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Joaquín ese día no tuvo suerte.

Y su sonrisa no estaba ahora. En vez de eso, tenía su ceño fruncido y un puchero en sus labios. Entró molesto a la preparatoria, sin ver a sus lados, sólo caminando rápidamente hacia los baños, necesitaba calmarse un poco.

Emilio, por su parte, lo miró entrar por la gran puerta, frunció sus cejas cuando Joaquín ni siquiera lo buscó. Sin importarle la voz de su amigo, caminó hacia el menor, siguiéndolo hasta los baños.

Cuando entró, Joaquín se encontraba con sus manos sobre uno de los lavamanos, mantenía su mirada baja y respiraba notablemente.

–-Hey —habló suavemente Emilio, acercándose al menor.

Éste subió su mirada y miró al rizado, suspiró y pasó saliva.

—Hola, Emilio.

—¿Por qué entraste así? —le preguntó Emilio y se acercó aún más —¿Y mi beso?

Las mejillas de Joaquín se sonrojaron y llevó una de sus manos a su mejilla, miró al rizado y mordió su labio inferior.

—Yo... —comenzó a decir y miró el pequeño papel rojo en una de sus manos, —me salió veinte.

Emilio sonrió con ternura, no podía con lo bonito que era Joaquín.

—Joaco —le llamó, estaba justo a lado del menor.

Éste lo miró. Si Joaquín no fuera tan pequeño sus narices ya estuvieran tocándose. El rizado se acercó con total intención de besar aquellos dulces labios, saborearlos y disfrutarlos, sin embargo, Joaquín puso una mano en su pecho, deteniéndolo.

—¿Qué haces, Emi?

—Voy a besarte.

—No —habló mirándolo confundido —No puedes besarme, Emilio.

—¿Por qué no puedo?

—Porque ahora no puedo cambiar mi boleto, tonto. Sumó veinte, no veintiuno.

Emilio rió y llevó sus manos a las mejillas del otro.

—Joaco, eso no importa.

—Sí lo hace, Emilio, se supone que te lo tengo que cambiar, si no es un veintiuno no se puede.

—¿No quieres besarme, acaso, Joaquín?

—Sí quiero —susurró y llevó sus manos a la sudadera amarilla de Emilio, tomándola en sus pequeños puños —pero no puedo, Emi.

El rizado suspiró y lamió sus labios mirando los de Joaquín, subió su mirada a sus ojos cafés y sonrió levemente.

—Está bien, Joaco. Espero que mañana tengas un veintiuno porque me muero por besarte.

Era extraño.

No es que Emilio no se haya fijado antes en Joaquín, porque mentiría si dijera que no fue así. Por supuesto que lo había mirado antes, por supuesto que le había mencionado a Roy lo precioso que era aquel chico pequeño de largas pestañas. Pero en su vida imaginó que Joaquín quisiera besarlo, que hiciera caso a los números 21 de su boleto del autobús para realmente cambiarlo por unos besos suyos. Sí, era extraño. Pero se sentía bien. Joaquín era un chico hermoso, un chico muy tierno y deseaba que llegara siempre a pedirle un beso, porque Emilio se lo daría sin dudar.

—Yo también lo espero, —dijo el menor y agachó su rostro —¿Tú... tú realmente quieres besarme, Emilio? —preguntó inocentemente.

—Lo hago, Joaquín, quiero besarte.

Sólo eso necesitaba Joaquín para acercar su rostro al del rizado y atacar sus labios con ganas.

Emilio tardó en reaccionar, pero cuando lo hizo, sostuvo con más fuerza las mejillas del menor y succionó sus labios, lamiéndolos, disfrutándolos. Caminó hacia adelante llevándose consigo a Joaquín hasta que la espalda de éste chocó con la pared blanca, haciendo que soltara un silencioso gemido.

—Emilio, Emilio, —le llamó el menor separándose —vamos a llegar tarde a clases, sólo tenemos quince minutos de tolerancia.

—Lo sé, lo sé, perdón —el rizado se alejó y soltó la cintura de Joaquín lentamente, retrocediendo y acomodándose sus rizos con una de sus manos, suspirando—Ven, vamos —alzó su mano para pasarla por los hombros del menor y éste se dejó abrazar.

Así caminaron al salón, justo cuando el profesor estaba a punto de cerrar la puerta.

No se arrepentían de nada.

21 [Emiliaco]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora