DIECISIETE.- Sí en Verona

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1 año después

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1 año después...

Mariella miró con curiosidad a Juan Pablo, el chico llevaba varios minutos en silencio, era algo rarisimo que no se hubiera puesto a tirar algún dato random sobre la arquitectura de la plaza, a Villamil le encantaba ser un cerebrito y ella disfrutaba oírlo porque le apasionaba mencionar cosas raras de historia que quizá Simón Vargas le habría enseñado o que tal vez buscó en Google.

—¿Qué tienes?—preguntó ella.

—¿Yo?

—No, tu otro yo—musitó ella con sarcasmo.

—No tengo nada, ¿por qué lo dices?—dijo él esquivando el tema.

Mariella lo vio con una de sus cejas arqueadas. Por supuesto que tenía algo. Estaba actuando de manera rara, no había parado de morderse las uñas en todo el trayecto mientras caminaban por la plaza, además, cuando fueron al restaurante de Ángela, él y su madrina no habían parado de darse miradas raras, encima que Villamil casi ni probó su pasta a la carbonara, un acto casi pecaminoso para él, dado que la comida era sagrada para el castaño.

—¿Te acuerdas que en esta plaza nos conocimos?—dijo cambiando el tema nuevamente.

Mariella sonrió inevitablemente al acordarse de aquello, había transcurrido un año desde que ella por accidente le embarró la nieve en la camiseta a Juan Pablo, parecía que había sido solo ayer. Jamás imaginó que ese sería uno de los mejores accidentes que jamás le habían pasado y él tampoco se lo imaginaba.

Hace un año llegó a Verona con el corazón roto y ahora regresaba con el amor de su vida y a punto de hacer quizá la pregunta más importante de su vida. Metió la mano izquierda a su bolsillo del jean, sintiendo entre sus dedos el terciopelo que cubría la caja donde reposaba el anillo de perla. Estaba hecho un manojo de nervios, nunca antes en sus veintiocho años había pedido matrimonio antes, había escrito una canción sobre eso, pero una cosa era hablar sobre otros y otra muy distinta ser él quien tuviera que hacer la propuesta.

—Vamos a la Casa de Julieta—propuso Villa.

—¿Ahora? Quiero ir a dormir—respondió Mariella.

—Ahora—dijo él.

—Mejor vamos mañana, ya casi oscurece—respondió ella.

—No, tenemos que ir ahora—Villamil tomó la mano de Mariella y tiró varias veces de ella.

—Llévame en tu espalda.

Juan Pablo rodó los ojos con diversión aunque luego se dio media vuelta y le hizo la invitación a su novia para que se subiera en su espalda. Mariella sonrió como niña y luego subió arriba. Ambos caminaron por las calles empedradas hasta la Casa de Julieta.

Lo primero que notó Mariella al llegar era que estaba desierta, no estaban las típicas multitudes de turistas abarrotando el lugar, solo se encontraban ellos dos y era extraño porque siempre estaba lleno.
La castaña bajó de la espalda de Villa y se detuvo a admirar el pequeño jardín, un año atrás, en ese mismo lugar Juan Pablo se comportó de forma insoportable y ahora estaba ahí con él.

—Me encanta mi casa, pero, ¿qué hacemos exactamente aquí?—dijo ella sentandose en una de las bancas.

Era ahora o nunca.

—Hace más de quinientos años la vida no nos permitió estar juntos, pero me he dado cuenta que sin importar los años, los siglos, el tiempo o el lugar, mi corazón te pertenece a ti y sé que siempre encontrará una manera de volver a ti—comenzó a decir. Tenía un discurso preparado en su mente pero se le había olvidado todo, Mariella tenía ese efecto en él—. Amo que hace un año me embarraras la nieve en la camisa, amo que fueras tan persuasiva para hacerme traducir un libro que nos hizo encontrarnos de nuevo y... te amo a ti, Mariella—dijo él. Era la primera vez que le decía esas dos palabras, ninguno las había pronunciado antes, pero ahí habían estado durante varios meses atrás—. Te amo y no quiero una vida en la que no estés—Villamil sacó del bolsillo la caja de terciopelo y la abrió, se apoyó frente a Mariella en una de sus rodillas—. ¿Me dejarías ser tu esposo?

Mariella tenía los ojos cristalizados. Ella también amaba a Juan Pablo, ahora sabía que siempre hubo un hilo dorado que los unía, aun cuando ni siquiera se conocían. Se dio cuenta que había valido la pena cada cosa, con tal de estar ahí con él. Tampoco podía ni quería imaginarse una vida sin Juan Pablo.

—Sí, quiero que seas mi esposo—respondió ella.

Juan Pablo colocó el anillo en el dedo de Mariella, la perla brillaba suavemente. Él la abrazó, también se encontraba llorando pero de felicidad, así se sentía tener al amor de su vida entre sus brazos.



FIN






FIN

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Buscando el rostro de Julieta |  j.p. villamilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora