Un silbido entre las máquinas

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—¿Miguel?

—¿Sí... Hiro?

—¿Están las máquinas funcionando óptimamente? 

—No tienes que fingir, aquí no hay nadie. Estás seguro conmigo.

Seis segundos de silencio. 


Una puerta se cierra. 


—Amo cuando ese deseo tuyo hace que te atragantes con tus propias palabras. El genio se me convierte en un... Un niño.

—¿Te parece que soy un niño, Rivera?

—Vienes a mis brazos, todas las mañanas, para encontrar el consuelo secreto que tanto quieres pero que tus ideas, tu trabajo y tu ego no te dejan admitir todo el resto del día. Genio.

—Yo vengo a algo muy distinto.

—¿Ah, sí?

—Así es.


Las mangas de una bata rodean el cuerpo y la camiseta obrera que cubre un cuerpo color canela, en la protección de una luz rota de la bodega más caliente de una fábrica cualquiera. Dos pieles, una más clara que la otra, se estremecen en un toque. Dos mechones de cabellos negros se entremezclan en consecuencia del encuentro de dos lenguas. 

Perfecto. 

Son las 9 de la mañana, en lunes. Ha sido un fin de semana duro de pasar. 


—Buenos días —Miguel separa el beso, para hacer una formalidad donde realmente no la hay. 

—Buenos días —la voz de Hiro es más seca y las palabras salen menos emotivas de su boca, pero de aquella boca, serán los buenos días la cosa más gélida que saldrá de ella este día. 


Las piernas están sanando de sus aturdimientos, el científico se recupera a pasos acelerados. Ya casi perfectamente sano, enreda una al costado de su subordinado para iniciar la interacción. 
Es adictivo, como pocas cosas en la vida. 

Los hombres cerebrales y dominantes aceptan pocas de sus emociones y muchas de sus retracciones. Los hombres soñadores y emocionales no aceptan una negativa por respuesta, así que les gusta llenar de besos y estremecimientos las pieles de los primeros. 
Hasta que ya no queda defensa en el narcisismo. Ni en las excusas. Ni en el razonamiento lógico. 


La lógica y el deber han caído al calor de unos besos sabor chocolate y música. Es la perdición de Hamada Hiro. Sólo Miguel puede lograr esto, con su vivacidad y su pasión. 


—Penétrame —. Lo deja escapar en un susurro.

—¿Qué quieres, Hiro?

—No me hagas decirlo dos veces.

—¿Por qué no?

—...

—Eres mío. 


Hay una mente brillante, pragmática y criminal... que ha caído ante un simple músico que supo tocar y hablar en el lenguaje correcto. 


Esto todavía es una guerra. 


—Te dejaré creer que soy tuyo —murmuró Hamada—, y no al revés como lo es realmente. 

—Gracias. 


Cada mañana, por dos semanas, ha sido igual. 
No todas las rutinas son odiosas ahora para Miguel, ni todas las escapadas son intolerables para Hiro.


El clímax ahogado en la oscuridad y al amparo de tres máquinas ruidosas contando inventario, parece una canción silbada en el aire. Hiro ahogó un grito. Miguel se mordió el labio. 



—Me gustas demasiado —suspira el moreno, con el pecho agitado, bajando el ligero cuerpo del japonés a tierra, desligando esas piernas de su cuerpo. Hamada se apresura a limpiar la semilla. 

—Tengo que llegar a revisar los planos de estas chatarras a la oficina —Hiro se recupera mucho más rápido y asume su rígido papel de nuevo. Pero sus pulmones agitados y su cara roja lo delatan. Aún está excitado, sólo que no quiere sucumbir a sus deseos otra vez. 

Miguel lo mira por detrás, mientras se reacomoda la bata y se ordena los cabellos para quedar convertido en el jefe Hamada de Ingeniería otra vez; en el implacable hermano Hamada menor de 1 y sesenta y pocos centímetros, asesino de decenas y genio brillante que iba y venía de sus manos a su antojo. Que tenía gomitas en el bolsillo de su pantalón.


Lo estaba acabando, pero nunca se había sentido tan vivo, como con este homicida. 

¿Sentirá Hiro ese mismo amor por la vida, cuando sus cuerpos se encuentran?


—Adiós, Miguel —el jefe sobrio sale por la puerta. 

—Adiós, malvado genio —. Se queda silbando una canción, y vuelve a trabajar. 


Y aquí nada pasó. Un hombre de ciencia no ha cometido inmoralidad alguna al entregarse a un artista. No, jamás. 


«Si nos dejan, nos vamos a querer toda la vida... ». El mexicano se arrulla a sí mismo con una canción de su tierra. Hiro ya la ha escuchado, pero no sabe cuál es. 


Hiro no sabe muchas cosas. No sabe lo loco que vuelve a Miguel Rivera cada vez que llega, y cada vez que se va. 
A veces Miguel no sabe si está ganando su batalla con él, o si, por lo contrario, su corazón lo está haciendo perder. 


Ya son dos semanas. Tiene una petición para Hiro. 
Es tiempo de llevar la guerra a otros campos de batalla. 



Las cosas que vendrán serán muy interesantes para este músico, y su amado asesino de hielo y cálculos matemáticos. 





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Sigo viva, reinas uwu ♡ les amo.

En las actualizaciones que siguen haré desfile de todos los dibujitos que me han dado EN SERIO NO LAS MEREZCOOOOO ♡♡♡♡


⺌ Bendiciones ⺌✦✦✦




SILICIUM. (Sci-Fi)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora