Te extrañé tanto

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Desapareció por completo. Tomó el primer vuelo hacia Boston y no se molestó en decirle a nadie a donde iba. Ni siquiera a Owen.

Apagó su teléfono para subir al avión y no volvió a encenderlo cuando su vuelo aterrizó. Realmente no tenía energía suficiente para lidiar con las decenas de llamadas perdidas y mensajes sin leer que sabía que tenía.

Consiguió un taxi casi al instante y subió a este, indicando el nombre del hospital. Entonces miro por la ventana y se permitió respirar un poco, estaba temblando y jamás había sentido su corazón latir tan rápido.

El vehículo no tardó en recorrer la corta distancia hasta el hospital y ella bajó después de haber pagado, tomando el bolso que era su único equipaje y caminó abriéndose paso entre la gente hasta subir al ascensor que la llevaría al piso que no visitaba hace meses.

Y finalmente estuvo en recepción dando su nombre para que pudieran llamar al doctor de Mitchell, completamente aterrada de la conversación que le esperaba, y aún más asustada de caminar con él hacía la habitación de su novio y tener que entrar posteriormente, porque cada célula de su cuerpo le gritaba que aún no estaba lista para verlo.

El doctor había dicho que no había daño cerebral, no había daño físico permanente. Era todo un milagro, ¿entonces porque la embargaba la emoción incorrecta?

— Muchas gracias — le dijo al doctor una vez que estuvieron frente a la nueva habitación de Mitchell. Él asintió y después de dedicarle una fugaz sonrisa dio media vuelta para regresar sobre sus pasos, dejándola sola frente a una puerta que ella no se atrevía a abrir.

"Todo está bien", se dijo a sí misma mientras tomaba una bocanada de aire y se obligaba a tomar la perilla de la puerta para finalmente abrirla.

Entonces lo vio. Sus ojos azules se iluminaron al instante reflejando una emoción que ella deseaba también poder sentir y en su rostro apareció una sonrisa a la vez que abría los brazos como esperando que Kendall corriera hacia ellos. Pero ella se paralizó por un instante.

— Kendall — la llamó, ella ya había olvidado cómo se oía su nombre cuando él lo pronunciaba y no pudo evitar preguntarse si aun le gustaba como sonaba. La respuesta fue un sí.

— Mitchell — murmuró, como si se tratara de un juego en el que ambos se llamaban el uno al otro esperando pretender que el tiempo no había pasado, pero reparó en que ninguna de las dos cosas era correcta, así que decidió dar pequeños pasos hasta llegar a la cama en la que él se encontraba.

Y lo abrazo... porque se suponía que eso era lo que debía hacer.

— Te extrañé tanto, preciosa — afirmó correspondiendo el abrazo con una alegría que Kendall se esforzaba por poder sentir.

— También yo — no mentía, lo había extrañado tanto... pero simplemente no estaba preparada para volver a estar entre sus brazos, había perdido totalmente las esperanzas hace meses y por más doloroso que fuera, era la realidad.

Las desnudas y vacías paredes blancas combinaban con los sentimientos de Kendall, estaba tan confundida que no se creía capaz de poder sentir algo en ese momento. El aroma a hospital era familiar para ella, incluso se podría decir que le gustaba, pero aquel día se sentía tan agobiante que lo único que quería hacer era huir antes de ahogarse en aquel incesante recordatorio de que todo cambiaría a partir de ese día. No estaba lista para un cambio y no estaba segura de querer uno.

La oscuridad de la noche los arropaba, ella había perdido la cuenta de las horas que llevaba en la habitación de Mitchell, recostada a su lado en la cama, usando su brazo como almohada mientras él acariciaba su cabello como lo hacía siempre, y ella le contaba acerca de su nuevo trabajo en Seattle, omitiendo detalles que no quería discutir en ese momento, como por ejemplo Owen.

Suspiró por milésima vez desde que había puesto un pie en Boston. Desde afuera se podían oír los sonidos de enfermeras y doctores que transitaban por los pasillos cercanos, las alarmas de los monitores y otro tipo de ruidos, pero de todas formas se podía sentir una paz relativa en aquel lugar, una que Kendall luchaba con todas sus fuerzas para transportar a sus pensamientos. Necesitaba un respiro, pero lo único que podía sentir eran unas inmensas ganas de llorar, un miedo abrumador, un torbellino de emociones retenidas y la desesperante sensación de no saber qué pasaría con su vida después de ese momento. Y entonces no pudo más y comenzó a llorar. Lloró por todo y a la vez por nada, no supo bien el motivo exacto o tal vez no quiso reconocerlo; pero llorar le hizo bien porque al final se quedó dormida entre los brazos de Mitchell como si nada hubiera cambiado entre ellos. Pero si lo había hecho y ya no había marcha atrás.






Holi, volví, porque desaparecer y luego regresar con capítulos cortos es mi pasión.
Solo puedo decir que gracias por la paciencia y perdón. Los amo, no olviden votar y comentar.

The Day Before You | Owen HuntDonde viven las historias. Descúbrelo ahora