del sofá, cansada de mi debilidad. Me recompuse y caminé en dirección a la cocina. 

—¿Quieres algo? —pregunté sin darme la vuelta, temiendo que pudiera notar mi nariz roja. 

—Eso, tú como en tu casa —bromeó—. Una cerveza. 

Había estado tantas veces en casa de la tía Jenny que conocía la disposición de los objetos perfectamente. Me agaché para tomar los botellines de la estantería baja y justo entonces, un olor que conocía bien llegó a mis fosas nasales, marihuana. Cogí dos botellas y volví al salón para encontrarme a Jesse fumando para relajarse. 

—¿No las has abierto? —cuestionó mientras me sentaba en una silla frente a él— Hay un abridor en el primer cajón. 

—Mira y aprende —dije sonriente. 

Apoyé la cerveza en el reposabrazos de madera y le di un golpe seco, provocando que la chapa de la bebida saltase por los aires. Jesse soltó una carcajada sonora y contagiosa la cual terminó por hacerme reír de igual manera. 

—Veo que tienes buenos trucos bajo la manga —declaró tomando el botellín de entre mis manos para inclinarlo sobre sus labios.

—¿Me dejas? —pregunté poniendo mi mejor cara. 

El rubio se quitó el gorro con una sonrisa tonta, pasándome la pipa de cristal de la que tanto me había reído días atrás al ver las dos tetas que había en ella. 

—Nunca pensé que terminaría fumando maría con una de mis compañeras de instituto —declaró despojándose de la sudadera.

—Nunca pensé que me quedaría una noche en tu casa, y aquí estamos —dije soltando el humo por la nariz. 

Después de eso, no tardamos demasiado en olvidarnos por completo del marrón que teníamos oculto en la caravana. Los efectos relajantes y desinhibidores de la droga de recreo habían hecho efecto, y ahora nos hallábamos en el dormitorio del chico, algo ligeros de ropa. 

—Has perdido —reí descubriendo las cartas de mi mano. 

—Joder, no tengo más ropa —se quejó llevando el cigarro a sus labios. 

Me acerqué a él a gatas por la cama. Le quité el cigarrillo de la boca y lo pasé a la mía. Bajé la vista a su entrepierna a la vez que absorbía el humo tóxico. Mientras, sus dedos subieron la tira del sujetador negro que había resbalado por mi hombro.

—Aún te queda esto —canturreé jugueteando con la tira de sus bóxers rojos. 

Jesse tenía los ojos clavados en los míos, nuestros rostros se encontraban a centímetros de distancia, incluso estaba inhalando el humo que salía de mis labios. 

—Blair, la chica popular del J.P. Wynne,  en mi cama —bromeó mordiéndose el labio inferior. 

—Pinkman, cállate —solté aplastando el cigarro en el cenicero camuflado entre las sábanas.

—Eso me solías decir en clase —sonrió tumbándome. 

Su cuerpo se situó sobre el mío, sin llegar a aplastarme. Mi excitación llegados a ese punto era bastante notoria, los jadeos se escapaban de mi boca y mi pecho oscilaba acelerado debido a la respiración. 

Siempre había tratado de ser la chica perfecta para mis padres, y una vez que los perdí me di cuenta de lo absurdo que era. Esa persona no era yo misma, vivía una completa mentira. Sin embargo, a pesar de que hubieran pasado varios años desde la desgracia, cada vez que me aventuraba a cometer alguna barbaridad, ese sentimiento de adrenalina se hacía presente. Como si mis padres fueran a pillarme haciendo lo indebido. 

—Y desde entonces me moría por hacer esto —confesé levantando las caderas para rozar su miembro contra mi ropa interior. 

Él me sonrió de forma descarada, dando paso así, a una noche bastante divertida para ambos. 

Jesse Pinkman || One ShotsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora