T R E S.- a v e n t u r a

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Habían transcurrido algunos días después de su robo a la Casa de Julieta, Mariella aún se sentaba por las noches a ver el libro, creyendo que si lo abría, el nombre inscrito con tinta negra desaparecería, pero no. Seguía ahí como un recordatorio de que no estaba volviéndose loca. Aún no sabía a quién pedirle ayuda para traducir todo lo que estaba ahí, a su madrina no era una opción, ni a Bianca, que seguro le haría un interrogatorio y terminaría diciéndoles a ambas que tomó el libro, que lo hurtó y se metería en problemas.

Por la tarde, nuevamente visitó la Casa de Julieta, se le estaba haciendo una costumbre deambular por ahí y sentarse en una de las bancas con el libro en mano, preguntándose si aquella leyenda de la que le habló su madrina era real, preguntándose si aquel viejo cuadernillo que robó era realmente de Julieta Capuleto.

Juan Pablo pasó cerca de las callejuelas abarrotadas de bastantes mujeres, todas se dirigían o salían de la famosa finca donde dejaban sus cartas a Julieta, iba a pasarse de largo hasta que vio una cabellera castaña bastante familiar. La turista despistada, sumergida en sus pensamientos, sentada frente al muro donde se pegaban las cartas. Mentiría si dijera que aquella chica no le provocaba muchísima curiosidad, cada vez que se la topaba solo tenía ganas de acercarse, como si algo lo atara a ella.
Imprudentemente, sus pies lo llevaron hasta ella, se dejó caer en el banquillo a su lado.

Mariella volteó a su costado y resopló al ver al tipo gruñón, giró los ojos y la vista lejos de él.

—Hola, despistada—habló él con voz divertida, sacándole un bufido a la chica.

—No me digas despistada, soy una chica con nombre—replicó ella.

—Bueno, y ¿cuál es ese nombre?

—Qué te importa—respondió cortante.

—Vaya, oggi ti sei svegliato di umore cagnolino—dijo él en un perfecto italiano que hizo que Mariella se confundiera.

—La tuya, por si acaso—dijo ella con el ceño fruncido, logrando sacarle una carcajada a Juan Pablo.

—No hablas italiano—dedujo él.

—No es de tu incumbencia—. Juan Pablo rió nuevamente.

—Bien, bien. Ya veo que no estás de humor, chica con un nombre—dijo poniéndose de pie—. Adiós.

Mariella resopló nuevamente y una idea se le ocurrió, así que a toda velocidad se levantó de la banca y persiguió al chico. Su brillante idea era persuadirlo a que le tradujera el contenido del libro, el tipo hablaba y entendía a la perfección el italiano, sería pan comido para él, además, era un desconocido y no le debía explicaciones.

Buscando el rostro de Julieta |  j.p. villamilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora