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–-¡Aquí estoy! —entró Emilio a la habitación con pasos rápidos y se detuvo frente a Joaquín —Lo conseguí—dijo y alzó sus manos, mostrando aquel portarretrato color perla —dime que sí es el tamaño correcto.

Joaquín sonrió con ternura y lo miró.

—Es perfecto, sí, ¿trajiste el pegamento?

Emilio borró su sonrisa y abrió un poco más sus ojos. Por supuesto que no lo había traído.

—Se me olvidó.

El pequeño suspiró con diversión —Voy a traer-

—No —interrumpió el rizado y lo tomó como pudo de la cintura, deteniéndolo —a mí se me olvidó, yo voy, no te preocupes, tú ve acomodando para ver cómo los pegamos, ¿va?

Joaquín asintió sin pensarlo. Honestamente tenía mucha flojera ir hasta la papelería, así que besó despacio los labios de su novio y tomó el portarretrato, caminando de nuevo a la cama.

—Te espero, amor.

Y así Emilio salió de nuevo.




Okay. Pero, ¿para qué era el portarretrato? Bien. Ambos habían llegado a la conclusión de que en la cartera de Emilio los boletos podrían salirse o pasarles algo. "Emi, es que me da mucho pendiente que les pase algo", había dicho Joaquín con voz triste y un puchero en sus labios. Su novio, por supuesto, se acercó a besarlo con mucho mucho amor y le susurró que ya no los traería en su cartera, sin embargo, tenían que pensar en otra idea.

Así que por eso en la mesita que Emilio tenía se encontraba una hoja tamaño carta, el puñito de boletos y ahora el portarretrato con marco de madera, faltando el pegamento que al mayor se le había olvidado.

Iban a pegar todos los boletos en la hoja para después ponerla en el portarretrato y colgarlo en la pared. Sí, eso harían. Buena idea, ¿cierto?

—¡Ya llegué otra vez! —gritó Emilio y entró ahora sí con un pegamento en barra en su mano —es de color morado, ¿no es genial? —dijo y destapó el pegamento, dándole vueltitas a la base para que la barra subiera —¡mira!

Joaquín lo miraba completamente maravillado.

—Ay, qué bonito, Emi —exclamó y se acercó para mirar el pegamento más de cerca —es como transparente pero de color morado.

—Iba a comprar uno normal pero vi este y tenía que tenerlo, aunque realmente no se va a ver el color pero qué importa.

¿Estaban tan malditamente felices por un pegamento morado? Lo estaban.

—Ven, vamos a pegar los boletos —habló Joaquín y caminó hacia donde estaba antes, llevándose consigo a su novio —¿Crees que sean suficientes para rellenar toda la hoja?

—Sí, a huevo.

Y sí, lo fueron.







—Una obra de arte, mi amor —habló después de unos largos segundos —¿no?

Ambos miraban la pared, específicamente el cuadro que ya estaba colgado.

—Se ve bien porque todos son del mismo color, hace contraste que sean de diferentes tonos de rojo, ¿no?

¿No?

—Sí, se ve muy bonito —concordó Emilio y se acercó a Joaquín por detrás, pasando uno de sus brazos por sus hombros y dejando un pequeño beso en los castaños rizos de su novio —así cada que pase por aquí y cuando me despierte lo primero que veré son los boletos con los que mi novio me conquistó.

Las mejillas de Joaquín se tornaron de un color rojizo y movió su rostro para un lado para poder ver mejor el de Emilio, quien mantenía una feliz sonrisa en sus labios.

—¿De verdad crees que son muy especiales? —preguntó tímidamente el menor y frunció el ceño, curioso.

Pss, obvio —respondió el rizado con un tono de obviedad y miró confundido a Joaquín. —Por supuesto que son especiales, amor, —siguió diciendo —uno de esos boletos, justamente ese de ahí —señaló con su dedo índice la esquina inferior izquierda del portarretrato y ambos voltearon a verlo, regresando después su mirada —es el que hizo que nos besáramos por primera vez, lo recuerdo perfectamente.

