7-a. Veneno para las ovejas

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7.1.

El arcángel


Junio de 2093. Oficinas administrativas de Rivera-Wong Security, Ent.



Diez de la mañana en punto, en el corazón administrativo de un consorcio, en la zona limítrofe de la clase 1. Subir las escaleras, en lugar de ascender por el elevador, le dio el toque final de adrenalina que necesitaba para darse valor frente a lo que estaba a punto de hacer.

El ultimátum.


—No puede pasar —. El Oikos que lo detuvo en la recepción seguía aferrado a su brazo de piel morena, rogando porque cesase su paso.


Las órdenes antiguas del CEO no habían sido eliminadas y actualizadas en la unidad. De haberse topado con uno de los nuevos modelos, el iracundo primogénito del empresario mexicano se hubiese topado con un trato mucho menos condescendiente. Sin importar las súplicas frías de la máquina, el joven hombre se abría paso por los vestíbulos, hasta llegar a su destino final.


¡Lárgate, déjame pinche lata del demonio! —. Sus palabras, estremecedores gruñidos; garras violentas arañando las paredes con su eco. De un puño, azotó a la inteligencia artificial contra el suelo y sus implacables pasos aceleraron marcha. La cabeza del robot se partió en dos trozos chispeantes y aún con eso, encendió el aviso de seguridad.

—Oikos XAE A-12, reportando al personal... —resonaba su voz arfificiosa.

—¡Bien para ti que jamás estuve aquí, o te habría mandado destruir a ti y a las otras putas tostadoras juntas! —gritaba, bramaba el artista, al tiempo en que el androide se preparaba a llamar a los cuidadores.


La puerta de la oficina del reputado señor Rivera se abría por un sistema de reconocimiento completo de voz y ADN; todos los miembros de la familia Wong tenían su propio registro en la database de seguridad. Probablemente y, en vista de las circunstancias, el no haber encontrado el suyo para abrir fue la última bofetada que sintió venir de parte de su propio progenitor; fue lo que lo hizo enfurecer tanto como para tomar el extintor del pasillo izquierdo, andar hasta la pantalla virtual y quebrar, de tres estruendosos golpes, el cristal esmerilado del acceso a la sala.

A un rabioso y herido Miguel Rivera no le importó ya la imagen, ni las apariencias; tampoco las estrictas normas de su padre, ni las consecuencias que ciertamente llegarían a raíz de esto. Para el individuo olvidado en su propio clan, cualquier cosa importante en esta ciudad merecía ser menos que irrelevante en su vida. Tokio Reunificada de Occidente fue una broma y el título que le correspondía en la empresa, un timo; los sueños plantados desde la humilde casa en su pueblo, bagatelas. El dichoso Progreso y sus tan escuchadas mieles que lo atiborraron como propaganda desde haber puesto un pie allí, se le antojaba toda una ideología de locos, mentirosos y animales idiotizados con un cuento viejo de esperanza y trabajo. La misma mentira que alguna vez había roto su propia familia, seduciendo al imbécil de su padre.

Ahora, el hombre lo escucharía. Lo vomitaría en su cara. Después de ello, él mismo se largaría a México de nuevo, y no volvería a este pozo de alimañas jamás. Ni siquiera si moría de hambre en su patria. Prefería, cientas de veces, la crisis en un país empobrecido, que su infelicidad en una ciudad enriquecida. Y jamás volvería.

SILICIUM. (Sci-Fi)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora