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–-Uno, dos, tres, cuatro... —contaba el rizado en voz baja, una de sus manos sostenía un puño de boletos del autobús y con la otra quitaba uno por uno, dejándolos en la cama en donde él y su pequeño novio se encontraban sentados —cinco, seis... —continuaba y el ceño de Joaquín comenzó a fruncirse —siete, ocho, nueve, diez-

—Espérate —lo interrumpió el menor y lo miró—Van diez y aún te faltan muchos, ¿en qué momento?

Joaquín definitivamente no creía que fueran tantos boletos con el número 21, no, no lo hacía. ¿Por qué eran tantos? ¿De verdad le había cambiado todos esos boletos? Oh, claro que lo había hecho.

—Sigues cambiándomelos aún, aunque ya somos novios, es lógico, amor.

Bueno, eso tenía sentido.

Joaquín no quería ignorar cuando en sus boletos daban 21. Sabía que Emilio lo estaría esperando con los brazos abiertos y sus labios listos para ser besados con intensidad y amor, él lo sabía, sabía que su novio lo besaría tanto y dejaría sus labios rojizos y teniendo ganas de más, pero no podía evitar seguirle cambiando aquellos boletos.

Y los ojitos de Emilio brillaban cuando veía a su niño caminar hacia él son una sonrisa y un boleto en su pequeña y suave mano.

Siempre estaría dispuesto a besarlo todo lo que quisiera, besarlo en sus labios, en sus mejillas rosadas, en su frente, en la punta de su nariz, en su delicado cuello. Le encantaba besarlo, besar su piel con toda la suavidad y amor que sabía que Joaquín se merecía.

Y, maldición, sólo quería rodear y sostener con sus brazos el cuerpo de su novio, abrazarlo tan fuerte y hacerle saber que no se iba a ir nunca y que lo protegería siempre. Que lo besaría hasta que sus labios se cansaran.

¿No era tan bonito?

Joaquín quería llorar.

¿Desde cuando conocías al amor de tu vida cambiándole un boleto del autobús por un beso?

Uh, eso no solía pasar. Nunca.

—Contando los que sacaste que ya tenías guardados de antes, el que le robaste a Diego y el que le cambiaste a un desconocido en el camión —habló de nuevo Emilio.

El pequeño abrió un poco más lo ojos y lo miró.

—¿De qué hablas?

—Mi amor, me di cuenta, te vi con Diego ese día, él se veía muy malhumorado y simplemente te tendió su boleto, —dijo Emilio y sonrió —y lo del desconocido tú me lo dijiste.

Las mejillas se Joaquín se calentaron y tornaron se un color rojo, con vergüenza.

—¿Yo te lo dije?

—Lo hiciste, sip.

—Ah —abrió sus labios, pero honestamente no sabía qué decir —yo- es que-

—Bebé, está bien, no te estoy reclamando —habló suavemente Emilio y dejó con cuidado el puño de boletos que aún sostenía en la cama, se enderezó y golpeó sin fuerzas sus piernas, indicándole a Joaquín que sentara en su regazo y éste lo hizo sin dudarlo —Por supuesto que no es reclamo, yo estoy muy feliz de que quisieras besarme, mi amor —siguió y apretó el agarre que tenía en la cintura del menor —honestamente no me importó mucho.

Joaquín se coloró aún más y mordió su labio inferior, subiendo sus ojitos hasta la profunda mirada de Emilio.

—Es que tus besos- son, como, muy bonitos —susurró con un deje de vergüenza y se acercó al cuello de su novio, escondiendo su rostro sonrojado ahí —me gusta mucho cuando me besas, es la mejor sensación del mundo.

—¿Sientes maripositas?

Oh, claro que las sentía, todo el maldito tiempo.

—Sí —susurró Joaquín y dejó un besito en la piel del rizado —en mi estómago, cuando me hablas bonito o me besas, simplemente cuando estoy contigo hay mariposas en mi estómago, moviéndose, como- bailando.

Emilio seguía sonriendo, cada vez más.

—¿Sí? ¿Qué más sientes, mi amor?

El pequeño suspiró y llevó sus labios hasta la oreja de su novio —Cuando pones tus manos en mi cintura y me sostienes hacia ti, puedo sentir la manera en la que realmente quieres cuidarme de todo —susurró y besó con ternura la piel debajo del oído de Emilio. —Cuando me sientas en tu regazo, justo como ahora, siento tanta comodidad, me siento tan bien, como si aquí fuera mi hogar, ¿eso tiene sentido, Emi?

El rizado cerró los ojos levemente y pasó saliva, deleitándose con la suave voz de Joaquín y con las palabras tan hermosas que estaban saliendo de sus labios.

—Me siento igual cuando estás en mi regazo, amor —respondió después de unos segundos y abrió los ojos, —me encanta sostenerte hacia mí y acariciar tu cintura. También siento como las mariposas bailan en mi estómago —agachó su rostro y pudo besar con delicadeza la piel desnuda del hombro de su niño, que estaba descubierta gracias a la enorme playera de Emilio que tenía puesta —Eres tan bonito, ¿lo sabías, Joaquín?

Éste último sólo pudo sonreír, sintiendo nuevamente sus mejillas arder.

¿Seguía siendo un poco extraño aún?

Porque era como si Emilio y Joaquín se conocieran de toda la vida por la manera en la que sólo se hallaban tan jodidamente bien, por la forma en la que se habían besado aquella primera vez, tan cómodos, tan dispuestos a besar esos gruesos y rosados labios.

Y entonces ahí estaban, Joaquín dejando besitos en el cuello del rizado mientras éste los dejaba en la piel de su hombro, acariciándose delicada y suavemente, como ambos lo merecían.

Por supuesto que sí.

21 [Emiliaco]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora