CAPÍTULO 6

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Bang Chan cierra la puerta a nuestras espladas.

-Estamos en El baile del ahorcado -dice In con voz temblorosa.

-No, ya no -replica Yeeun-. Acabamos de salir de allí.

-No, no. -Niega con la cabeza como si Yeeun no lo entendiese-. Estamos en el mundo de El baile.

Yeeun ni se inmuta, como si no lo hubiera oído.

-Hay que darse prisa, antes de que lleguen los guardias.

Por fin caigo en la cuenta de que por qué me parece distinta. Tiene una mancha granate con  la forma de África justo encima del ojo izquierdo. Y ahora que lo pienso, Sakura tampoco era idéntica a Kim Chaewon, y no lo digo por el charco de sangre y los miembros rotos; tenía el pelo más rizado, la constitución más infantil. Es como si estos personajes hubieran salido directamente de la imaginación de la autora. Pero no tengo tiempo de pensarlo, con los guardias pisándonos los talones. Sigo a Yeeun y a Bang Chan por un callejón, aunque las piernas a duras penas me permiten seguirles el ritmo y oigo a mis amigos jadear.

Conozco la ciudad de los impes del libro y también de la película: es «evocadora e inquietante», en palabras de un crítico. Londres, dentro de varios siglos, bombardeado hasta los cimientos y despojado de todo color y gracia. La cámara se paseaba por un paisaje de azoteas derruidas, farolas tumbadas y jirones de niebla serpenteando como el humo entre piolas de basura. In y yo gritábamos cada vez que veíamos un monumento en ruinas: los restos de Tower Bridge; el London Eye caído, oxidado y agrietado como una rueda gigante para hámsters; la mitad del Big Ben, el reloj desaparecido tiempo atrás. Recuerdo verlo sentada en mi sofá mullido, abrazada a un cojín, pensando : «Dios, el Londres del futuro es un horror, menos mal que no vivo allí». Sin embargo, mientras sigo a a los dos impes por un laberinto de callejones, con los pies ardiendo de dolor, lo que más me impresiona es la pestilencia.

Recuerdo cuando In y yo encontramos un tordo herido. Tenía los ojos desorbitados, un ala rota y las plumas descompuestas, y había dejado una mancha de sangre en el cristal de la ventana de la cocina contra la que había chocado. In solo tenía cuatro años y no paraba de llorar. Así que cogí el tordo con cuidado y lo puse en una caja de zapatos, le coloqué un poco de algodón en la cabeza, le cubrí el cuerpo con un pañuelo y a un lado le puse unas cuantas bayas por si tenía hambre al recuperarse. Le hicimos unos agujeros a la tapa con un lápiz y la escondimos en el armario para que nuestra madre no lo encontrase. Por supuesto, no volvimos a acordarnos de él. Y una semana después empecé a notar que de mi armario salía un olor raro, como a escabeche y tostadas quemadas. Cuando levanté la tapa me llegó la fetidez con toda su fuerza.

Un pájaro en descomposición. Igual que la ciudad.

-No os quedéis atrás -grita Yeeun por encima del hombro-, a menos que queráis que esos putos soldados os echen el guante.

Doblamos una esquina a toda velocidad para entrar en un nudo de callejones y acabamos desembocando en una callejuela. Sobre nuestras cabezas, ropa tendida que se agita al viento como banderines abandonados. Durante un instante me pregunto quién se preocupa de lavar la ropa para que luego se seque en un aire tan nauseabundo. Yeeun se detiene para tomar aliento y todos nos paramos. Apoyo las manos en las rodillas y noto un pinchazo en un lado.

Sin previo aviso, Yeeun se da la vuelta y empotras a Yena contra la pared. Se oye el crujido de su columna contra los ladrillos, seguido de una fuerte exhalación.

-¿De qué coño iba ese numerito, zorra? -Yeeun le escupe a Yena las palabras a la cara.

Quiero separar a Yeeun de Yena, pero Bang Chan se interpone.

EL BAILE DEL AHORCADO (HyunRi)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora