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El boleto color rojo se encontraba en manos de Joaquín, que yacía recargado en la pared, afuera de su preparatoria.

–-Dos y cinco, siete, más cuatro... umh —susurraba —once, y nueve son veinte, más uno, ¡veintiuno! —siguió susurrando y sonrió.

Estaba tan feliz.

Miró hacia arriba y buscó con su mirada a Emilio, sin encontrarlo. Frunció su ceño y caminó, sin dejar se mirar a su alrededor, estaba preocupándose, pero sabía que probablemente estaría ya dentro.

Entró a la preparatoria y buscó ahí, y sí, el rizado estaba sentado de uno de los desayunadores con sus amigos, hablando y riendo y Joaquín estaba muerto de nervios.

Ahora no sólo estaba Roy, sino todos sus amigos y le daba muchísima vergüenza, así que pasó saliva, suspiró y, armándose de valor, caminó lentamente hacia la mesa, se detuvo un par de metros atrás y respiró tratando de calmarse.

Por otro lado, Emilio hablaba hacia sus amigos, hasta que se calló inmediatamente cuando su mirada subió y encontró a Joaquín de pie mirándolo tímidamente, moviendo sus pequeños pies nervioso.

El mayor sonrió levemente y se paró de la banca, llamando la atención se las personas a su alrededor, ignoró las miradas y preguntas y caminó hacia Joaquín, deteniéndose frente a él, mirándolo con ternura.

—Hola, Joaco —le dijo suavemente.

—Hey, Emi, —dijo de vuelta el menor, mirando por encima del hombro de Emilio, todos los estaban mirando y se puso aún más nervioso, pasó saliva y miró al chico frente a él —nos están mirando, es vergonzoso.

El rizado miró hacia atrás y levantó sus cejas —¿Qué ven o qué?

Sus amigos se voltearon rápidamente, soltando algunos Uy, perdón.

Se volteó de nuevo hacia Joaquín y le sonrió.

—¿Qué pasa? —le preguntó.

—Amh... —comenzó Joaquín, nervioso aún —te estaba buscando porque... p-porque, bueno —suspiró y le entregó su boleto a Emilio.

Éste miró el boleto y sumó los números de abajo.

—¿Quieres otro beso mío? —preguntó sonriendo y se acercó lentamente a Joaquín, más, sus pechos casi se tocaban y el menor tuvo que alzar su rostro para mirarlo mejor, ya que estaba considerablemente más pequeño que Emilio—¿Mmh?

—Y-yo, bueno, sí.

Sólo eso necesitaba el mayor para llevar sus manos a la cintura de Joaquín y rodearla con fuerza, acercándolo a él y besándolo, tomando sus labios de manera que al menor le costaba adaptarse, pero no sé quejó, porque simplemente le encantaba.

Le encantaba que a Emilio no le importara besarlo frente a todos, le encantaba porque no se avergonzaba de él, todo, todo le encantaba. El sabor de los labios del rizado, aquel sabor que, no era por nada, pero ya estaba acostumbrándose.

Las suaves manos de Joaquín estaban en el pecho de Emilio, acariciándolo mientras correspondía con gusto al beso.

Murmullos se escuchaban desde la mesa donde antes estaba sentado el mayor, preguntas como "¿Son novios y no nos había dicho el baboso?" "¿Por qué no nos dijo que le gustaba Joaquín?" entre otras más.

Ellos sólo podían escuchar la respiración del otro y el chasquido de sus labios tocándose, moviéndose y mordiéndose.

—Besas tan malditamente bien, puta madre —se alejó Emilio y lamió sus labios, mirando los ojos del menor —dios.

Joaquín, como se esperaba, se sonrojó y sonrió nervioso, abrazándose al rizado y tratando de esconder su rostro en su hombro ya que estaban recibiendo muchas miradas, que aunque no fueran de mala manera, le ponían incómodo.

Pero estaba feliz, y sus rojizos e hinchados labios también lo estaban, por supuesto que lo estaban, mucho.

Y... joder, lo que hacía un simple boleto de autobús.

21 [Emiliaco]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora