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Mariella mentiría si dijera que la leyenda de Romeo y Julieta no le llamaba la atención. Su curiosidad estaba aumentando en niveles desmedidos, aunque se repetía a sí misma que era una perdida de tiempo tratar de investigar sobre eso, miles lo habían intentado y no habían podido encontrar respuestas, ella no sería la excepción. Además, el único que podría decirle si ellos habían existido, era Shakespeare y tal vez podría contactarlo con la ouija pero era muy miedosa y no se atrevía a invocar algún espíritu malo o algo así.
El día estaba soleado como siempre, en el restaurante de su madrina había una afluencia grande de personas y justo ese día estaban un poco cortos de personal, por lo que Mariella decidió ayudar un poco, sirviendo las mesas y tomando las órdenes de los comensales.
—Ay, no puede ser—musitó al ver quién tomaba lugar en las mesas de afuera.
El maleducado del otro día ahora estaba sentado en el restaurante viendo el menú.
—Bianca, ¿puedes atender a ese chico de ahí?—Mariella señaló con la cabeza en dirección al maleducado.
—¿Al guapetón ese?—rodeé los ojos.
—Sí—contesté.
La pelirroja sonrió y se acercó a la mesa del maleducado. Yo me concentré en atender las otras mesas, esperando que el tipo de allá no me viera.
—Ay, es muy guapo y tiene un acento divino—suspiró Bianca—. Lástima que ya tengo novio—hizo un puchero fingido y reí mientras esperaba la orden de raviolis para llevar a la mesa 2.
—Bianca—llamó mi madrina a la pelirroja—. Te necesito en la cocina. La esposa de Luca ha entrado en labor de parto y ha tenido que irse.
—¡Cristo bendito, qué alegría! Le mandaré un mensaje de felicitaciones a Luca.
—Se lo mandas en la noche, ahora te necesito en la cocina—dijo y la pelirroja asintió obediente.
—Atiende al guapetón, Mar—dijo y desapareció sin darle tiempo de replicar.
Mariella no pudo evitar realizar aquella tarea que en esos momentos le parecía una Odisea. Tomó la bandeja donde estaba el pedido del desconocido, una buena porción de lasaña y un vaso grande de limonada que ella hubiera querido tirarselo encima.
Juan Pablo apagó el teléfono después de avisarle a su madre que estaba bien y que lo disculpara si no volvía a contestarle los mensajes, la idea de ir a Verona era desconectarse de todo, no quería saber nada del mundo en Bogotá los siguientes días. Era consciente de que tenía algunas llamadas perdidas de Gabriela, su exnovia, pero no quería contestarlas, quizá a su regreso aclararían todo y ya verían si volverían a estar juntos.
El castaño dejó de prestar atención al aparato y al levantar la vista se encontró con nada más y nada menos que la turista despistada del otro día. La chica traía en sus manos una bandeja con la que parecía ser su comida, ella se encontraba estática frente a él, con una expresión incómoda.
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Buscando el rostro de Julieta | j.p. villamil
Romansa"Te buscaré aunque suene loco, de Bogotá hasta Buenos Aires..."