C U A T R O.- l i v o r n o

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Ángela Bianchi no tardó en interrogar a su ahijada en cuanto estuvo sola, pero, ¿quién podría culparla? La mujer se preocupaba por Mariella y haberla visto sentada junto a un apuesto joven disparó todas sus alarmas.

—Así que... lo has pasado bien en Verona—la mujer pelirroja tanteó suavemente el terreno.

—Ajá—respondió Mariella concentrada en enrollar la mayor cantidad de pasta en su tenedor.

—Ah, oye, ¿quién era el chico del otro día?—preguntó Ángela tomando un sorbo de vino—. Es muy guapo—sugirió la mujer.

Mariella dejó su tenedor en el plato y al alzar la vista se encontró con la mirada sugerente de su madrina y una sonrisilla cómplice en sus labios.

—No es lo que piensas, Ángela—le advirtió con el dedo índice y la pelirroja soltó una risilla.

—¿Qué es lo que pienso, Mariella? Solo te estoy preguntando por él y he reconocido que es muy guapo—dijo ella con inocencia—. ¿Es italiano?—. Mariella rodó los ojos.

—No es italiano y tengo un prometido—respondió ella.

—Oh, vamos es muy guapo y no puedes negarlo, sé que tienes ojos y lo has visto, niña.

—Tengo novio y estoy a punto de casarme—repitió Mariella.

—Ni siquiera llevas el anillo puesto, lo escondes cada que puedes, Mariella.

—¡Eso no es cierto! No me lo pongo porque me da miedo perderlo, la sortija perteneció a la abuela de Erik—resongó la castaña—. Quiero a Erik, superalo.

Por alguna razón, Ángela Bianchi no le daba la bendición al noviazgo de su ahijada con Erik Saenz, no porque el chico fuera un patán, de hecho, era un adonis, reunía todas las características del hombre perfecto y soñado, justo por eso creía que no era el adecuado para Mariella. Los dos jóvenes, pese a haber crecido juntos, eran polos completamente opuestos, mientras Mariella era impulsiva, aventurera y vivía el momento, Erik era un chico más cauto, meditaba un montón de veces las cosas, Ángela recordaba que dos veranos atrás cuando vino de visita junto a su ahijada, el pobre Erik se tardó cuarenta minutos decidiendo si comería pasta o raviolis.

Las alarmas estaban encendidas en la mayor porque en cuanto vio a Mariella con ese chico desconocido supo reconocer algo que su ahijada aún no veía, algo salvaje y fuerte que le recordó a su juventud.

—Se llama Juan Pablo Villamil, por cierto y es de Bogotá—dijo por fin Mariella.

—Los colombianos son guapísimos, su acento los hace sexys—Ángela sonrió al ver como las mejillas de su ahijada se colorearon de un tenue rosa—. ¿Y qué haces con él o qué?

Buscando el rostro de Julieta |  j.p. villamilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora