U N O. - v e r o n a

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El clima veraniego en Verona era perfecto para cualquier turista amante de recorrer la vieja ciudad y enamorarse del pueblecito. Mariella no era la excepción de aquello, desde que sus ojos pudieron apreciar las calles empedradas de aquel lugar, quedó embelesada, aunque los días estaban pasando demasiado aprisa y se le estaba olvidando el verdadero propósito de su estancia en el viejo continente: el artículo.

La castaña decidió concentrarse en el delicioso sabor del helado de vainilla que servían en el restaurante de su madrina, Ángela, ya tendría tiempo para preocuparse por su artículo.

—¿Qué tienes planeado hacer hoy?—preguntó su madrina.

—No sé, pero el artículo no es una opción... aún—Mariella respondió riendo y la mujer de mediana edad negó divertida con la cabeza.

Ángela Bianchi había sido la mejor amiga de la madre de Mariella. Daphne y ella se conocieron en un intercambio estudiantil y desde entonces fueron inseparables, por ello, en su lecho de nuerte, Ángela le juró a su amiga que velaría y cuidaría de Mariella siempre y no le parecía una tarea difícil, amaba a esa chiquilla desde que supo que vendría en camino.

Mariella era una persona risueña y tremendamente dulce, algo que hacía que todo el mundo se rindiera a sus pies.
La castaña decidió que iría a la habitación que le asignó su madrina a dormir o quedarse algunos minutos viendo el techo, no tenía muchas ganas de salir.

—Estás en Italia, deberías salir más, niña—la reprendió Ángela.

Mariella rió divertida y siguió su camino por las cocinas del restaurante hasta llegar a la puerta que conducía a las escaleras que conectaban el segundo y tercer piso, donde se situaba la casa de su madrina, le parecía genial que Ángela fuera su propia jefa y que no tuviera que levantarse temprano para ir a trabajar porque su trabajo estaba abajo de su casa.

Se echó de espaldas al colchón, de verdad que no tenía ganas de hacer nada, ni siquiera el artículo que debía entregar pronto o su trabajo pasaría al pasado.

Estaba a nada de dormirse, hasta que el teléfono de su celular la interrumpió, la ojimiel bufó y alcanzó el aparato que vibraba en el buró a su izquierda. En la pantalla se iluminaba el nombre de Erik, su novio y prometido. De inmediato se dibujó una sonrisa en su rostro, deslizó el dedo en el touch y contestó la llamada.

—Hola preciosa—escuchó la cantarina voz de Erik.

—Hola, ¿cómo estás?

—Bien, pero echándote de menos—respondió el otro y Mariella pudo escuchar un suspiro.

—Yo también te extraño—dijo ella.

—¿Cuándo volverás, Ellie?—preguntó repentinamente.

Buscando el rostro de Julieta |  j.p. villamilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora