CAPÍTULO 2

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 Esta mañana, cuando me he puesto el disfraz, he comprendido de pronto por qué Clark Kent puede volar y cómo Peter Parker logra trepar muros con las palmas pegajosas de las manos. Es la sensación de que puedes ser quien quieras, hacer lo que quieras. De alguna forma me he imaginado que absorbía la fuerza y la belleza de Sakura solo por llevar su ropa; esa tela de arpillera se fundía con mi piel y sentía que ya formaba parte de mí.

Este año me he tomado lo del cosplay muy en serio. Túnica marrón, leggins verdes, botas militares, y he dejado que mi pelo se rice y se encrespe. Hasta me he maquillado las mejillas con sombra de ojos verde oliva para darme un aire guerrillero. La única concesión que he hecho a la vanidad ha sido la faja roja que me he atado a la cintura, para resaltar que soy de talle estrecho. Me he sentido guerrillera, lista parar la Comic-Con, lista para vérmelas con los gemas.

Pero ahora, meciéndome al ritmo del metro, sólo me siento ridícula. 

Los túneles van cambiando de hierro fundido a ladrillos a medida que el metro avanza a toda velocidad hacia la estación de Kengsington Olympia. Siento en la espalda la presión de sesenta y tantos ojos y mis dedos se agarran un poco más en la fría barra. Pero cuando me doy cuenta de que casi todos los pasajeros se han quedado pasmados mirando a Yena (que tiene peor pinta que yo) o a  Wonyoung.  

Bueno, a Wonyoung la miran siempre, claro, pero hoy, con su minivestido azul eléctrico y apoyada en la barra vertical amarilla como si fuese a ponerse a bailar, atrae incluso más atención de la habitual. El pelo suelto le cae por la espalda y veo, con una explosión de orgullo, que lleva el colgante del corazón partido. Jugueteo con la otra mitad y el borde irregular se me clava en las yemas de los dedos. Wonyoung estudia su reflejo en la ventana y se muerde los labios pintados como si algo no acabase de cuadrarle. Eso es lo que pasa cuando eres guapa, que tienes algo que perder. Le acaricio la mano, un gesto que conservo desde que éramos pequeñas. 

–Estás increíble.

–Tú también –me dedica una sonrisa perfecta.

–Parezco una raterilla.

–¿No es esa la idea? Sakura es una raterilla, como todos los impes –Yena refunfuña mientras contempla su figura algo masculina. Lleva un mono negro ajustado y el torso cruzado en diagonal por un montón de medias multicolores, como extrañas enredaderas abrazadas a un árbol–. Al menos a ti no se te caen las medias todo el rato –protesta, mientras se recoloca una media amarillo fosforescente bajo el brazo e intenta sujetarla con un imperdible.

In la mira de reojo.

–Tú sabes cómo es una espiral de ADN, ¿verdad, Yena? Pareces más bien una especie de piruleta humana.

Tiene catorce años pero aparenta doce y a veces habla como Sheldon Cooper de La teoría del Big Bang. Está ridículo disfrazado de su héroe, Hongjoong. El parche le tapa la mitad de esa cara tan angulosa que tiene y su cuerpo menudo apenas llena el chaquetón de cuero. No parece tener la edad para repartir pizzas, ya no hablemos de liderar la emancipación de los impes. 

Yena mira fijamente la chaqueta de In, y aprieta los labios para no burlarse de él, y se limita a murmurar:

–Ya lo sé, ya. –El tren da un bandazo y se le escapa el imperdible. Se debe haber pinchado porque gruñe–: ¡Joder! –Se chupa la sangre de la herida y se vuelve hacia In–. Es que no quería disfrazarme de impe, como todo el mundo. –Me mira con sus delicados rasgos empañados de culpa–. Perdona, Yuri. Y tampoco podía ir de gema, como aquí Wonyoung la amazona... no llego al metro sesenta.

Wonyoung se atusa el pelo, como si quisiera obligar a su cerebro a tener una idea.

–Hay un montón de enanitas atractivas: Campanilla, Pitufina...

EL BAILE DEL AHORCADO (HyunRi)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora