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Sus manos entrelazadas se apretaban con fuerza pero suavidad a la vez, con un toque delicado, como si sus manos estuvieran hechas de porcelana.

Estaban camino a la parada del autobús, habían salido temprano de la preparatoria y decidieron que ir a casa de Emilio a ver un par de películas no estaría mal. Así que ahí iban.

Y por supuesto que verían películas.






–-Ahí se ve que viene uno, ¿sí es? —preguntó el rizado al ver de lejos un camión que venía, aunque no podía ver bien la ruta.

—Creo que sí, ¿tienes tus diez pesos? —Joaquín miró a su novio y esperó una respuesta.

—Sí, aquí —llevó su mano a su bolsillo del pantalón y sacó una moneda de diez —nos roban cincuenta centavos, son bien tranza.

El menor sonrió con ternura y se acercó a Emilio, abrazándolo por la cintura, éste lo miró y lo abrazó de vuelta.

—Lo sé, mi amor, ¿pero qué podemos hacer?

El mayor rodó los ojos y soltó un leve quejido —¡Pinche gobierno p-

—Hey, no, Emi, shh —interrumpió rápidamente Joaquín, llevando una de sus manos a la boca de su novio, —no grites eso, amor, por favor, tranquilo.

Las personas a su alrededor los miraban con diversión, otras tenían su ceño fruncido y se podía notar perfectamente su desagrado, aunque realmente a Emilio no le importaba en lo mas mínimo.

Se dio cuenta de que la manita fría de Joaquín era muy suave, y quiso tomarla entre las suyas, apretarla con delicadeza y acariciarla toda la vida.

—Mh —intentó hablar y el menor quitó su mano cuando fue lamida por el mayor, haciendo una mueca de asco —lo siento, mi vida —sonrió inocentemente y dejó un besito en la nariz de Joaquín.

Y cuando menos se dieron cuenta el autobús ya estaba frente a ellos, un par de personas ya subían y era su turno, caminaron y Emilio dejó pasar primero a su niño.

—Gracias —agradecieron cuando les dieron sus respectivos boletos y el rizado sonrió disimuladamente cuando miró el pequeño papel rojo y sumó los cuatro números de abajo.

Veintiuno.

Joder, sí.

No había asientos disponibles, así que ambos se quedaron de pie, Emilio justo detrás de Joaquín y tomándose de una mano del tubo de arriba, mientras el menor se tomaba de los asientos, ya que se cansaba mucho al subir sus bracitos.

Y fue cuando el transporte avanzó un poco más cuando ambos comenzaron a sentir miradas puestas en ellos, en el agarre que el mayor tenía en la cintura de Joaco.

Y no era bonito.

Y podría parecer poco, exagerado, pero no lo era. Las miradas podían expresar cosas infinitas, podrían lastimarte más que las mismas palabras.

Una presión en su pecho, un pequeño nudo en la garganta, una desesperación enorme de no poder gritarles que se voltearan a otro maldito lado, que dejaran de verlos de esa manera, porque no estaban haciendo nada malo para ser mirados de una forma tan fea.

—Puedo sentir tu miedo, mi amor —susurró Emilio en el oído de su novio, quien parpadeó para alejar sus lágrimas —son gente estúpida, Joaquín, sólo ignóralos —continuó y dejó un pequeño beso en su sien.

Y Joaquín quería hacerlo, realmente quería ignorar esas miradas tan malas, pero las sentía tanto. Sentía como la mujer frente a ellos los miraba de arriba a abajo, los juzgaba sin hablar, los despreciaba sin decir ni una sola palabra.

21 [Emiliaco]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora