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Joaquín estaba tentado.

La persona sentada a lado suyo en el autobús miraba su propio boleto, el menor lo miraba también, dándose cuenta que los números de hasta abajo sumaban un 21, y los de su boleto no, sumaban 14.

Estaba realmente tentado.

Pero se moría de vergüenza, no podía sólo decir Oye, ¿me cambias tu boleto por el mío?, es que hay un chico rizado muy bonito que me muero por besar y necesito un veintiuno, porfis.

No, definitivamente no diría eso.

Pero... quería besar a Emilio, y necesitaba un 21 para eso. Estaba en un debate mental, no faltaba mucho para que llegara la hora de bajarse del autobús y estaba nervioso y desesperado.

Carraspeó y en un momento de frustración, soltó: –-Oye, disculpa.

El chico a su lado lo miró y levantó sus cejas.

—¿Qué pasa?

—¿Tú... —respiró profundamente y pasó saliva —tú necesitas tu boleto?

—Emh —el chico frunció el ceño y miró su boleto —no, realmente, ¿por qué?

—Yo me preguntaba si podía tenerlo.

Su voz temblaba un poco, estaba demasiado muy nervioso, pero todo por probar de nuevo los labios de Emilio.

—¿Mi boleto? —preguntó confundido el chico, mirándolo —¿Por qué querrías mi boleto?

Okay, se quedó sin respuestas, ayuda.

Abrió sus labios sin decir nada y parpadeó rápidamente.

—No... —comenzó a decir —...es para mí, es para un amigo.

¿Amigo? Sí, claro.

—Oh, okay —dijo el chico que seguía totalmente confundido aún —bien, toma.

Joaquín tomó el boleto inmediatamente y se levantó de su asiento, ya que estaba a dos cuadras de la preparatoria.

—Muchas gracias, de verdad.

Cuando bajó del autobús aún tenía un deje de nervios en él, no podía creer que literalmente le pidió a alguien más su boleto sólo porque quería besar a Emilio.

Pero dejando eso a un lado, caminó hasta que en su vista se cruzó aquel chico tan hermoso de rizos. Se acercó a pasos lentos y se quedó detrás de él, ya que estaba diciéndole algo a su amigo, Roy lo miró y le hizo unas señas a Emilio indicándole que Joaquín estaba detrás de él, volteó y lo miró con una sonrisa.

—Hey, Joaco.

—Hola, —susurró nervioso y le tendió su boleto.

Emilio lo miró y sumó, 21.

Y sin decir absolutamente nada ni quitar su sonrisa, se acercó al menor y lo tomó de sus mejillas, besándolo fuertemente, así, sin más.

Joaquín pensaba que podría desmayarse ahí mismo por la intensidad de aquel beso, simplemente estaba matándolo. Sus labios estaban siendo tan atacados, tan saboreados, estaban siendo manejados al antojo de Emilio, y, sinceramente, le encantaba.

Jodidamente le encantaba.

Así que trató de corresponder al beso de igual manera, y aunque tuviera un poco menos de experiencia, lo hizo, y sus manos apretaron fuertemente la tela verde de la sudadera del rizado, queriendo mantenerlo junto a él, queriendo que sus labios no se separaran de los suyos, nunca.

Cuando se separaron (sin querer, sinceramente), Emilio lamió sus labios y miró directamente los ojos del menor. Y frunció su ceño, confundido.

¿Por qué la carita de Joaquín era tan linda?

Y no es que no lo haya mirado antes, pero de cerca era mucho más bonita. Su piel tan suave, sus cejas tan perfectas, sus largas y tupidas pestañas.

Era como ver un ángel.

Joaquín estaba temblando, nervioso y feliz a la vez, porque el rizado lo estaba mirando mucho y no de una forma fea, al contrario, si su vista no fallaba y no lo engañaba, en sus ojos cafés podían verse lucecitas.

Así que parpadeó y quiso bajar la mirada, aunque Emilio no se lo permitió, siguió tomándolo de sus mejillas.

—Dios, Joaquín, eres muy bonito.

El pequeño sólo abrió más sus ojitos, y su rostro se sonrojó.

—Gracias, Emi.

Esperaba con todo su corazón que todos los días su boleto del autobús sumara el número 21.

Lo esperaba, realmente, con todo su bondadoso corazón.

21 [Emiliaco]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora