CAPÍTULO 25

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Hyunjin se deja caer a mi lado. Mueve el candil para iluminar toda la sala. Veo alguna silueta, el destello de alguna superficie reflectante, y me hago una idea general de las cosas que me rodean.

–No te preocupes, no hay peligro –dice. Creo que se ha dado cuenta de que he dejado de respirar.

Obligo a mis pulmones a volver a respirar. Me sorprende lo puro que es el aire, casi medicinal.  Conozco ese olor. Luego me viene el aroma terroso del café y el frescor del anís estrellado. Y juro que oigo la voz de mi padre. «Ricitos de oro llegó a la cabaña del bosque, llamó a la puerta y, como no contestaba nadie, entró». Giro sobre mí misma, escrutando la oscuridad.

–¿Has oído eso?

–¿Qué?

Silencio. Solo un extraño sonido de burbujas y un suave zumbido de maquinaria.

–Nada, nada. –Debo de estar volviéndome loca con tanto estrés y el cambio de hábitos de sueño.

–¿Segura?

–Sí, es que estoy cansada.

–¿Lista? pregunta, mientras me rodea los hombros con un brazo protector.

–Supongo.

–Encender luces –dice, levantando la voz.

Las lámparas del techo se encienden con un zumbido. El resplandor azulado me hiere los ojos, acostumbrados a tantear en la oscuridad, después de tanto tiempo, y me obliga a parpadear varias veces. Una mezcla entre anticipación y el miedo me carcome las entrañas cuando empiezo a inspeccionar la sala poco a poco.

A lo largo de las paredes se alinea una serie de tubos cilíndricos que van del suelo al techo. Cada uno de ellos está lleno de un líquido transparente que, a juzgar por la lentitud con las que se mueven las burbujas, es más viscoso que el agua. Casi parece una lámpara de lava gigante, con el reflejo de la luz fluorescente en los glóbulos de aire que van cambiando de forma. Mi cerebro no acaba de conseguir encontrarle sentido a las formas que veo suspendidas en el líquido: miembros, pelo, caras.

En cada cilindro hay una persona.

Inerte. Desnuda. Con los ojos clavados al frente.

Se encoge el estómago, se me arquea el velo del paladar y se me retrae la lengua. Creo que voy a vomitar.

–¿Estás bien, Yuri? –Hyunjin me sostiene y me frota la espalda.

–¿Están...?

–¿Muertos? –Logro asentir–. No, no están muertos.

Traigo una sustancia amarga y me acerco a uno de los cilindros, temblando de arriba a abaja. Miro a la persona que flota en su interior. Es Yeosang. Su cuerpo bronceado está completamente laxo. Tiene tubos metidos por la boca y por la nariz, y el cabello color caramelo le flota alrededor de la cara, largo y desarreglado, entre las burbujas que ascienden poco a poco.

–¿Hyunjin? –no logro decir nada más.

–No es Yeosang.

Por algún motivo eso me supone un alivio enorme. Mi pseudonovio no es una especie de alien extraño enchufado a unas máquinas. Pero si no es Yeosang, ¿quién coño es? Como si respondiera a la pregunta, el chico flotante parpadea.

Doy un paso atrás, con un grito atrapado en la garganta.

–No pasa nada, a veces hacen esas cosas.

Me atrae ese rostro, ese rostro impasible, entumecido, y doy un paso al frente para apoyar la punta de la nariz en el cristal. Hyunjin tiene razón; no es Yeosang; solo se le parece. El chico que flota en el cilindro tiene la nariz un poquito torcida y los labios no son tan gruesos. Recorro su cuerpo con la mirada. Está menos musculado, las piernas son más cortas. 

EL BAILE DEL AHORCADO (HyunRi)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora