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–-Emi, ¿te cuento un secreto? —habló Joaquín.

Ambos estaban sentados en el césped debajo de un árbol, la cabeza del menor estaba en el regazo del rizado y miraba hacia arriba, Emilio acariciaba sus ricitos con suavidad, prestándole atención.

—Dime, bebé.

Joaquín suspiró y pasó saliva.

—Amh... ¿recuerdas que un día después del día que no fui a la prepa te di dos boletos? —preguntó, recibiendo un ujum de Emilio —Bueno... te preguntarás por qué te di dos, ¿no?

El mayor entrecerró los ojos y pensó.

Ni siquiera se había dado cuenta de eso, él sólo pensó que tenía sentido que le diera un boleto de más, pero ahora que Joaquín lo mencionaba... ¿De dónde lo había sacado?

—Si no me decías no me daba cuenta, Joaco —respondió —yo sólo quería besarte y estaba muy feliz de hacerlo dos veces, no lo pensé mucho, sólo... quería besarte.

Joaquín lo miró con sus ojitos brillosos y se enderezó, sentándose y llevando sus pequeñas manos a las suaves mejillas de Emilio, sosteniendo su rostro.

—¿Me juras que en serio querías besarme mucho?

—No quería, quiero. Y mucho.

¿Podía Joaquín sonrojarse más?

Así que, con muchos nervios, se acercó lentamente y presionó sus rosados labios contra los de Emilio, abriéndolos y besándolo mejor, sintiendo la suavidad del otro, disfrutando aquel beso. El mayor se dejó hacer, siguiendo el ritmo de Joaquín y llevando sus manos a su cintura, acariciándola delicadamente con sus dedos.

Amaba su cintura.

Cuando les faltó el aire (después de un buen rato, realmente), Joaquín se separó lentamente y movió su cabeza de un lado a otro, rozando la punta de su naricita con la de Emilio, haciendo un beso esquimal.

Suspiró y quitó sus manos de las mejillas del mayor, llevándolas al pecho del mismo y acariciándolo por encima de su sudadera gris, mordió su labio inferior y miró con ternura a Emilio.

—No sé por qué me gustas tanto, Emi —soltó.

El rizado rió levemente y sus mejillas se sonrojaron —Eso me pregunto yo todos los días, ¿por qué te gusto?

Joaquín frunció el ceño y lo miró —¿Que por qué? —preguntó y se acercó aún más —¿Te has mirado? —no recibió respuesta y continuó —Eres precioso, Emilio, y no sólo físicamente, sólo- eres muy bonito, eres muy amable y aunque eres un poco grosero siempre eres muy buena onda con todos, eres muy tierno, muy lindo y muy todo —se calló y tomó aire —desde que llegaste te vi y en serio me gustaste muchísimo, el ver cómo eras con todos y como eras tan alegre, tan feliz. Cómo tus ojitos se hacían más pequeños cuando te reías y- todo. Yo te vi y sólo quería hablar contigo, quería que me miraras y me sonrieras, y lo hiciste un par de veces y cuando recibí un veintiuno en mi boleto del autobús me dije a mí mismo que tenía que armarme de valor y pedirte un beso, porque sabía que de otra manera no te hablaría y por supuesto que no te besaría. Y mira... —señaló —si no fuera por ese boleto no estaríamos así.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó Emilio —quizá yo te hubiera hablado igual, ¿no crees?

—¿Lo hubieras hecho?

—Mira, Joaco —comenzó —ven aquí —habló suavemente y dio algunas palmadas a sus muslos.

Joaquín lo miró confundido —estamos en el parque —sólo dijo.

—¿Y? No hay nadie, es un espacio libre. Ándale ven, quiero mimarte mientras te hablo.

Así que Joaquín pasó saliva, se enderezó y con ayuda de Emilio se sentó en su regazo, llevando sus manos a su cuello. Una vez estando cómodos, el rizado continuó.

—Cuando llegué al salón y me presenté miré a todos y por supuesto que te miré a ti —habló sin dejar de mirar a Joaquín a los ojos —vi que tus mejillas estaban sonrojadas y vi cómo intentabas tapar tu carita con la manga de tu chamarra de mezclilla que tenías ese día, bajabas tu mirada y mordías tu labio. Y te juro que me pareciste precioso, Joaco, tan tierno. Y no te miento, la neta soy bien penoso y probablemente no te hubiera hablado pronto, pero neta lo hubiera hecho en algún momento y estoy seguro que estaríamos justo así como estamos.

—¿Tú crees?

—Bonito, me gustas un chingo —soltó Emilio —y no mames, ya no aguanto.

Joaquín frunció el ceño y lo miró —¿Qué no aguantas?

El rizado suspiró y lo miró.

—Sé mi novio.

El menor abrió sus ojos en grande y abrió su boca sin decir nada, parpadeó rápidamente y pasó saliva.

—¿C-Cómo?

—Seamos novios ya. Que chingue su madre lo del tiempo y lo de conocernos. Ya nos besamos, ya nos damos mimos, ya salimos a pasear, ya convivimos con nuestros amigos, nos gustamos. Podemos ser novios y seguir conociéndonos, igual ya llevamos varios días así, Joaco, ¿sí?

—O-Okay —habló Joaquín —okay, pero- o sea, entonces... ¿qué va cambiar ahora que somos novios?

—Amh... —Emilio pensó frunciendo sus labios, —¡podemos decirnos apodos lindos!

Joaquín sonrió feliz y dio unos pequeños saltos en su lugar —¡Sí, sí, sí, sí! entonces, ¿puedo llamarte... amh... amor?

—Sí, obvio sí, bebé, ¿y yo puedo llamarte, umh... cariño?

—Llámame como quieras, amor.

Eran tan felices que estaban seguros que nada podría quitarles las grandes sonrisas de sus rostros.

Y no era como si necesitaran el título de novios, pero ¿por qué no tenerlo? ¿por qué no serlo y poder entrelazar sus manitas al caminar? ¿poder besarse todo lo que quisieran o decirse apodos lindos?

¿Por qué no?

Así que... oficialmente eran novios.

Unos novios preciosos.




























ya mero el final, gente, acuérdense que es una historia corta😔

21 [Emiliaco]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora