CAPÍTULO 18

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Engullo una gachas insípidas, me doy otra ducha y disfruto del martilleo del frío en mi cuerpo: congela la ansiedad y la transforma en un bloque reluciente del que puedo apartarme y dejar atrás. 

De camino a la mansión con Yeeun y In siento que va imponiendo la preocupación: en el siguiente capítulo de la historia no basta con recitar frases aprendidas y evitar tirarse pedos. Aquí es cuando de verdad no estoy a la altura del fantasma de Sakura, porque la siguiente parte de la historia requiere actividad física... y por algo siempre me eligen la última en los partidos de voley.

–¿Y cómo vas a conseguir que el tortolito se fije en ti esta vez? –me pregunta Yeeun.

–Anoche me preguntó mi nombre. Hoy se lo voy a enseñar.

Yeeun levanta una ceja hasta que esta toca la mancha oscura de la frente.

–¿Cómo que se lo vas a enseñar?

–Le voy a dejar unas flores de cerezo en el alféizar –respondo.

In se saca un manojo de flores de cerezo del mono y me lo pasa. Son las más lozanas y rosas que encontró en los cerezos. Lo cojo y lo hago girar en los dedos. Los dos miramos a Yeeun, esperando una respuesta entusiasta, la que le daba a Sakura en el canon: «Gran idea, tiéntalo para que salga de esa mansión de mierda». Pero no, se limita a arrugar el morro como si hubiera olido algo realmente apestoso. A lo mejor diría que sí me he tirado un pedo...

–¿Qué ridiculez es esa? –exclama–. ¡dejarle flores de cerezo en el alféizar! ¿Pero de dónde sacáis esas mierdas?

In y yo intercambiamos una sonrisita.

–Funcionará –dice In–, ya lo verás.

Yeeun resopla.

–Bueno, pero no me parece bien que te hagas llamar Sakura. Es una falta de respeto a los muertos.

–Hongjoong me dijo que conservase el nombre. Para que recordase su valor y para que me marcase el rumbo.

Hongjoong no me ha dicho nada de eso, pero tenía la esperanza de que adoptar su nombre me conferiría, no sé cómo, algo de su belleza y osadía. Además, un revoltijo de lirios esparcidos por el alféizar no sería ni la mitad de romántico, tal como In me ha hecho notar hace un rato.

–Hongjoong no siempre tiene la razón, ¿sabes? –masculla Yeeun, frotándose la cicatriz de la clavícula.

La mansión se hace visible. Es similar al edificio que utilizaron para la película: imponente y grandiosa, con dos torres paralelas infladas como el pecho de un pavo y tan alejada de la ciudad de los impes que lo mismo podría ser un decorado.

Siempre me ha parecido extraño que los gemas, con todos sus avances tecnológicos, prefieran vivir en entornos tan clásicos. Ya sé que el exterior de la mansión no es más que fachada y que dentro están todos los aparatejos futuristas imaginables (inteligencia artificial, vainas de simulación, sumideros que transportan la materia... y podría continuar), pero lo que no he entendido nunca es por qué los gemas prefieren modernizar los edificios impe antiguos, por qué no construyen edificios nuevos desde cero. Ahora que llevo una vida de impe lo comprendo al mirar este precioso caserón georgiano: lo hacen para fastidiarnos. Para recordarnos que ganaron, que son la raza superior. Ellos viven arriba y nosotros abajo. Nos han robado las bonitas mansiones georgianas.

Cabrones.

Intento apartar de mi mente semejantes pensamientos, la ira contra los gemas no me ayudará precisamente a embaucar a Yeosang. Me intento centrar en la hierba que piso al cruzar los jardines en silencio, con la mano de In sujetando la mía y el sabor del humo y el frío en la lengua. Rodeamos el edificio hacia los jardines traseros, cada vez más cerca de la ventana de Yeosang: la cuarta por la izquierda de la tercera planta.

EL BAILE DEL AHORCADO (HyunRi)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora