Capítulo 2

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EBONY WEMBLEY:

Dejé salir un suspiro y me levanté del asiento, recogiendo todos los textos que había conseguido durante la mañana, el tiempo había pasado volando y no me había dado cuenta por estar tan absorta leyendo uno de los apuntes más aburridos, pero a la vez de los más aceptables que he leído durante un tiempo.

La hora del receso había llegado, para el resto eso significaba ir a la cafetería y rogar por un menú decente o ganar la mejor opción, para mí significaba ir a donde mi terapeuta, una cita que no me emocionaba en lo absoluto, pero que fue una de las condiciones que me dieron para poder tener un mínimo de libertad y con tal de conseguirla, la acepté. Ahora debía hacerme cargo de cumplir con mi palabra.

Por suerte, -querrás decir desgracia- la consulta no quedaba lejos de la universidad, a lo mucho eran un par de minutos caminando. Cortesía de mis padres para que no tuviese mayores problemas –o excusas- para ir.

No iba con la mayor de las motivaciones, de ser por mí, no habría empezado nunca un tratamiento, sigo pensando que eso no me podrá ayudar, no en la forma que me encuentro ahora.

Nunca me gusto la impuntualidad, por lo que, independiente de mi mala disposición para ir, llegar tarde no era opción.

Después de diez minutos caminando llegue al edificio en donde pasaría al menos una hora de tiempo.

—Hey Ana—saludé a la recepcionista, una mujer joven y demasiado amable para mi gusto.

—Hola Ebony, es bueno verte—dijo con la típica sonrisa de cortesía—. Te atenderá pronto, está con un paciente ahora.

—Mmm—fue lo único que musité, sin despegar mis labios. No es que quisiese estar aquí.

Me limite a sentarme en la salita de espera, reprimiendo las ganas de irme.

Me volví a poner los audífonos que me había sacado para saludar a Ana, dejando que la música inundara de nuevo mis oídos y así no poder escuchar mis pensamientos, que ya ha está hora del día me tenían cansada.

Alguien se sienta a mi lado y sigo ignorándolo, la música alta y los ojos cerrados son la mejor combinación cuando no quieres que nadie te moleste. Termina una canción para empezar otra y así un par de veces.

Comienzo a impacientarme después de pasar tantas canciones, no me han llamado para entrar y seguir aquí me hace creer que estoy desperdiciando mi tiempo, una pésima combinación cuando te sientes obligado a hacer algo que no te gusta.

Reprimo el deseo de tomar mis cosas e irme.

Abro los ojos para ver a Ana y dispuesta a preguntarle cuánto falta me levanto del asiento caminando en su dirección, mi paciencia se agota, pero no lo demuestro, para variar, mi cara no genera una expresión marcada.

No creo que la salud mental deba ser un tabú, pero tampoco quiero tener a gente a mi alrededor pensando que soy una obra de caridad y eso es exactamente lo que pasa cuando tu cara da la impresión de tristeza.

Esas personas que intentan ser comprensivas con uno diciendo que entienden el dolor, o que está bien estar mal, son las mismas que después se cansan de aquello porque no es soportable. De partida nadie pidió que lo salvarán, lo hacen para sentirse bien con ellos mismos, en un intento desesperado de verse como "buenas personas", eso es algo que a mí me enferma.

Ya estás enferma.

Lo ignoro, aunque mi respiración quiere entrecortarse, me dirijo hacia el mesón, como si no hubiese pasado nada.

—Ana, ¿cuánto crees que falte?

Me mira apenada, han pasado más de veinte minutos desde que llegue.

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