—¿Neta lo recuerdas?

—Claro que lo recuerdo, mi amor —dijo Emilio y se alejó para colocarse después frente a su novio, llevó ambas manos a sus mejillas e hizo que lo mirara fijamente a los ojos —Tanto ese primer boleto como el segundo, el tercero, el cuarto y absolutamente todos, son bien especiales. Sin ellos no estaríamos aquí ahorita, Joaquín, así que no vuelvas a dudar que para mí no son especiales porque sí lo son, mucho. Y ese cuadro estará ahí por el resto de mi vida, en esa pared, aunque por supuesto cuando nos casamos y compremos un departamento estará en la pared de nuestra habitación, pero tú entiendes.

Joaquín abrió un poco más sus ojitos al escuchar la última parte y su corazón comenzó a latir rápidamente.

—¿Nos vamos a casar? —no pudo evitar preguntar con ilusión y emoción en su voz.

Emilio frunció el ceño y lo miró —Por supuesto que nos vamos a casar, amor, ¿no quieres?

Joaquín asintió una y otra vez con su cabeza y una sonrisa comenzó a formarse en sus labios. Una sonrisa feliz. Tan bonita.

—¡Sí! Sí quiero, Emilio, claro que quiero casarme contigo —dijo rápidamente y puso sus manitas en el pecho de su novio —y viviremos juntos y podemos tener un perrito, o quizá un erizo, siempre quise tener un erizo pero dice mi mamá que no le gustan porque una vez agarró el que tenía mi prima y dice que le picó con sus espinas —terminó de contar e hizo un pequeño puchero. —Y yo le he dicho muchas veces que ellos no tienen la culpa de que sus espinitas piquen, ellos sólo las tienen ahí y no es su intención lastimar pero sigue sin querer.

Los ojos de Emilio transmitían puro amor y mucho mucho cariño. Expresaban paz, expresaban felicidad. Escuchar a Joaquín era como escuchar a los mismísimos ángeles, no tenía duda de ello.

Amaba cuando su novio simplemente se desviaba del tema, cuando comenzaba a hablar y hablar, porque lo hacía con tanta ilusión y Emilio no quería interrumpirlo por nada del mundo. Quería escuchar todo lo que tenía que decir, quería escuchar todo lo que Joaquín quería contarle, no le importaba absolutamente nada más.

Lo quería tan malditamente tanto.

—¿Diego puede ser uno de los padrinos? —preguntó Joaquín y antes de que Emilio asintiera, continuó —es que es mi mejor amigo y me gustaría mucho que lo fuera.

—Puede serlo, si quiere, amor.

El pequeño sonrió con sus mejillas sonrojadas y se acercó para dejar un beso en los labios de su novio.

—Perd-

—No te atrevas a pedirme perdón por hablar, Joaquín, no lo hagas —interrumpió y ajustó su agarre en las mejillas de su niño. —No vuelvas, escúchame bien —enfatizó —no vuelvas a disculparte por hablar porque no tiene nada de malo, ¿me oíste? Habla, amor, habla todo lo que se te dé la gana, cuéntame lo que quieras, todo lo que quieras contarme, hazlo y yo te voy a escuchar con todo el gusto del mundo.

Joaquín quería llorar.

Y, oh, por supuesto que lo hizo.

Cubrió sus ojitos con una de sus manos y Emilio bajó las suyas para luego acercar el cuerpo de su novio y rodearlo con sus fuertes brazos, acurrucándolo hacia su pecho.

—Es que yo t-te quiero mucho, Emilio, no sé cómo puedo quererte tanto.

Llevaban tan poco tiempo de conocerse, sí, pero, ¿esa ya una era razón para no quererse de la manera en la que lo hacían? ¿para no sentir que al lado del otro estaban protegidos y seguros?

Ellos se querían tanto.

De verdad lo hacían.

21 [Emiliaco]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora