CAPÍTULO 11

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Me despierto en una habitación pequeña y ocre. Bajo mi cuerpo los listones del suelo son duros e inflexibles, tengo las muñecas y los tobillos atados con cables y un trapo que sabe a alcohol metido en la boca. Consigo sentarme mirando a la puerta, con la espalda apoyada en la pared desconchada y me siento un poco menos indefensa. A mi derecha hay una ventana grande, tan pringada de roña que parece que la hayan tapiado, aunque por ella se cuela un ápice de luz crepuscular, lo que indica que nuestra prisión no es subterránea y eso me hace sentir un poco menos mal.

Wonyoung está sentada a mi lado, noto su calor corporal contra el mío. In está frente a mí; la mordaza que le han puesto le contorsiona la boca en una sonrisa fija y extraña y su postura parece indicar que le duele el costado izquierdo. Lo miro a los ojos, hinchados e irritados, y parpadeamos despacio, llorosos. Al menos estamos vivos. A continuación, mi mirada encuentra la de Yena: la misma mordaza, la misma sonrisa inquietante. Me guiña un ojo, pero por la mejilla le corre una lágrima que le intensifica las pecas y muere en la mordaza. Seguro que está pensando que ojalá no se hubiera mudado a Londres, que nunca se hubiera fijado en mí, que nunca hubiera oído hablar de El baile del ahorcado. Siento un pinchazo de culpa y, dando un golpe sordo que me resulta tranquilizador, dejo caer la cabeza hacia atrás hasta que descansa contra la pared. Oigo un zumbido constante, como de un enjambre de abejas, y noto en el ojo izquierdo un pegote de una sustancia parecida al alquitrán; es mi propia sangre, supongo.

No sé cuánto tiempo pasamos metidos en aquel cuarto. Miramos las paredes, nos miramos los pies, de vez en cuando intercambiamos una mirada de conmiseración y, por supuesto, empiezo a darle vueltas a cómo me he metido en este lío. Empezó con el accidente de la Comic-Con. ¿Fue un terremoto, una bomba, un experimento que salió mal? Cierro los párpados con fuerza y los pensamientos se me enredan unos con otros. Me muero por poder hablarlo con los demás, pero no soy capaz de escupir los trapos.

Decido centrar mis pensamientos en el canon. Aunque podemos cambiarlo parece que siempre acabamos cruzándonos con él. Somos como hilos de una trama que discurren paralelos y que luego se entrelazan para volver a separarse. Así que, en este punto del canon, Sakura ha entrado en la iglesia y ha hablado del lanzamiento de la bomba cardo en el baile del ahorcado. He visto la escena un montón de veces: la nave central de la iglesia está llena de lamparillas, el cielo se va oscureciendo y los demás rebeldes se van marchando. Hongjoong intenta averiguar si Sakura es la impe adecuada para la misión Kang y es mucho más agradable con ella que conmigo: para empezar, no le pega un porrazo en la cabeza ni la encierra. Desde luego que tiene más espinas que un cardo.

Al final me quedo dormida. Lo sé porque tengo un sueño extraño y confuso que transcurre en a ciudad, pero no en mi Londres, sino en el Londres futuro de los impes. Las paredes derrumbadas, los edificios derruidos, un cielo deprimente delineado por los tejados maltrechos. Grito, a punto de caer del borde de un tonel. El controlador pecoso está a mis pies, me señala, se ríe, echa la bota hacia atrás. Hyunjin grita y me abraza las piernas. Me tumba en el suelo como si me fuese a romper y se inclina sobre mí, creo que para besarme la frente. Sus ojos y el cielo que tiene de fondo son de idéntico color y me da la impresión de que tiene dos agujeros en la cara. Pero de pronto ya no es Hyunjin, sino In y se le abre en el pecho un negro abismo.

«Esto me lo has hecho tú, Yuri», me dice.

Cubro el agujero negro con las manos, pero no puedo contener el flujo: la sangre me corre por los brazos y me salpica la cara. «Lo siento».

In posa los labios en mi piel y susurra, noto su aliento frío como la nieve. «Si me hubieras cuidado mejor no habría pasado nada de todo eso». Se sienta y parpadea.

«No me dejes, In» le digo.

Su cuerpo se transforma en una neblina roja, flota un instante como un retal de gasa con forma de niño, y se dispersa en el ambiente como cenizas. Como vilanos de cardo. Intento cogerlo, dando manotazos impotentes al aire, pero no noto más que unas tenues gotitas y el cada vez mayor espacio que las separa.

EL BAILE DEL AHORCADO (HyunRi)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora