N U E V E .- b e a t r i c e

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A la mañana del día siguiente, Mariella fue la primera en despertar y salir casi corriendo de la habitación.
La chica no estaba afrontando la situación como una persona madura, por supuesto que no. La noche anterior luego del beso, Mariella decidió hacerse la dormida mientras Juan Pablo intentaba hablar con ella.
Era una cobarde, pero no quería volver las cosas más incómodas de lo que ya iban a ser. Ese beso era un enorme error que no sabía como remediar.

Mariella preguntó a alguno de los empleados por la biblioteca de la casa y luego de saber donde se ubicaba, caminó hasta ahí, el lugar no estaba dentro de la casa, sino en lo que parecía ser una especie de pequeño cobertizo cerca de donde comenzaban los viñedos.
Tímidamente, Mariella colocó la mano sobre el picaporte y empujó la puerta dándose cuenta que en el interior lleno de cajas y estantes repletos de libros ya se encontraba Bruno Lombardi.

Buongiorno ragazza¹—saludó el hombre en cuanto vio a Mariella.

Buongiorno signore Bruno¹—contestó Mariella agradecida de al menos saber decir eso en italiano.

—¿Y Juan Pablo?—Mariella tensó los hombros.

—Se quedó dormido—dijo Mariella tratando de sonreír.

—Bueno, es normal. Ayer todos nos desvelamos un poco, pero qué es el trasnochar cuando se trata por amor—dijo el hombre haciendo sonreír levemente a Mariella.

—Sí, supongo que sí.

—Bueno, mira, escogí algunas cajas que contienen información de toda la familia.

—Vaya, son un montón—silbó Mariella.

—Sí, aunque... hay un libro en el que tenemos el árbol genealógico de la familia, tenemos la tradición de ir agregando a los miembros, quizá puedas encontrar algo ahí que sea útil—señaló Bruno un libro de pasta café y muy grueso.

Lo puso en el escritorio frente a Mariella, quien se dio cuenta que el ejemplar estaba pesadisímo y las hojas se veían de un color amarillento, además de que permanecía empolvado.

—También hay aquí algunos diarios de miembros más antiguos de la familia—dijo—. Mariella, ¿no te importa que me vaya? Tengo algunos pendientes.

Mariella casi quiso ponerse a brincar cuando el señor Bruno le dijo aquello, pero se contuvo.

—No, para nada. Estaré bien.

—Bueno, de todos modos si se ofrece algo, Francesca estará cerca y puedes llamarla—dijo el hombre.

—Gracias—respondió Mariella con una sonrisa.

Bruno Lombardi sin duda le inspiraba confianza, pero se sentía mejor investigando sola, además, así podría curiosear en el árbol genealógico y buscar a Beatrice Lombardi... sí es que alguna vez existió.
Abrió el libro encontrando que sus páginas estaban desgastadas, amarillas y con un peculiar olor que contaban los años que había estado ahí guardado entre el polvo.

Buscando el rostro de Julieta |  j.p. villamilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora